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Se habla mucho de la inteligencia artificial y de cómo los robots terminarán sustituyéndonos y quedándose con nuestros trabajos. Dejando de lado el debate de si definitivamente de verdad queremos hacer esos trabajos (pudiendo evitarlo), una de las claves de esta revolución es la visión artificial, que va mucho más allá de poner una cámara a un brazo robot.
El cerebro humano recibe información de nuestro entorno a través de los ojos. Lo que llega es una sopa de cambios de luz y tamaño, que nuestro cerebro se encarga de interpretar. Por ejemplo, si percibimos una forma redonda que se hace más grande rápidamente, en una fracción de segundo nos agachamos y esquivamos un balonazo, mucho antes de saber que se trataba de un balón.
Los sistemas de inteligencia artificial son capaces de extraer información y conclusiones, examinando grandes conjuntos de datos. Así es como Amazon deduce qué productos te pueden interesar. Sin embargo, estos sistemas inteligentes viven en una caja negra. Para que puedan interactuar con el mundo necesitan “ojos”, es decir, visión artificial.
La visión artificial es la capacidad de las máquinas para interpretar y comprender imágenes. Esto les permite leer textos escritos a mano, identificar objetos y navegar por su entorno. Nada de esto está en el futuro. Son cosas que, con algunas limitaciones, ya pueden hacer tu teléfono inteligente, tu robot aspirador y, de forma aún más sorprendente, los coches autónomos.
No debe confundirse la visión artificial con el procesamiento de imágenes por ordenador. Por ejemplo, las cámaras robotizadas que circulan por los oleoductos toman imágenes que luego se procesan y analizan con mucho detalle para encontrar fugas milimétricas.
La visión artificial a menudo no necesita tanta precisión, solo la necesaria para tomar una decisión. Es lo que permite a un coche eléctrico autónomo, como los nuevos modelos de Tesla, identificar a un peatón, distinguirlo de una farola, y frenar en el momento justo.
La visión artificial y los trabajos repetitivos
En todo el mundo hay personas que pasan en día delante de una cinta transportadora. En esta cinta pueden circular desde piezas de plástico recién fabricadas hasta frutas y verduras. El trabajo de estos operarios, por lo general mal pagados, es usar sus ojos y sus manos para localizar las piezas o las frutas defectuosas y sacarlas de la cinta.
Este es uno de los ejemplos de un trabajo que, gracias a la visión artificial, puede hacer mejor un robot. Los trabajos de fabricación o ensamblaje manual también se pueden automatizar cuando se añade la visión artificial.
Por ejemplo, muchas cadenas de montaje usan robots para soldar y ensamblar, pero dependen de que todas las piezas estén situadas en un sitio exacto. Con un sistema de visión artificial, es posible que una máquina se encargue de recoger las piezas, colocarlas con precisión, distinguir unas de otras y ensamblarlas, como haría un operario humano.
Estos avances hacen que la visión artificial sea uno de los componentes de la Industria 4.0, o la cuarta revolución industrial, junto con el aprendizaje automático, la internet de las cosas y la impresión 3D. El resultado son fábricas con menos desperdicio de materiales y energía, y también con mucha menos mano de obra.
Los robots con visión artificial también habitan fuera de las fábricas. La aspiradora robot, capaz de desplazarse por la casa y esquivar obstáculos mientras limpia es solo el principio. Ya hay modelos de robots de servicio que están diseñados para interactuar con las personas en diversos entornos, como hospitales, escuelas u hogares. Por ejemplo, en la asistencia a personas con discapacidad, para ayudarlas a levantarse de la cama o bañarse.
Coches, drones y accidentes
Hay otras aplicaciones de la visión artificial más cercanas a nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, la visión artificial permite a los drones entregar paquetes en zonas alejadas de forma autónoma, sin necesidad de que los dirija un operario en remoto. Esta aplicación ya la ha probado el Servicio Postal de Estados Unidos (USPS), con paquetes de hasta dos kilos, e incluso en condiciones meteorológicas adversas.
La otra cara de la moneda son los drones militares autónomos. Aunque los drones controlados remotamente se usan desde hace años, la visión artificial permitiría a estos aviones asesinos disparar o bombardear objetivos, y tomar decisiones en el momento sobre a qué objetivo disparar.
El uso de la visión artificial en los coches también tiene grandes ventajas para el conductor, ya que permite adelantarse a las colisiones, analizando el entorno y evitando así accidentes. Los coches autónomos podrían mejorar la fluidez del tráfico y liberar a los pasajeros de la tarea de conducir, lo que permitiría ver películas o trabajar durante el trayecto.
Sin embargo, los coches totalmente autónomos no se esperan hasta 2030 por otros motivos, en especial sus ramificaciones legales. Por ejemplo, ¿qué ocurre cuando el sistema de visión artificial falla y hay víctimas? ¿Quién es responsable?
El ojo robot que todo lo ve
Los teléfonos móviles actuales ya son capaces de reconocer con bastante precisión textos escritos a mano, algo que era muy caro y complejo hace solo una década. La visión artificial también permite a Google buscar imágenes por su contenido y buscar imágenes similares.
La visión artificial se utiliza desde hace años para el reconocimiento facial. Es el motivo por el que ahora hay kioscos automáticos para pasar los controles de pasaporte en muchas fronteras: la cámara está reconociendo la cara del viajero y comparándola con una base de datos, lo que permite identificar rápidamente a delincuentes o terroristas.
Hay propuestas para utilizar esta misma tecnología para identificar a las personas sin necesidad de documentos, lo que eliminaría los molestos controles, las colas y, en última instancia, los pasaportes y carnés de identidad. Sin embargo, no todo son ventajas.
El reconocimiento facial está en los limites del uso legítimo y el derecho a la intimidad cuando se trata de personas que no son sospechosas de delito alguno. Además existe el riesgo de su uso con otros fines.
Una cámara que apunta a una multitud puede emplearse para reconocer e identificar a cada una de las personas que pasan, a quién compra en una tienda, o quién toma parte en una manifestación.
Esta información podría ser empleada con fines políticos, comerciales o delictivos. La escena de “Minority Report” en la que las vallas publicitarias identifican a Tom Cruise por su nombre y le intentan vender algo cuando pasa por delante está más cerca de lo que creemos.
Pero, cuando una máquina es capaz de ver e interpretar la realidad, esa tecnología también puede emplearse para devolver la vista a las personas con deficiencias visuales. Hoy en día estas personas ya disponen de lectores con reconocimiento de escritura, o aplicaciones que permiten identificar lo que hay delante de la cámara.
En muy poco tiempo podremos ver ojos artificiales para humanos con muchas más capacidades. En la próxima década, las máquinas que ven cambiarán nuestra vida. De nosotros depende establecer los límites para que el cambio sea positivo.