Conocí personalmente a Javier Pradera a finales de los años 70 del sigo pasado y recuerdo que en una de las primeras conversaciones que tuvimos me dijo: “Javier, una guerra civil son cien años”. En aquel momento me pareció una visión bastante pesimista y exagerada. Hoy tengo la impresión de que hasta es posible que se quedara corto.
En todo caso, recuerdo esta conversación con Pradera porque fue lo que se me vino a la cabeza leyendo este pasado jueves la excelente entrevista que Paola Obelleiro le hacía a Consuelo Castro, la abogada del Estado que ha dirigido la operación jurídica para la recuperación del Pazo de Meirás. “No se por qué no se hizo antes”, es la respuesta a una de las preguntas con la que la periodista pone título a la entrevista.
Consuelo Castro, según se nos informa en la presentación, nació en 1964. Es por tanto una señora que hoy tiene 56 años, pero que era una niña de 11 cuando murió Franco y una adolescente de 14 cuando se aprobó la Constitución. Tiene, en consecuencia, una experiencia vital no desdeñable de lo que fue el régimen del general Franco, aunque muy condicionada por la prolongación de la infantilización que el sistema educativo del momento perseguía. El sistema educativo de entonces en todos sus niveles, pero especialmente en lo que a la educación primaria y secundaria se refiere, era muy distinto del que se puso en marcha desde la entrada en vigor de la Constitución. Como profesor del primer curso de la licenciatura desde 1966 hasta 2017 de manera ininterrumpida he tenido ocasión de comprobarlo. La diferencia entre los alumnos, casi exclusivamente varones de las primeras promociones a las que di clase, y las alumnas (mayoritarias), sobre todo a partir de los 80, era enorme.
No me cabe la menor duda de que en estos decenios de experiencia profesional desde una posición tan clave para entender lo que es el funcionamiento del Estado, como es la Abogacía del Estado, Consuelo Castro debe haber aprendido mucho de lo que ha sido la trayectoria política de la sociedad española a lo largo de nuestra accidentada historia constitucional. Pero, por suerte para ella, carece de la experiencia de haber vivido como adulto lo que fue el Régimen nacido de la Guerra Civil y de la política de prolongación de la guerra durante la vigencia de dicho Régimen.
De ahí que se interrogue por qué no se ha hecho antes algo como la recuperación del Pazo de Meirás, que ella ha comprobado que era un asunto necesitado de ser investigado, pero que, una vez hecho, resulta de una claridad meridiana. En unos meses ella ha podido resolver algo a lo que no se ha dado respuesta durante más de 40 años. ¿Por qué no se ha hecho antes?
Ahí es donde entra la reflexión de Javier Pradera. Hay problemas que, por muy a la vista que estén, no se pueden ver. Especialmente si el dictador murió en la cama y con el aparato estatal del Régimen, especialmente el represivo, completamente intacto.
En el momento inicial de la Transición, cuando el partido que nace para proyectar en la futura democracia española la herencia del Régimen de Franco, la AP de los llamados “siete magníficos” liderados por Manuel Fraga, tuvo una representación casi insignificante en las elecciones de 1977 y 1979, pudo parecer que el franquismo iniciaba un proceso de desvanecimiento relativamente rápido. Pero era un espejismo. Con la perspectiva que nos da el tiempo sabemos que la derecha española no se reconoció nunca plenamente en el liderazgo de Adolfo Suárez, mientras que no ha dejado nunca de reconocerse en el liderazgo de Fraga. A pesar de que sabía perfectamente que con Fraga no podía llegar al Gobierno. Pero era del que se fiaba realmente. Y es desde 1982 en el partido de Fraga, y desde 1989 en el partido refundado a partir de AP, en el PP, presidido por José María Aznar, en el que se ha sentido representada políticamente.
AP consiguió acabar con la UCD a principio de los 80 y el PP consiguió liquidar el CDS a principio de los 90. Desde 1991, el PP ha conseguido representar en régimen de monopolio todo el espacio político a la derecha del PSOE. Y en tales condiciones, estuviera o no en el Gobierno, tenía fuerza suficiente para impedir que se pudiera sacar a Franco del Valle de los Caídos o para que se pudiera plantear la recuperación del Pazo de Meirás.
Parece fuera de duda que el PSOE de las décadas del bipartidismo era más fuerte que el PSOE dirigido por Pedro Sánchez. Y sin embargo el perímetro dentro del cual podía moverse en esas décadas era más estrecho que el perímetro en el que puede moverse ahora mismo. El bipartidismo daba una consistencia política a la derecha de matriz franquista, que bloqueaba operaciones como la del traslado de la tumba de Franco del Valle de los Caídos o la recuperación de Pazo de Meirás o la de empezar a plantear un ejercicio “constitucional” del derecho a la educación, como el que se proyecta con la Ley Celaá.
Desde el debilitamiento, que no fin, del bipartidismo, estamos en un sistema político menos predecible y más inseguro. Pero también mucho menos asfixiante. La sombra del Régimen del general Franco no ha dejado de proyectarse todavía sobre la democracia española, pero lo hace con mucha menos intensidad desde que se acabó el turno en sentido estricto entre PSOE y PP y hay que contar con más actores políticos.
Por eso, Sra. Castro, ahora se pueden hacer cosas que no se pudieron hacer antes. Mire usted la foto de Felipe González recién llegado a la presidencia, con una mayoría de 202 escaños en el Congreso de los Diputados, pasando revista a las tropas de la División Acorazada Brunete, y lo entenderá perfectamente. O los ministros de dicho Gobierno teniendo que acudir a Roma a los actos de beatificación de los mártires de la Guerra Civil, que la Iglesia puso en marcha de manera escalonada pero incesante con la llegada del PSOE al Gobierno, mientras no hizo ni una durante los años de gobierno de la derecha.
El debilitamiento del bipartidismo ha sido la condición sine qua non para que empiece la renovación de un aire democráticamente viciado desde el comienzo de la Transición. A la derecha le está costando adaptarse a esta renovación. De ahí su crispación permanente. A algunos de los antiguos dirigentes socialistas parece que también. Envejecer con dignidad no es sencillo.