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Memoria democrática, callejero franquista, justicia amenazante

Un veterano comentarista político (Antonio Elorza) publica en prensa un artículo titulado Calles, placas y títeres en Madrid donde, sin venir mucho a cuento, deja caer que los sucesos a los que alude (cambio frustrado de denominaciones de las calles madrileñas de resabio franquista, tratamiento represivo desorbitado de los titiriteros que han acabado satirizando en carne propia usos policiales, judiciales y políticos del antiterrorismo…), “encajan en una mentalidad que ha ido extendiéndose entre la juventud disconforme desde el fin del comunismo y de la que Contrapoder fue ejemplo y vivero”. Más no aclara.

Contrapoder fue la divisa de un grupo universitario. Hoy es el distintivo de un grupo de opinión que publica en este medio, el diario.es, y ha sido además el título del libro que el mismo colectivo ha publicado en vísperas de las pasadas elecciones generales levantando acta del devastador efecto de las políticas del último gobierno sobre el orden constitucional de derechos y garantías, así como del reto pendiente en cantidad de asuntos respecto al necesario cambio de rumbo: Contrapoder. Desmontando el régimen (Roca Editorial, 2015). Elorza parece referirse sólo a aquel grupo, pero todo lo segundo representa una materialización viva de la consigna que cuadra igualmente como diana de la insinuación. Interesa más ahora el ataque mismo y el contexto desde luego en el que se comprende.

Elorza comienza relatándonos que este último verano aceptó la invitación de la Cátedra de Memoria Histórica del Siglo XX de la Universidad Complutense a El Escorial significándose ante la concurrencia por defender sin éxito la “ponderación” de tomar en cuenta no sólo el genocidio franquista, sino también el republicano: “Cité Paracuellos”. Dice que se le discutió y es cierto. Por mi parte alegué que no estábamos con casos ya investigados, sino con los de la justicia pendiente sobre crímenes masivos de víctimas, a estas alturas, aún desaparecidas con las responsabilidades consiguientes del Estado conforme al derecho internacional de los derechos humanos. Elorza respondió eludiendo el argumento. No se dignó asistir al resto de unas jornadas en las que no dejó de profundizarse en dicha vertiente jurídica. Vino sólo a soltar su discurso.

Ahora eleva el tiro dirigiéndolo contra la misma Cátedra de Memoria Histórica, esa “extraña cátedra”. Le parece todo un engendro que poco menos que se dedica a malversar fondos universitarios, “un montaje confuso que margina recursos de la Universidad”, consecuencia a su juicio nada menos que del “viejo defecto de una izquierda corporativa que, como ahora vemos en el Ayuntamiento de Madrid (…), se encapsula en la asignación de puestos y recursos por afinidad”. Cito literalmente entre comillas porque de otro modo parecería que exagero. Recordemos que Antonio Elorza es catedrático emérito de Historia del Pensamiento Político de la misma Universidad Complutense a la que pertenece la Cátedra de Memoria Histórica.

A su respecto Elorza saca de su arsenal algo todavía más grave. Nos dice que sus reservas frente a la concesión de recursos a dicha cátedra nunca las ha ocultado. Ha llegado a comunicarlas por escrito en más de una ocasión al rector mismo de la Complutense sin haber recibido respuesta. Mientras tanto, acepta la invitación de la Cátedra de Memoria Histórica. Por tiempos estalinistas era frecuente tal combinación de colaboración y delación. Ahora intenta Elorza dar la puntilla aprovechando la fabricación y el hinchamiento de un escándalo.

Me refiero al provocado por la filtración de un borrador de lista de trabajo de medios de la Cátedra de Memoria Histórica sobre nombres franquistas del callejero de Madrid con independencia de que concurran méritos no políticos en los sujetos afectados, algo que, en todo caso, encierra un interés de memoria democrática siempre que se tenga una mínima sensibilidad al propósito. Bien lejos de este ánimo, los acontecimientos que Elorza contempla, éste de las calles y el de los títeres, se emplean como simples excusas a fin de arremeter contra una cátedra refractaria a sus enfoques y de pegar al paso un pellizco a una movida que, por poscomunista según dice, le pone por lo visto de los nervios.

Elorza se refiere a más asuntos pretendiendo que los colaciona para “superar la anécdota”, pero sin ofrecer el contexto que pudiera ayudar a hacerlo. La imagen que con esto se transmite es la que cunde por los medios en campaña contra el Ayuntamiento de Madrid. Así ocurre con su alusión a la equivocación enseguida rectificada de la retirada de una placa conmemorativa de frailes asesinados en el terrible verano del 36 en Madrid. Nada dice Elorza sobre la razón hoy principal para que dicha lápida deba respetarse tal cual, la de que su lenguaje es respetuoso sin permitirse expresiones de discurso de odio como la habitual en el caso de “hordas marxistas” y demás.

No falta otra alusión aún menos contextualizada, ésta al “penoso anticlericalismo visible en la toma de la capilla” sin añadir más. Se refiere obviamente al procesamiento de la portavoz del Ayuntamiento de Madrid por haber participado en una ocupación pacífica de la capilla católica de la Universidad Complutense reivindicándola como espacio universitario. Nada dice Elorza sobre el problema de fondo de que el código penal español siga tipificando como delito, ahora encubiertamente, lo que la iglesia católica considera sacrilegio. Tampoco tiene reparos Elorza sobre el desvío de recursos universitarios para objetivo menos justificable que el de la memoria democrática de los crímenes contra la humanidad de la dictadura franquista. Mejor estaría el inmueble de la capilla destinado a sede de la Cátedra de Memoria Histórica elevada a Fundación.

No entremos sin embargo al trapo poniéndonos a debatir aquí y ahora proyectos y logros en la trayectoria de la Cátedra de Memoria Histórica desde los tiempos de Julio Aróstegui y bajo la dirección actual de Mirta Núñez. Todo tiene su tiempo y su sede. Lo que no guarda sentido es la arremetida de un compañero de claustro académico contra una iniciativa plausible de cooperación entre la Universidad y asociaciones civiles, como es el caso de dicha cátedra, y que se haga además con la excusa de un escándalo cocinado por el propio medio periodístico donde el agresor escribe. Elorza se comporta como cooperador innecesario de la envenenada embestida periodística. Si acudiésemos a la discusión en base a tanto dato sesgado seríamos también cómplices gratuitos.

Confieso que, con toda la consideración que merece el Elorza universitario, no me explico su actual papel periodístico. No sé si le guía el rencor personal o la inquina política. Otras explicaciones no diviso. Tampoco es que, con aprecio y todo, la cuestión personal me desvele. Llega un momento en el que la simpatía humana se agota. Elorza descubre últimamente los estudios sobre genocidio sin molestarse en conocer lo que otros llevamos tiempo trabajando ni interesarse por casos actuales con cuota de responsabilidad española, tanto de Estado como de empresas. Lo que le preocupa ahora es “el genocidio” republicano como contrapeso del franquista.

El problema entiendo que no radica en la penosa deriva intelectual de una persona, sino en la cerrazón política más que individual frente a la toma de conciencia sobre los problemas surgidos del estancamiento y la regresión constitucionales en curso, de esa conciencia que hoy puede representar entre tantas otras iniciativas ciudadanas, Contrapoder, tenga conocimiento o no Elorza de éste de eldiario.es. La agresión obsesiva a la memoria democrática reputándola unilateral resulta piedra de toque.

Elorza no es en efecto un caso singular. Hay un conjunto de intelectuales hijos de la inmediata posguerra y padres de la demediada transición, situados entonces y luego en posiciones de izquierda institucionalizada, contagiados hoy por un síndrome de contrapoderofobia con viraje descontrolado hacia la derecha… Digo lo mismo. El problema no parece de infatuación de individuos, sino de discapacidad de grupo.

Permítaseme todavía un par de toques. La práctica de comentar sin ningún escrutinio crítico la ficción transmitida por los órganos de prensa que están convirtiendo la información misma en opinión descarada (calles, placas, títeres, capillas…) tampoco es exclusiva de algún que otro individuo, sino característica de un grupo generacional, sería injusto decir que de una generación por entero.

Finalmente no olvidemos que una portavoz y unos titiriteros (Rita Maestre, Raúl García Pérez y Alfonso Lázaro) están procesados bajo imputaciones de fondo político. Los comentaristas que dan por ciertos unos montajes periodísticos no están ayudando a su defensa ni a la nuestra, la de las libertades amenazadas de toda la ciudadanía.

Un veterano comentarista político (Antonio Elorza) publica en prensa un artículo titulado Calles, placas y títeres en Madrid donde, sin venir mucho a cuento, deja caer que los sucesos a los que alude (cambio frustrado de denominaciones de las calles madrileñas de resabio franquista, tratamiento represivo desorbitado de los titiriteros que han acabado satirizando en carne propia usos policiales, judiciales y políticos del antiterrorismo…), “encajan en una mentalidad que ha ido extendiéndose entre la juventud disconforme desde el fin del comunismo y de la que Contrapoder fue ejemplo y vivero”. Más no aclara.

Contrapoder fue la divisa de un grupo universitario. Hoy es el distintivo de un grupo de opinión que publica en este medio, el diario.es, y ha sido además el título del libro que el mismo colectivo ha publicado en vísperas de las pasadas elecciones generales levantando acta del devastador efecto de las políticas del último gobierno sobre el orden constitucional de derechos y garantías, así como del reto pendiente en cantidad de asuntos respecto al necesario cambio de rumbo: Contrapoder. Desmontando el régimen (Roca Editorial, 2015). Elorza parece referirse sólo a aquel grupo, pero todo lo segundo representa una materialización viva de la consigna que cuadra igualmente como diana de la insinuación. Interesa más ahora el ataque mismo y el contexto desde luego en el que se comprende.