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Ébola, España, África y el negocio de las farmacéuticas

Mientras el virus ha tenido fronteras en África -inframundo habitado por parias- el orden de las cosas sigue inmutable. Los muertos no cuentan, salvo los pertenecientes a organizaciones religiosas, misioneros, médicos, enfermeras o personal auxiliar de organizaciones humanitarias trasplantados al eufemísticamente apodado “continente negro”. Hombres y mujeres de piel blanca, altruistas, que se dejan la vida por los desheredados de la tierra. Para algunos, verdaderos “santos” y “mártires”. Igualmente, deportistas, actores y gentes de la farándula apadrinan niños y hacen campañas para construir escuelas y levantar hospitales. África es un buen lugar donde practicar la condición de buen samaritano. Acciones que reivindican al homo sapiens, un ser reflexivo, consciente y atormentado con la desgracia ajena, al decir de Adam Smith.

En los años sesenta del siglo pasado, se hicieron famosas las imágenes de niños famélicos con estómagos hinchados por el hambre en Biafra. Así entró África en las casas del primer mundo. Más tarde, Naciones Unidas creó la fórmula de “embajadores” de la paz, contra el hambre, la pobreza, el trabajo esclavo, etc., para mover la conciencia en los sectores medios de los países del primer mundo. Sus ídolos se fotografían junto a niños desnutridos, felices de tener la camiseta, el balón, la foto firmada, los chocolates, caramelos, chicles o globos que reparten los famosos en las comunidades y pueblos perdidos de África. Un baño de realidad que no olvidan.

Algo habrá que hacer con tanta hambruna, falta de escuelas, hospitales, guerras y enfermedades que asolan África para encubrir la responsabilidad de Occidente en tal desaguisado. Así, primero se implantaron los programas de la FAO; luego, las ayudas al desarrollo y el apoyo político a regímenes considerados amigos (como Idi Amin Dada en Uganda); y, en la era de la globalización neoliberal, políticas de inversión especulativa. La sequía puede ser un buen negocio para los capitales de riesgo.

En el siglo XXI, ninguno de los grandes males que aquejan al continente se ha superado. En este contexto, las campañas humanitarias se diversifican. La iglesia, las ONG, las grandes marcas y las multinacionales quieren ser protagonistas de la ayuda humanitaria. Una manera de redimir pecados a partir de mil ideas. Desde bonos solidarios ubicados en las cajas registradoras de supermercados que nos recuerdan la necesidad de ser misericordiosos con la desgracia ajena, hasta la recogida de medicamentos o juguetes, según la temporada.

Bajo esta nube, se esconde el lavado de dinero, el fraude fiscal, el comercio ilícito y la acción con fines evangelizadores. La cruz y la espada no es la mejor manera de convertir almas; ahora es más rentable traducir la Biblia a las lenguas aborígenes, regalar ropa, montar escuelas, hospitales y centros deportivos. El amor de Dios por los pobres es infinito, pero hay que ayudarlo mediante donaciones y pagos por servicios. La iglesia lo agradece.

Solo un dato: la Orden San Juan de Dios, a la que pertenecían los dos misioneros trasladados a España, contaba en 2011 para su filial, Orden Hospitalaria San Juan de Dios, con 12 millones de euros en productos financieros entre bonos de deuda pública del tesoro y capital de riesgo. Asimismo, acumula 1,16 millones de euros en renta fija del Banco de Santander. Todo un detalle, si consideramos que el Estado financió el traslado de los misioneros infectados de ébola, muertos en Madrid, y las religiosas sobrevivientes. Los costes aún no han sido aportados, especulando que la cifra supera el millón y medio de euros.

Eso sí, mientras algunos se congratulaban del éxito del operativo, aunque el resultado fuese la muerte de los misioneros, hoy salen a relucir las deficiencias de una acción denunciada en su día por la Coordinadora Antiprivatización de la Sanidad Pública como una aberración sanitaria, dado el desmantelamiento de las instalaciones del Hospital Carlos III y el cierre de la unidad de investigación en caso de alertas epidémicas. El traslado era una locura. Hoy se demuestra que la operación ocultaba un motivo menos humanitario, un mecanismo para obtener la cepa del ébola para el manejo de las empresas farmacológicas.

En Estados Unidos, a mediados de agosto, el Ejército estadounidense anunció estar en posesión de fármaco secreto ZMapp, considerado la respuesta al virus del ébola. Dicho anuncio se hizo coincidir con el traslado desde Liberia del médico Kent Brantly y la cooperante Nancy Writebol, ambos afectados por el virus, al centro de enfermedades infecciosas en Atlanta, uno de los más completos y prestigiosos a nivel mundial. Una vez superada la enfermedad, se publicitó que los fármacos experimentales habían ganado la guerra al virus. En su comparecencia ante los medios, Brantly pidió que “rezaran por los africanos afectados”. Así, el Gobierno estadounidense envió a 3.000 soldados para “combatir la epidemia”. ¿Por qué militares y no médicos o enfermeras? ¿Quién posee el fármaco? Curiosamente, el Ejército estadounidense.

Igualmente, en Sierra Leona el Instituto de Investigación Médica de Enfermedades Infeccionas de la Armada de EEUU tiene un equipo de especialistas para trabajar con el virus del ébola desde hace un año, justo cuando aparece el brote infeccioso. Mientras tanto, en España un hospital, el Carlos III, desmantelado, sin medios, ni personal cualificado, despedido por los recortes, recibe un curso acelerado de un protocolo a seguir. Recibe además el fármaco del ejército estadounidense, donado por sus autoridades militares. De esta forma se da vía libre para experimentar en humanos. De paso, el Comité de Ética de la OMS aprueba su uso en África, sin conocer sus efectos secundarios.

La confirmación del contagio de la enfermera en contacto con Manuel García Viejo, segunda víctima de ébola, levanta las alarmas y descubre las carencias de un sistema de salud externalizado, al servicio de las empresas privadas. Además, sitúa el problema en Europa, cuestión que modifica la política sobre el ébola. El miedo y la especulación son un buen caldo de cultivo para lanzar un fármaco. Pero -¡qué casualidad!-, el fármaco experimental está agotado. Y la empresa canadiense que posee la patente del medicamento TMK-Ebola señala la dificultad de proporcionarlo en un corto espacio de tiempo. Misteriosamente, la empresa ha visto subir sus acciones en bolsa. De un 25% en agosto llega a superar el 70% en octubre. Precisamente, eldiario.es señala que las tres empresas farmacéuticas -dos norteamericanas, BioCryst y Chimerix, y la canadiense Tekemira- han aumentado en 1.100 millones su valor desde el comienzo de la crisis.

Utilizar la variante norteamericana, el ZMapp, fármaco con el cual se trató a los enfermos en Atlanta, como autoriza la OMS, facilita a sus dueños el control a pie de campo, convirtiendo así África en un laboratorio. Por el momento, el brote se ha cobrado más de tres mil personas, situando la tasa de mortalidad por ébola entre un 25% y un 70% de los infectados. Un porcentaje nada despreciable en términos de rentabilidad económica. La guerra entre las farmacéuticas se ha desatado.

Recordemos que los países afectados forman parte del Tercer Mundo, donde la venta de armas, la extracción de materias primas y el comercio ilegal de diamantes y animales exóticos se realiza por mafias y empresas trasnacionales occidentales. No hay nada mejor que una espléndida pandemia vírica para aumentar beneficios. África, sus gentes y sus riquezas han sido explotadas en nombre del progreso y la civilización occidental. Bélgica, Holanda o Gran Bretaña. Pero sin olvidarnos de Francia, España, Portugal, Alemania o Italia. Desde el siglo XVI, hombres, mujeres y niños fueron capturados, encadenados y transportados a Europa y América para ser vendidos como esclavos. Reyes, cortesanos y burgueses amasaron sus fortunas potenciando el comercio de carne humana. Expropiaron sus territorios y establecieron sus lindes para monocultivos, plantaciones de caucho, cacao, azúcar y cuanta materia prima fuese capaz de generar ganancias. El marfil, las pieles y los trofeos de caza lucieron en las mansiones de Londres, Amsterdam, Paris, Bruselas, Brujas, Roma o Hamburgo.

Hoy la Europa culta y civilizada cierra filas con leyes de emigración canallas. Jóvenes africanos, atraídos por el espejismo de las sociedades opulentas, pierden la vida por un sueño imposible en alambradas, concertinas y pateras. Son miles los africanos abandonados a su suerte en las aguas que bañan las costas de España o Italia. El ébola es un argumento para clausurar fronteras y una bendición para las empresas farmacológicas. Es una ventaja que el ébola se asiente en Europa. ¿Alguien recuerda la gripe aviar? El resto es mercadotecnia.

Mientras el virus ha tenido fronteras en África -inframundo habitado por parias- el orden de las cosas sigue inmutable. Los muertos no cuentan, salvo los pertenecientes a organizaciones religiosas, misioneros, médicos, enfermeras o personal auxiliar de organizaciones humanitarias trasplantados al eufemísticamente apodado “continente negro”. Hombres y mujeres de piel blanca, altruistas, que se dejan la vida por los desheredados de la tierra. Para algunos, verdaderos “santos” y “mártires”. Igualmente, deportistas, actores y gentes de la farándula apadrinan niños y hacen campañas para construir escuelas y levantar hospitales. África es un buen lugar donde practicar la condición de buen samaritano. Acciones que reivindican al homo sapiens, un ser reflexivo, consciente y atormentado con la desgracia ajena, al decir de Adam Smith.

En los años sesenta del siglo pasado, se hicieron famosas las imágenes de niños famélicos con estómagos hinchados por el hambre en Biafra. Así entró África en las casas del primer mundo. Más tarde, Naciones Unidas creó la fórmula de “embajadores” de la paz, contra el hambre, la pobreza, el trabajo esclavo, etc., para mover la conciencia en los sectores medios de los países del primer mundo. Sus ídolos se fotografían junto a niños desnutridos, felices de tener la camiseta, el balón, la foto firmada, los chocolates, caramelos, chicles o globos que reparten los famosos en las comunidades y pueblos perdidos de África. Un baño de realidad que no olvidan.