Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Europa como problema
Pertenezco a una generación que se sentía normalmente europea, a medida que iba tomando conciencia de su lugar en el mundo; es la generación que disfrutó de los primeras estancias del programa Erasmus, que viajaba con normalidad a los diferentes y atractivos destinos europeos, de vacaciones, por trabajo, para formarse o para ampliar estudios. Todo lo que venía de Europa o se hacía en Europa tenía un valor muy superior a cualquier cosa que cualquiera hiciera, dijera o escribiera aquí. Nos fascinaba la normalidad con la que las cosas sucedían en Europa; nos asombraba la claridad con la que los intelectuales europeos se referían a la II República española, la Guerra Civil, la II Guerra Mundial, cuando aquí todo era confusión provinciana y heridas artificialmente mal curadas. Y claro que nos parecía adecuada la célebre sentencia de Ortega: si España era el problema, Europa tenía que ser la solución.
No había tampoco mucha competencia: frente a la España arrasada por el franquismo, frente a las formas autoritarias y los grupos organizados de intereses oligárquicos, frente a la democracia que no acababa de llegar, se nos aparecía una Europa, imperfecta, sí, pero que había mostrado resistencia al nazismo y al fascismo, que había construido Estados de Bienestar, reglas de juego garantistas, sistemas eficaces de exigencia de responsabilidades y programas de cooperación internacional, donde se protegían derechos y gozaba de razonables cotas de igualdad gracias al influjo de la movilización y las protestas, de medios de comunicación decentes y de una consistente y temprana preocupación medioambiental. Europa contaba hasta con buen cine, buena música y una gran literatura. Claro que idealizábamos excesivamente lo que sucedía en Europa, pero es que lo que veíamos aquí no consentía una comparación sosegada, y se trataba, por tanto, de confrontar una aspiración basada vagamente en hechos reales con una realidad que bien podría definirse como un montón de guijarros en los zapatos que apenas nos dejaban caminar sin sentir dolor.
También asistimos –un poco desde fuera, claro– a la reevaluación del propio pasado de Europa, a la puesta en cuestión de la Historia Universal, que era, por supuesto, la europea y estaba escrita desde el punto de vista europeo, a los análisis que cuestionaban el pasado colonial y que ponían el acento en los diversos colectivos marginados a lo largo de los siglos. De alguna forma, la Europa idealizada, entendida como una aspiración, parecía compatible con el reconocimiento de un pasado atroz, plagado de opresión, dominación, explotación económica y conquista.
Qué gran error. Parece evidente, ahora, que la Europa que idealizábamos (y que existió solamente en parte) no ha sido nada más que un paréntesis. Y aunque ahora muchos parecen confundidos ante el tratamiento que están recibiendo los refugiados, y se indignan ante las pulseras rojas, los cierres de fronteras, las puertas rojas de las casas donde residen refugiados, la inacción a la hora de evitar que mueran a diario personas que tratan de acceder a Europa, el robo de sus escasas posesiones y objetos de valor, los campos de refugiados, los CIES, la externalización de otros campos de refugiados, los acuerdos más que cuestionables con los países fronterizos y la suspensión permanente de los derechos humanos; aunque ahora todo eso nos parezca naturalmente monstruoso e injustificable, lo cierto es que esto no es más que la consecuencia de las dinámicas que vienen fraguándose en los últimos años, si hacemos una interpretación laxa, o la continuación de algunas de las dinámicas constitutivas de Europa, si hacemos una interpretación severa.
Una Europa que no solo consiente sino que premia el enriquecimiento de algunos gracias a la explotación del trabajo esclavo o semiesclavo de niños y niñas, mientras que abandona a la deriva a buena parte de su propia población que queda en una situación de desempleo crónico, o que no encuentra condiciones laborales estables porque entra y sale de un mercado laboral arrasado. Una Europa que ha renunciado a la igualdad y a la justicia social, y que sustrae del debate político las negociaciones del TTIP. Una Europa capaz de imponer el austericidio más cruel, de suspender la democracia de facto en varios países europeos, designar presidentes de gobiernos, someter a presiones indecibles a gobiernos democráticamente elegidos con el fin de poder seguir aplicando un programa económico que ya ha demostrado lo que produce; una Europa vallada que ampara y apenas cuestiona las evidentes lagunas democráticas de los Estados miembros (el control de los medios de información por parte de los gobiernos, las medidas reaccionarias, la violencia institucionalizada, etc.); una Europa, en suma, que se comporta hacia fuera y con los de fuera con la misma crueldad que aplica hacia dentro y con los de dentro. Como ha hecho siempre, o casi siempre, si damos por bueno el paréntesis de la posguerra.
Ustedes recordaran, sin duda, el chiste que nos decía que la Unión Europea no sería jamás admitida como Estado miembro de la Unión Europea. Bueno, pues no era un chiste, y la falta de preocupación por instaurar mecanismos democráticos y por construir una Unión Europea capaz de ser admitida en la Unión Europea ha ido generando un desprecio también interno con respecto a los principios que deben regir en los Estados miembros. Esta Europa es, claramente, un problema y una amenaza tanto para el resto del mundo como para nosotros mismos. La situación ahora mismo es grave y alarmante, pero lo que estamos viendo en los últimos años parece indicarnos que, si no rectificamos estas dinámicas, lo que está por venir puede ser todavía peor.
Sobre este blog
Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.