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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

La fraternidad de Francisco

El papa Francisco. EFE/Ettore Ferrari/Archivo
25 de diciembre de 2020 21:54 h

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Quienes hayan tenido oportunidad de leer sosegadamente (lo que hoy es una excepción de lujo) la última encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti, se habrán podido percatar de que estamos ante una declaración abiertamente contraria al capitalismo neoliberal que nos atenaza, al imperio de la hiperconectividad de las nuevas tecnologías y contraria también, por si fuera poco, a los nacionalismos cerrados de corte xenófobo que pretenden levantar muros y barreras frente al migrante, frente a un “otro” que es considerado amenaza. Por ello permítanme dudar de si parte de la feligresía hispana ha leído al Papa, es decir, a su máximo líder espiritual y cabeza de la institución que integra a más personas de todo el planeta, como es la Iglesia. Y es que no casan muy bien las políticas que defienden los partidos más a la derecha del espectro español con el rotundo mensaje de fraternidad y solidaridad que nos envía Francisco interpretando únicamente el Evangelio, no la Constitución del 78 o El Capital de Marx.

Comencemos por la crítica al capitalismo neoliberal. Francisco deja escrito (168) que el “mercado no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo…”. Al mismo tiempo considera que el Estado ha de reforzarse frente a su desmantelamiento, ya que son el Estado y lo público los que nos proporcionan los cauces institucionales de solidaridad y de redistribución de la riqueza (“destino común de los bienes”) ante la primacía del individualismo y de los intereses espurios de la gran empresa (122). Es más, el Papa llega a considerar la propiedad privada como un derecho secundario, ya que lo prioritario es la justa distribución de los bienes y las riquezas, ideal que se fundamenta, para él, en las palabras de amor, caridad y fraternidad que se desprenden del Evangelio. La solidaridad es también “pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos” (116). Así, la caridad no sólo se manifestaría en las acciones de benevolencia con los más próximos, con los más necesitados de nuestro entorno, sino también a través de la defensa de lo público y de la financiación, vía impuestos, de los mecanismos estatales de solidaridad (114-117, y 186). ¡El Papa llama a pagar los impuestos como mandato espiritual! No sé qué dirá algún prohombre catolicón, aunque esté ahora más cómodo en no tan lejanos desiertos…

Ante este mensaje del Papa, que nos llama a cuidar lo público y lo común como medio para acabar con las desigualdades y las injusticias sociales, ¿qué cara se les debe poner a quienes desde las tribunas políticas y mediáticas, aun llamándose conservadores y católicos, defienden el recorte de los servicios públicos y el menoscabo constante del Estado? ¿Se puede ser neoliberal y al mismo tiempo un buen cristiano? El Papa parece responder, abiertamente, que no. Y es el Papa de Roma, no Judith Butler.

En cuanto a la crítica a la xenofobia de ciertos nacionalismos cerrados, Francisco es más contundente si cabe. “Es inaceptable que los cristianos compartan esta mentalidad y estas actitudes”, dice en referencia a quienes rechazan a los migrantes y refugiados (39). La xenofobia de la extrema derecha, volcada en el ocultamiento de los problemas sociales y económicos internos a través de la creación de enemigos ficticios, es totalmente incompatible con la idea cristiana de igual dignidad humana, de fraternidad universal (39-41). “Todos somos hijos de Dios”, al fin y al cabo, y no hay distinciones entre judíos, cristianos, ateos, agnósticos, musulmanes, mujeres, hombres, españoles o eritreos (San Pablo, Gálatas 3:28). El Papa, acercándose ahora a la Teología de la Liberación, defiende que la Iglesia se vuelque en el “amor preferencial por los últimos” (187), por los pobres y los más necesitados, y entre ellos, especialmente, por las personas migrantes. Entonces, si esto dice el Papa basándose nuevamente en el Evangelio, pues utiliza a tal fin la parábola del “buen samaritano” y las propias palabras de Jesucristo, ¿podemos seguir considerando a la extrema derecha española como cristiana? No y mil veces no. Su rechazo a las personas migrantes, su obsesión por levantar nuevas murallas y su criminalización de los que solo buscan huir de la miseria, el hambre y las guerras, es la antítesis del mensaje cristiano de aquel que fue, recordemos, refugiado en Egipto, perseguido por una tiranía genocida y pobre, humildemente pobre. Escribe Francisco (27): “Cualquiera que levante un muro terminará siendo un esclavo dentro de los muros que ha construido, sin horizontes”. Son ellos, los xenófobos, quienes nos quieren encerrar, no los que nos van a proteger de nada. Cada vez que sus vociferantes hablen, como les gusta hacerlo, de la tradición cristiana occidental, de la civilización católica y blablaba… y cada vez que se dirijan a un electorado conservador y formalmente católico, hay que recordarles que no lo son, pues ni son cristianos ni católicos, ni han leído al máximo dirigente de la Iglesia y sucesor de Pedro ni, por supuesto, han comprendido nada del mensaje de amor, caridad, igualdad y fraternidad de Jesucristo.

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