Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
La instrumentalización política de las religiones
El uso de la religión con fines políticos no es algo nuevo, lo que no quiere decir que no sea peligroso. En Palestina de eso ha sabido muy bien a través de los siglos, siendo las Cruzadas un muy buen ejemplo. En el periodo más cercano a nuestra historia, ha sido Israel quien ha utilizado la religión para justificar su accionar político. Más recientemente, grupos de corte islamista han hecho lo propio. Claro está, esto en algunos casos se acepta, con políticos conservadores europeos viendo a Israel como “la vanguardia de la civilización en su lucha contra la barbarie” (con esas palabras Teodoro Herzl, el padre del sionismo político definiría la importancia de crear un estado judío en Palestina), y en otros se critica y ataca.
Por ello es que no hace ningún sentido el levantar voces de alarma por el avance del mal llamado “estado islámico”, mientras se mantienen intactas relaciones con el “estado judío.” Acabar con la ocupación de Palestina, incluyendo la discriminación sistemática en contra de la población no judía, es una condición central para acabar con la violencia en el resto de la región.
¿Qué pasaría si el presidente palestino Mahmoud Abbas dijese que Jerusalén es la capital eterna e indivisible de la “nación islámica” porque el profeta Muhammad ascendió a los cielos desde allí? Probablemente se vincularía a la OLP con el Estado Islámico o Al Qaeda. Pero cuando Netanyahu insiste en que Jerusalén es la “capital eterna e indivisible del pueblo judío por 3000 años” porque sus libros sagrados así atestiguan, eso tiende a ignorarse, en un grave error que incentiva el sectarismo religioso en la región. Ello es parte de la estrategia israelí para ser reconocido como un “Estado Judío”, algo que ciertos países europeos no han tomado con la seriedad que se requiere.
En paralelo, la coalición de gobierno israelí lleva a cabo una agenda legislativa acorde, que promueve la división de su propia sociedad en diversas comunidades religiosas y que entrega beneficios de manera acorde. Alrededor de 50 son las leyes contra los ciudadanos palestinos de Israel. Solo hace unos días el parlamento israelí aprobaba una extensión a la ley de ciudadanía que prohíbe a los ciudadanos palestinos de Israel (más del 20% de la población) obtener reunificación familiar en caso de casarse con palestinos de Palestina, por el mero hecho de que no son judíos (en paralelo, un judío israelí puede casarse con un judío de cualquier país del mundo y darle nacionalidad israelí por el mero hecho de ser judíos).
Se entiende en ese contexto de que hace un par de décadas Israel no haya visto con malos ojos la creación de Hamas, a quien asistió en sus inicios en orden de dividir a los palestinos entre seculares y religiosos luego de haber fallado por décadas en separar al movimiento nacional palestino entre los que vivían en el territorio ocupado y quienes lideraban las acciones desde el exilio. Esa obsesión con las divisiones en base a religión y/o origen se refleja claramente en la política israelí y es muy peligrosa para le región en su conjunto.
El uso de la religión Israel y sus agentes también lo hacen en su campaña internacional. Han sido grupos usando el nombre de la religión como el Comité Judío Americano quienes a nombre del “dialogo inter-religioso” han hecho lobby para impedir que una serie de iglesias cristianas tomen acción en contra las iniciativas de desinversión y boicot contra las colonias israelíes. Como parte de sus esfuerzos de propaganda, Israel ha paseado a un ex sacerdote ortodoxo, Gabriel Nadaf, para levantar un discurso islamófobo en nombre de la “protección de judíos y cristianos” en Oriente Medio. Ese mismo personaje, que paso por Madrid hace unas pocas semanas, no puede hacer misa en ningún lado de la llamada “Tierra Santa” debido al rechazo que provoca entre los cristianos por su agenda racista y belicista, donde llama a los cristianos a que se unan al ejército israelí, que a su vez paradójicamente reprime a otros cristianos.
Si se quiere detener al “Estado Islámico” de Baghdadi, también se debe detener al “Estado Judío” de Netanyahu. Para ello es importante dejar atrás el doble estándar y tratar a todas las religiones como lo que deben ser, alejadas de la política. El fin de la ocupación israelí y la consolidación de dos estados soberanos y democráticos para todos sus ciudadanos serian sin lugar a dudas la mejor prueba para toda la región del rol que la religión debe tener en nuestra región. Lamentablemente, hay quienes aún entretienen el discurso mesiánico de Netanyahu, transformando de cierta forma una situación de corte colonial como es el caso de palestino, en un conflicto religioso del que muy difícilmente se podrá salir.
El uso de la religión con fines políticos no es algo nuevo, lo que no quiere decir que no sea peligroso. En Palestina de eso ha sabido muy bien a través de los siglos, siendo las Cruzadas un muy buen ejemplo. En el periodo más cercano a nuestra historia, ha sido Israel quien ha utilizado la religión para justificar su accionar político. Más recientemente, grupos de corte islamista han hecho lo propio. Claro está, esto en algunos casos se acepta, con políticos conservadores europeos viendo a Israel como “la vanguardia de la civilización en su lucha contra la barbarie” (con esas palabras Teodoro Herzl, el padre del sionismo político definiría la importancia de crear un estado judío en Palestina), y en otros se critica y ataca.
Por ello es que no hace ningún sentido el levantar voces de alarma por el avance del mal llamado “estado islámico”, mientras se mantienen intactas relaciones con el “estado judío.” Acabar con la ocupación de Palestina, incluyendo la discriminación sistemática en contra de la población no judía, es una condición central para acabar con la violencia en el resto de la región.