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Memoria posfranquista: impostores y farsantes

La historia posfranquista es una historia de imposturas, comenzando por la de franquistas que se metamorfosearon en demócratas. Este travestismo ofrece un buen material tanto para la historiografía como para la ficción. Mas la obra que ahora aborda la impostura posfranquista no trata de tal metamorfosis, sino de otra de punto de partida inverso, la de una víctima común del franquismo que se transmuta en resistente excepcional al nazismo. Es El Impostor de Javier Cercas, objeto de gacetillas promocionales más que de críticas razonadas. Hay quienes lo consideran “libro del año”, del 2014. Encabeza listas de venta en el apartado de “ficción”, lo que no es.

Historia literaria que se pretende veraz y no novela histórica que se permite fabular, El Impostor se ocupa de una persona viva, con nombre y apellidos, Enric Marco Batlle, quien cometió la impostura de hacerse pasar por víctima del nazismo. Pero el autor presenta su obra en entrevistas de promoción con una moraleja que no se centra en el interés humano y las posibilidades literarias de una vida transcurrida, tras una iniciación de libertad republicana, entre la miseria del franquismo, la ansiedad ante su fenecimiento, la dedicación a la memoria de las víctimas del nazismo y, finalmente, en mayo de 2005, el retorno a una miseria distinta, la de verse en evidencia por la impostura. No. Su moraleja es más transcendente.

La moraleja se hace que transcienda a todo el antifranquismo, a la sociedad española y a la humanidad toda. El autor pretende que su relato es representativo de la memoria antifranquista, la cual estaría a su entender plagada de impostores que la utilizarían para hacerse con la atención pública y ver de capitalizarla. El propio antifranquismo habría sido una forma de desprenderse del franquismo interiorizado por la sociedad española. Y la humanidad entera sería proclive a la impostura. La historia de Enric Marco revelaría un rasgo universal de la condición humana: “Todos somos impostores”. Todos cedemos a la tentación de reinventarnos para ser queridos y admirados. Y todos tendríamos algo que ocultar.

Las imposturas por supuesto que abundan, más entre los verdugos. El mismo posnazismo está repleto de casos. Recuerdo para comparar uno entre los menos famosos, el de una criminal nazi que se sustrajo a la justicia, de nombre Elfriede Huth. Con veinte y pocos años, fue vigilante armada con perro adiestrado para la caza y el castigo de seres humanos en el campo de Ravensbrück, un campo para mujeres, judías y no judías, que comenzó siéndolo de concentración y acabó resultando de exterminio. Estuvo allí durante sus tiempos más atroces, los de los últimos meses de la guerra. Pudo tener participación en el intento de feminicidio masivo para borrar todo rastro testimonial de aquel matadero.

La jerarquía que imperaba sobre los campos nazis no admitía a mujeres en posiciones de autoridad. Ravensbrück no fue excepción, pero permitió más poder a las funcionarias sobre las reclusas. Durante la segunda mitad de los años cuarenta, el enjuiciamiento de mujeres nazis criminales afectó particularmente a las de Ravensbrück, acusándoseles no sólo por participación en operaciones de esclavización y exterminio, sino también por cooperación en experimentos igualmente letales de investigación en vivo sobre mujeres y niños. Elfriede Huth escapó a los ojos de la justicia. A finales de los cincuenta, emigró a los Estados Unidos. Allí contrajo matrimonio con un refugiado judío que había perdido a sus padres en el genocidio nazi. Adopta el apellido del marido, Rinkel.

Elfriede Rinkel evitó solicitar la nacionalidad estadounidense por el riesgo de que se revelara su pasado. El marido falleció en 2004. Al haber aparecido el apellido de soltera en la mortuoria, su identidad acabó descubriéndose. Interrogada por agentes estadounidenses, reaccionó con frialdad. Ya octogenaria, regresó a Alemania. Huía de nuevo, ahora de la deportación formal. Noticia dio la prensa en setiembre de 2006. El amarillista The Sun publicó un reportaje el 21 de febrero de 2009: Una abuelita amable y apacible que oculta un secreto perverso. Un periodista la localizó por teléfono: “No hay nada que decir. Olvídense”. Y le colgó. Una criminal nazi no judía ha vivido la mitad de su vida como judía en Estados Unidos. En internet se encuentran noticias y reportajes sobre Elfriede como sobre Enric. Respectivamente, nacieron en 1922 y 1921 y fueron desenmascarados en 2006 y 2005, a la misma edad.

Imaginémonos a un javiercercas alemán escribiendo La Impostora, la historia de Elfriede Huth. Como buen clon, le inspiraría el ansia de cancelación definitiva de la distinción espinosa entre verdugos y víctimas recurriendo a figuraciones novelísticas presentadas como certezas históricas. Elfriede, la guardiana nazi, se habría convertido sinceramente al judaísmo. Descubierto su pasado, su actitud de frialdad y silencio acusaría la conciencia trágica de la imposibilidad de comunicar, en su caso, la paz de espíritu alcanzada. Su vida como judía le habría redimido. Todo esto transcendería representando la redención del entero nazismo y de la totalidad de gente genocida reconciliada consigo misma. Con esto bastaría. No habría necesidad de investigación, justicia, arrepentimiento ni reparación.

He ahí un mensaje más aberrante en el contexto español que en el alemán, pues en España no ha habido justicia respecto al franquismo. En medios donde, mejor o peor, la conocen, el mensaje de El Impostor resultaría gratuito. Al faltar en España, todo es más incierto y manipulable. La alta probabilidad de que Enric Marco rehiciera su biografía para infiltrarse como confidente franquista en medios antifranquistas no la adopta Cercas como eje de su narración porque haría desmoronarse su moraleja de pulsión universal a la impostura. Como en el caso de los kapos judíos de los campos nazis que, inmigrados a Israel, fueron descubiertos y juzgados en secreto, las víctimas que recurren a la impostura suelen hacerlo por haber sido también verdugos.

Ante la incertidumbre, tratándose de vidas no ficticias, la de Enric Marco, la de Elfriede Huth o la de kapos, no hay derecho a pretender que se cuenta con “la verdad”. Habría que comenzar por no tratar a quien se biografía como a una criatura de novela aunque sólo fuera éste el respeto que mereciera. Cercas confiesa, iniciando su libro, que la ocurrencia de la impostura universal le ha servido para superar una depresión: “Soy un impostor”, no explica por qué. La vida de los otros se pone al servicio de la propia terapia tanto personal como política. Omnipresente a lo largo de su relato, Javier Cercas pugna con Enric Marco por ser el protagonista. Vanidad literaria y manipulación de la historia corren parejas. El éxito de dosis anteriores (Soldados de Salamina y Anatomía de un instante) ha generado hábito. Cercas sacrifica la historia que se apropia a la visión que propugna. Y ésta resulta ignominiosa. Achaca la mayor impostura a “la fúnebre industria de la llamada memoria histórica”, a la que nunca nombra sin descalificarla. Las víctimas del franquismo se hacen desaparecer de nuevo, ahora de la vista.

Entre las víctimas invisibilizadas figura Enric Marco aun en el caso de haber sido también verdugo; en concreto, que se sospeche, uno de los infiltrados responsables de la voladura controlada, durante la transición, del anarquismo organizado. Anarquista combatiente y derrotado en la guerra, su doble vida quizás comenzara en la Alemania nazi adonde había ido como trabajador voluntario, participando en una expedición organizada por un convenio de cooperación entre Hitler y Franco, y donde fue procesado por actividades subversivas e inexplicablemente absuelto. Las condiciones de su repatriación en 1943 se desconocen. Quedaría vendido durante el resto del franquismo. A cambio de una confesión parcial y renuente, Javier Cercas acaba impartiendo su absolución a Enric Marco. Mas la responsabilidad personal no es asunto ni de literatura ni de historia. No pueden éstas suplir a la justicia no habida.

Hoy en España, con la desmemoria histórica, pueden cultivarse, por gente que se profesa demócrata, una indulgencia dispuesta y una connivencia distante con la prolongada herencia del franquismo. Por otras latitudes, respecto a la propia memoria y sus secuelas, tales actitudes y tareas son propias de farsantes. Lo peor no es la distorsión del mercado de las ideas por la dignificación de productos como nuestro “libro del año”. Lo es la cobertura que se presta a la corrupción social, la degradación política y la depredación económica rampantes por la perpetuación de la impostura de los verdugos y sus descendientes tras una larga dictadura criminal.

La historia posfranquista es una historia de imposturas, comenzando por la de franquistas que se metamorfosearon en demócratas. Este travestismo ofrece un buen material tanto para la historiografía como para la ficción. Mas la obra que ahora aborda la impostura posfranquista no trata de tal metamorfosis, sino de otra de punto de partida inverso, la de una víctima común del franquismo que se transmuta en resistente excepcional al nazismo. Es El Impostor de Javier Cercas, objeto de gacetillas promocionales más que de críticas razonadas. Hay quienes lo consideran “libro del año”, del 2014. Encabeza listas de venta en el apartado de “ficción”, lo que no es.

Historia literaria que se pretende veraz y no novela histórica que se permite fabular, El Impostor se ocupa de una persona viva, con nombre y apellidos, Enric Marco Batlle, quien cometió la impostura de hacerse pasar por víctima del nazismo. Pero el autor presenta su obra en entrevistas de promoción con una moraleja que no se centra en el interés humano y las posibilidades literarias de una vida transcurrida, tras una iniciación de libertad republicana, entre la miseria del franquismo, la ansiedad ante su fenecimiento, la dedicación a la memoria de las víctimas del nazismo y, finalmente, en mayo de 2005, el retorno a una miseria distinta, la de verse en evidencia por la impostura. No. Su moraleja es más transcendente.