Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
El desmoronamiento moral de Europa
En los últimos días estamos viendo imágenes de asaltos a refugiados, de incendios provocados en albergues de acogida, de manifestaciones de extrema derecha que atacan a los refugiados, de policías que les persiguen y reprimen. Y todas esas imágenes me hacen acordarme de otras imágenes, de otros tiempos, de épocas en las que Europa también estaba en crisis, en que la sociedad europea se desmoronaba y hacía surgir movimientos políticos extremistas que sacudieron el continente durante los años 1920-1940, y que dejaron millones de muertos. El incendio de un albergue, mientras los manifestantes cantan e impiden el trabajo de los bomberos, recuerda a la quema de las sinagogas en noviembre de 1938.
Pero todo esto, aunque muy preocupante, no es lo peor que hemos visto en los últimos tiempos. Las reacciones de la sociedad solo son un reflejo de lo que los gobiernos y Estados están haciendo, aplicando unas políticas que se pueden considerar racistas, sin ninguna vergüenza o carga moral para ellos. Resulta sorprendente que se limiten las libertades, los derechos y las garantías legales y sociales de los refugiados, tan alegremente, sin tener en cuenta las consecuencias, solo porque es lo que un sector de sus votantes espera que se haga.
Hace unos meses, la Unión Europea condenaba a España por las “devoluciones en caliente” en Ceuta y Melilla, y ahora las considera dentro del nuevo marco legal que se está creando. Europa, después del tan cacareado tratado de libre circulación de los ciudadanos, permite ahora que Gran Bretaña cree ciudadanos de primera (los suyos) y de segunda (el resto de los ciudadanos de la Unión, que puedan necesitar asistencia en su territorio). Dinamarca ha aprobado una ley que permite la confiscación de los bienes de los inmigrantes a su llegada a las fronteras, como si quitarles su dinero, sus joyas o sus teléfonos vaya a modificar sustancialmente su balance presupuestario. Los partidos políticos conservadores alemanes exigen a la canciller Merkel que endurezca las medidas contra los refugiados y limite su entrada al país. La Unión Europea “soborna” a Turquía con una lluvia de millones de euros para que se encargue de servir de muro de contención ante la llegada de los inmigrantes.
La lista de estos desplantes sigue creciendo día a día. Y todos ellos tienen reminiscencias de esa época de los años más oscuros de la Europa de 1930-1940.
Y, nuevamente, la comunidad internacional reacciona tarde, mal y nunca, a lo que está pasando, igual que otras muchas veces. Igual que cuando durante la guerra de los Balcanes se masacraba a la población civil ante las narices de los Cascos Azules, sin que estos pudiesen hacer nada por evitarlo, por falta de un mandato legal. Lo mismo que ha pasado en otros genocidios, matanzas y guerras, como en Ruanda o Somalia. O en Irak, Afganistán… o lo que está pasando hoy en día en Siria.
La comunidad internacional se sienta, discute, conversa, rivaliza y debate para intentar llegar a una solución que no llega nunca, porque nunca se busca una solución acorde a las necesidades de la población afectada, sino que lo que se busca es mantener un equilibrio sociopolítico y geopolítico que favorezca los propios intereses. Sin tener en consideración lo que sucede en la zona de combate, sino tan solo lo que sucede en los mercados internacionales, en la necesidad de las industrias armamentísticas o en el precio del petróleo. Los Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia discuten sobre lo que hay que hacer en Siria, mientras los bombardeos de uno o de otro bando causan bajas entre los civiles, hombres, mujeres y niños, sin que a ninguno de los dirigentes de esos países les importe lo más mínimo.
Mientras tanto, solo algunos sectores sociales reaccionan y muestran su solidaridad con los mismos refugiados que los políticos desprecian, excepto cuando hacen alguna declaración grandilocuente sobre la necesidad de asistir a los más necesitados. Vemos a bomberos sevillanos salvando a personas en el Mediterráneo. Vemos a la población de las islas griegas asistiendo a los refugiados sin los medios adecuados, pero dándoles todo lo que tienen. Vemos recogidas de alimentos en los supermercados para poder distribuirlos entre los más necesitados.
Mientras tanto, la comunidad internacional (tal vez deberíamos decir la “comunidad internacional de los mercados”) sigue sentándose a discutir, a hablar sobre la conveniencia de unas medidas o de otras, pero sin llegar a ninguna conclusión efectiva. Solo que es necesario seguir discutiendo qué medidas aplicar para evitar que el problema llegue a nuestras puertas. “El problema se debe arreglar en el origen”. Cierto. Pero mientras el origen siga en guerra, tal vez el problema deba arreglarse de alguna otra forma, una forma que no castigue a la muerte, al exilio o a la pérdida de derechos a los que intentan salir del infierno.
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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.