Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Responsabilidad española en el genocidio nazi
Durante el último mes del pasado año, 2014, el Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación celebró una exposición sobre salvación de vidas judías del genocidio nazi por la diplomacia española: Más Allá del Deber. La Respuesta Humanitaria del Servicio Exterior frente al Holocausto. Ha sido sin embargo el último episodio de una política iniciada a mediados de los años cuarenta del siglo pasado, tras la derrota del nazismo, tendente a encubrir la responsabilidad del franquismo y, por tanto, del Estado español en aquel monstruoso genocidio.
El nazismo se propuso eliminar de Europa a judíos y roma (gitanos), así como de una zona de expansión alemana a eslavos, polacos y otros. Recurrió a todos los medios, incluido el exterminio masivo, sobre todo de judíos, para quienes también contempló la deportación mediante pago de rescate o confiscación de bienes. La colaboración con el franquismo se planteó especialmente respecto a dos grupos. Hitler ofreció a Franco la repatriación forzada de exiliados republicanos y la inmigración de los sefardíes, judíos hispanohablantes, considerando que también eran españoles por habérseles franqueado el acceso a la nacionalidad en 1924. Franco sólo se interesó, sin éxito, en los bienes confiscados a sefardíes. Sabía que la negativa a hacerse cargo podía implicar la muerte en campos de exterminio. Franco confiaba trabajo sucio a Hitler.
Hoy se tiene constancia de todo esto, no porque España haya abierto sus archivos, sino porque lo ha hecho Gran Bretaña, que consiguió descifrar las comunicaciones alemanas durante la guerra. Pero nada se desveló por entonces. Muy al contrario, Gran Bretaña, tras la derrota del nazismo, retorciendo la información, intentó por vía de diplomacia secreta que Estados Unidos aceptase el franquismo. Ahí comenzó a gestarse la leyenda de la salvación de vidas judías por Franco. Los casos de cooperación diplomática española para deportaciones con pago de rescate por parte judía se utilizaron cambiando su sentido colaboracionista al de asistencia a la evasión. El franquismo no ofreció refugio a judíos en suelo español ni tuvo la iniciativa de salvar vida alguna de sefardí ni de exiliado.
Podría pensarse que, pese a la depuración implacable del cuerpo diplomático por el franquismo, hubiera en su seno individuos humanitarios. El Ministerio español entiende que entre ellos destaca Ángel Sanz Briz, hoy apodado Ángel de Budapest, donde era encargado de negocios de la embajada española en 1944. Le dedicó una exposición en el setenta aniversario, a mediados del pasado año, en la sede del Instituto Cervantes de Budapest: Ángel Sanz-Briz, Justo entre las Naciones. Esta distinción de Justo entre las Naciones la concede Yad Vashem o Nombre sin Olvido, el memorial oficial israelí de las víctimas del Holocausto o genocidio nazi de judíos. Cuando se le ofreció a Sanz Briz, éste temió no poder aceptarlo, pues España no reconocía, ni lo hizo durante toda la dictadura, al Estado de Israel.
En 1967, siendo embajador en Perú, Sanz Briz solicitó del Ministerio autorización para aceptar la propuesta que le había trasmitido su colega en Lima el embajador israelí. Así la describía: “colocar una placa con mi nombre en el monumento construido en Jerusalem, que en hebreo llaman Yad Vashem, que (el embajador de Israel) tradujo al castellano como algo equivalente al Valle de los Caídos, en testimonio de gratitud por mi actividad en Budapest”. La respuesta daba largas: “Es muy posible que el caso que planteas, por las especialísimas circunstancias del mismo, deba tener otro tratamiento”. Se motivaban las largas aduciéndose amistad con “los países árabes” que preservar y acechanza del “sionismo internacional” que prevenir. Israel cortejaba al franquismo reanimando la leyenda de la salvación de sefardíes, pero la dictadura seguía jugando bazas antisemitas.
¡Menuda traducción la de Valle de los Caídos para Yad Vashem! La asimilación aberrante entre un monumento de exaltación del genocidio casero y el memorial de las víctimas judías del genocidio nazi pertenece seguramente a Sanz Briz, no al embajador israelí; en todo caso, el español la daba por buena. Delata, si no cinismo, mentalidad franquista sin reservas ni de conciencia. ¿Es esto un alma justa? Ángel Sanz Briz es Justo entre las Naciones en Yad Vashem. El catálogo de la exposición Mas Allá del Deber, con su narrativa inverosímil sembrada de datos sesgados, registra la distinción hurtando claves. Por su parte, Yad Vashem, porque sea un memorial debido, no es una fuente fiable. Y no sólo hubo Holocausto o Shoah (catástrofe en hebreo). Hay otras carnicerías nazis con nombre hoy igualmente propio, como la de gitanos, Porraimos (devorar en romaní).
He dicho genocidio casero porque lo hubo. Gentes como Emilio Mola, Francisco Franco y Gonzalo Queipo de Llano habían lanzado en España, a las puertas del genocidio europeo, no sólo una guerra, sino también una política de exterminio selectivo, para lo que tuvieron desde el comienzo la cooperación de la Italia fascista y la lograron enseguida de la Alemania nazi, además de contar con la no menos decisiva de la jerarquía española de la iglesia católica. Ante el problema de que el caso español, por no perseguirse la eliminación de todo un pueblo, no pueda calificarse en rigor de genocidio, recordemos que fueron políticas concertadas. Genocidio fue el nazi y lo fue el franquista, uno mismo al cabo. La complicidad española en el genocidio europeo fue prolongación del genocidio patrio, sefardíes incluidos, abandonándose a la muerte a un pueblo hispanodescendiente por extraño a la religión cristiana del franquismo y al franquismo mismo.
Hoy es cuando existe diferencia. El genocidio nazi está reconocido a efectos de justicia y reparación mientras que el capítulo español, no. No lo está como tal, como un delito imprescriptible por derecho internacional. La tipificación del genocidio por el código penal español en 1971, durante el franquismo, fue y es una burla más. Sólo guarda las apariencias con el derecho internacional. ¿Nos imaginamos a la Alemania nazi, de haber vencido en la guerra, eliminado de Europa a judíos y gitanos y desplazado o arrinconado a otros pueblos, tipificando como delito el genocidio?
Hoy, en relación a la última guerra mundial, España, de una parte, celebra exposiciones y, de otra, mantiene cerrado archivos porque sabe que incurrió en una responsabilidad internacional e interna que todavía no ha saldado. Las exposiciones ofrecen coartada. Repásese el catálogo de Más Allá del Deber: la historia se trae prácticamente hasta hoy con noticias y fotos como, por ejemplo, de la visita de una reina grecohispana a un grupo de niños sefardíes de la Bosnia sometida de nuevo a genocidio. ¿No es la coartada misma sangrante, figuradamente ahora por supuesto? Adviértase que se trata de políticas transversales, sin diferencias significativas por la alternancia de gobiernos. El negacionismo español de responsabilidades en un genocidio europeo que comenzó en casa constituye una constante oficial hasta hoy. Con la herencia habida del franquismo, no se han colacionado sus responsabilidades.
En este último mes de enero España ha pasado en Naciones Unidas el Examen Periódico Universal ante el Consejo de Derechos Humanos, cuya acta aún está en borrador. La Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos emite su informe recopilatorio de la trayectoria reciente de España ante sus diversas instancias, entre ellas la del Relator para la Promoción de la Verdad, la Justicia, la Reparación y las Garantías de No-Repetición. He aquí algo del recordatorio: dicho relator “recomendó al Gobierno que valorara las alternativas y privara de efecto a las disposiciones de la Ley de Amnistía que obstaculizaban todas las investigaciones y el acceso a la justicia en relación con las graves violaciones de los derechos humanos cometidas durante la Guerra Civil y el franquismo”; “exhortó al Gobierno a que identificara los mecanismos adecuados para hacer efectiva la nulidad de las sentencias dictadas en contravención de los principios fundamentales del derecho y las debidas garantías procesales durante la Guerra Civil y el franquismo”.
La respuesta española sigue siendo transversal entre gobiernos de un signo o de otro. Se trata de tópicos tan manidos como el del éxito redondo de la transición que se arriesgaría de investigarse responsabilidades del franquismo. La constante negacionista resulta al parecer irreversible. El Valle de los Caídos sigue ahí. Salvo recientemente el fallido intervalo de un gobierno socialista, el de 2004-2008, son bastantes las políticas transversales lesivas de derechos desde la Constitución hasta hoy. ¿Podemos revertir la tendencia no sólo para defender derechos, sino también para asumir responsabilidades? La asunción de responsabilidad es también una forma de defender derechos.
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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.