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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

El “Efecto Snowden”

Pilar Eirene de Prada

Las entrevistas de Ana Pastor en El Objetivo y de Marta Peirano en eldiario.es -las únicas concedidas por el whistleblower americano a un medio de habla hispana hasta la fecha- desvelan un personaje que no deja indiferente a nadie. Con aspecto de chico bueno que jamás ha roto un plato y una tranquilidad abrumadora habla de temas escalofriantes. Afirma que todos somos objeto de espionaje masivo e indiscriminado. La evolución tecnológica lo ha permitido, haciendo que la recopilación masiva e indiscriminada de datos sea barata y rápida. Los Gobiernos ya no se encuentran en la situación de tener que decidir a quién vigilan, sino que tienen la capacidad de vigilarnos a todos en todo momento y almacenar esa información por si se “vuelve interesante” en el futuro y para ejercer control sobre los ciudadanos, adquiriendo una posición de supremacía, porque la información es poder. Snowden lo confirmaba ayer: “espiábamos a personas que no eran sospechosas de nada”.

La información de nuestras llamadas, emails, SMS o búsquedas de Google es almacenada indiscriminadamente y no solo por parte de Estados Unidos. Snowden afirmaba con rotundidad en su entrevista que el Gobierno español también nos vigila y que al negarlo está faltando a la verdad. Estados Unidos, en cambio, no pudo negar el hecho ante la evidencia de las revelaciones, pero se escuda en que no viola la privacidad de nadie, puesto que no accede al contenido de la información y solo almacena metadatos.

Los metadatos, esa es la palabra mágica en la que se escudan Gobiernos y empresas a la hora de justificar sus comportamientos y negar que están invadiendo nuestra privacidad. La realidad es muy distinta. Los metadatos son los datos sobre los datos, ofrecen información sobre el contexto -el dónde, cuándo, cómo y con quién- en forma de datos matemáticos que triangulados adecuadamente aportan más información, más rápida, precisa, fácil de analizar y mucho más operativa sobre cada individuo y su entorno social, sin que sea necesario acceder al contenido de la información en sí. Snowden explicaba que “es como tener a un investigador privado siguiéndote”. Son capaces de crear tu “patrón de vida”. Todo ello sin ningún tipo de control judicial o de cualquier otro tipo que garantice los derechos mínimos de los ciudadanos. El resultado es una situación de gravísima, absoluta y permanente violación del derecho a la privacidad.

La magnitud de las revelaciones de Snowden provocaron desde el primer momento un huracán de reacciones, un auténtico efecto dominó que se proyecta sobre el futuro. Conscientes de ello, las primeras reacciones estadounidenses buscaron dañar la credibilidad del whistleblower. Le llamaron traidor y hasta le acusaron de ser espía ruso para tratar de deslegitimarlo, pero en las entrevistas se percibe a una persona con un claro perfil ético en todas sus decisiones. Era consciente de los gravísimos costes que podían tener para él las revelaciones, pero el sentimiento de responsabilidad pesaba aún más.

Se vigila a personas que no guardan ninguna relación con la violencia, el crimen o el terrorismo. Se han vigilado a jefes de Estado, organizaciones internacionales como UNICEF o conversaciones en torno a acuerdos comerciales. El objetivo de todo esto no está relacionado con el terrorismo, sino con el espionaje económico y diplomático y con el control social.

El impacto y la escala de lo que estamos hablando ha provocado que, desde que salieran a la luz las revelaciones, numerosos organismos internacionales hayan mostrado su gran preocupación por esta maquinaria internacional de vigilancia masiva que supone una amenaza para los derechos humanos de primer orden. Así lo manifestaron las primeras resoluciones de la Asamblea General de Naciones Unidas al respecto -Res.68/167 de 2013- y el informe del Alto Comisionado para los Derechos Humanos sobre “el derecho a la privacidad en la era digital” (de junio de 2014). La preocupación es tal que llevó a la creación por parte de Naciones Unidas en julio de 2015 de una relatoría especial sobre el derecho a la privacidad, que se ha dado prisa en empezar a trabajar y acaba de publicar el pasado 8 de marzo su primer informe al respecto.

También se han registrado movimientos a nivel europeo. La Resolución del Parlamento Europeo del pasado 29 de octubre relativa a la vigilancia masiva de ciudadanos europeos reconoció, entre otras cosas, el importante papel jugado por Edward Snowden e hizo un llamamiento a los países europeos para garantizarle asilo al considerarle un defensor de los derechos humanos. Pese a ello, todavía ningún Estado ha manifestado la intención de concederle asilo de manera permanente. Una paradoja que mantiene el futuro del autor de una de las mayores revelaciones de la historia pendiendo de un hilo. Todo ello fruto de la hipocresía diplomática o, quizás, del miedo de los Estados a enfrentarse a la todopoderosa Norteamérica.

A nivel judicial, el famoso caso Europa contra Facebook por vulnerar las reglas europeas de protección de datos se originó gracias a las revelaciones de Snowden sobre el proyecto Prism. También el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha entendido el riesgo para los derechos humanos que supone la interceptación de las comunicaciones sin un debido control. Así lo ha mostrado en una reciente sentencia contra Rusia, que busca sentar un sólido precedente sobre lo que entiende como un problema de dimensión global.

En Estados Unidos el caso del FBI contra Apple está levantando también una gran expectación. En este caso, Apple se ha convertido en defensora de nuestra privacidad, aunque por mero instinto de supervivencia empresarial.

Estos son solo algunos de los ejemplos del “Efecto Snowden”. Sin embargo, es solo el principio del camino. Los ciudadanos todavía no somos verdaderamente conscientes de las dimensiones del problema. Seguimos creyendo en el manto del anonimato que nos proporciona la red y nos escudamos en el nada que esconder, pero Snowden se muestra tajante en este sentido: “la privacidad no es sobre tener que ocultar algo, sino sobre protegerlo”. El almacenamiento masivo de datos por parte de las agencias de seguridad de todo el mundo es innecesario, desproporcionado y excesivo. No conduce a nada bueno, no resulta ni personal ni socialmente admisible. Es ilegítimo y abusivo.

Es necesario poner freno a todo esto. Se deben imponer mecanismos de control que eviten estos sistemáticos abusos. Y no olvidemos tampoco el papel que juegan las empresas proveedoras de servicios de telecomunicaciones en todo esto. Son las que proporcionan la información a los gobiernos. Desde el momento en el que la información traspasa el límite de nuestros ordenadores, teléfonos, etc., entienden que deja de ser privada y, por lo tanto, es suya. Cuando pulsamos la tecla de llamar o enviar deja de estar bajo nuestro control, expuesta a ojos ajenos.

Snowden expresaba que es imprescindible más transparencia democrática: “para ejercer el control democrático es necesario saber qué hacen los gobiernos”. Si queremos pedir explicaciones a nuestros gobiernos, primero tendremos que saber qué hacen. Es por tanto un tema de Democracia con mayúsculas.

Tenemos la obligación como ciudadanos de informarnos, concienciarnos y exigir que se respeten nuestros derechos, porque es una realidad: nos siguen vigilando y robando nuestra privacidad.

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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

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