Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
El tránsito de la derecha española al neofranquismo
Vivimos un auge del neofascismo que, en España, adopta la forma de neofranquismo. Ello no se expresa sólo en la aparición de Vox, sino, también, en el claro tránsito ideológico del PP de Rajoy al de Casado, o en el del primer Ciudadanos que se definía como socialdemócrata, laico y no monárquico, al actual. Como se explica este auge?
Solemos escuchar, a menudo, que es una reacción al Procés. No obstante, las causas son más complejas. El fenómeno requiere una doble explicación: por un lado, una explicación global. El auge del neofascismo en España no puede entenderse aisladamente sino en el marco de una tendencia global en este sentido (Trump, Bolsonaro, Frente Popular francés, Alternativa alemana, etc.). Y, por otro lado, una explicación particular. Las determinaciones históricas propias de España hacen que el neofascismo franquista sea muy distinto al neofascismo inglés o francés.
Empecemos por la explicación global. Cualquier proyecto político de la derecha ha estado, siempre, orientado a establecer las condiciones para la reproducción del capitalismo. El hecho de que este último no sea un modo de producción estático sino cambiante, hace que el proyecto político que necesita, en cada momento histórico, sea también distinto. Así pues, mientras el capitalismo del s. XIX, en su fase de libre competencia, necesitaba del constitucionalismo liberal temprano como proyecto político. Y, el capitalismo del s. XX, en su fase monopolista de Estado, del Estado social. El neofascismo constituye el sistema jurídico-político necesario y funcional a la actual fase de transición hacia una nueva forma de capitalismo.
La forma de organizar la producción, la acumulación y el consumo del nuevo capitalismo requiere, cada vez menos, de las tres patas de la Constitución democrática: derechos de libertad, derechos sociales e instancias democráticas de mediación Capital-Trabajo.
En primer lugar, en el siglo XX la relación entre empleador y empleado se formalizaba a través del contrato de trabajo, para cuya firma ambas partes requerían de igualdad jurídica y libertad. Un menor de edad o un incapacitado no puede firmar un contrato. El funcionamiento del capitalismo requería, primero, dotar de libertad a los individuos para, a continuación, pactar la abolición de la misma por vía contrato de compra-venta de fuerza de trabajo. El actual capitalismo financiero y automatizado, al requerir menos trabajo, combina la expulsión de una gran parte de los trabajadores hacia el desempleo y la reconversión del resto hacia formas de trabajo precario no contractual o falsos autónomos. Ello lleva a una progresiva desaparición del contrato como figura central de organización del proceso productivo, no requiriendo ya de derechos de libertad para organizar el mismo.
En segundo lugar, los derechos sociales, entendidos como un salario indirecto a los trabajadores organizado por el Estado, eran fundamentales para que el Capital productivo pudiera propiciar el consumo de la población a través del salario. Si el Estado se hacía cargo de los costes de educación, sanidad, etc. el excedente salarial del trabajador a fin de mes era mayor y su capacidad de consumo efectivo también. Sin embargo, en el marco de un capitalismo financiero donde la inversión y ganancia ya no se hace por vía productiva sino financiero-especulativa, el consumo ya no se propicia por vía salarial sino a través del crédito o consumo endeudado, que es donde el capital a interés se multiplica. La actual forma de organizar el consumo ya no requiere de derechos sociales sino de endeudamiento personal como forma de autorreproducción individualizada de las personas.
Y, en tercer lugar, la desactivación, por vía de reformas laborales y culturales, de la capacidad organizativa y de la ideología de los trabajadores, hace que ya no se requiera de instancias democráticas de mediación Capital-Trabajo para evitar una potencial revolución o conflicto, que ya no supone un peligro.
En este contexto, el neofascismo se conforma en el sistema jurídico-político más adecuado para llevar a cabo, durante el tránsito de la vieja a la nueva fase, la destrucción de estas tres patas de la Constitución democrática que ya no le serán necesarias al capitalismo de las próximas décadas. Además le permite construir, en el marco de sociedades sin estructuras colectivas de solidaridad, nuevas formas de cohesión social a partir del discurso del odio contra un enemigo común externo e interno. Y conformar un Estado policial penal que reprima duramente las resistencias que puedan surgir fruto del malestar social, a la vez que genera miedo para evitar que se reproduzcan. Esto explica por qué la derecha mundial, como proyecto político funcional a las necesidades de reproducción del capitalismo, está transitando hacia discursos neofascistas.
Ahora bien, por otro lado, el neofranquismo requiere, también, una explicación particular. Las derechas no adaptan su proyecto a las necesidades presentes del capitalismo al margen de los elementos culturales heredados de su propio país. El neofascismo no es un proyecto desculturalizado y sin pasado, sino fuertemente entrelazado con la historia particular de su territorio. Eso explica por qué a pesar de ser funcionales a un mismo modelo de económico de capitalismo, el neofascismo norteamericano, español, inglés o alemán adoptan formas totalmente distintas.
La transición española (1975-1978) no fue un proceso de ruptura con el pasado sino de reforma, con fuertes rasgos continuistas, del régimen franquista. Ello ha hecho que, durante estas últimas décadas, se hayan mantenido plenamente presentes, en muchos aspectos de la vida cotidiana española, elementos que operan como aparatos ideológicos reproductores de un franquismo sociológico. Tales elementos propician un campo sociológico idóneo para que la derecha española pueda construir su proyecto neofascista alrededor del imaginario colectivo propio del franquismo y, a la vez, que éste conecte con amplios sectores de la población. Por eso el neofascismo adopta, en España, la forma de neofranquismo.
En resumen, la única forma de entender el auge del neofascismo en España, en su forma neofranquista, es compaginando una explicación global, que permite entenderlo como parte de un fenómeno mundial de transformación del discurso y proyecto político de la derecha global que opera en relación y de manera funcional a la nueva forma de ser del capitalismo en la que estamos entrando. Con una explicación particular, que permite conectarlo con las de determinaciones históricas particulares de la España de los últimos ochenta años y entenderlo como proyecto político con rasgos particulares y propios diferenciados del resto de neofascismos en auge en otros países.
Vivimos un auge del neofascismo que, en España, adopta la forma de neofranquismo. Ello no se expresa sólo en la aparición de Vox, sino, también, en el claro tránsito ideológico del PP de Rajoy al de Casado, o en el del primer Ciudadanos que se definía como socialdemócrata, laico y no monárquico, al actual. Como se explica este auge?
Solemos escuchar, a menudo, que es una reacción al Procés. No obstante, las causas son más complejas. El fenómeno requiere una doble explicación: por un lado, una explicación global. El auge del neofascismo en España no puede entenderse aisladamente sino en el marco de una tendencia global en este sentido (Trump, Bolsonaro, Frente Popular francés, Alternativa alemana, etc.). Y, por otro lado, una explicación particular. Las determinaciones históricas propias de España hacen que el neofascismo franquista sea muy distinto al neofascismo inglés o francés.