Armenia, el país sin fronteras

J. A. .A.

Es un pueblo pequeño, pero orgulloso. Y tienen razones para ello: son una de las naciones más antiguas del planeta y sus reyes se codearon con los de Mesopotamia. Pero esta nación del sur del Cáucaso, en el cruce de Asia y Europa, de Rusia y Oriente Medio, se quebró sobre todo a partir del genocidio que sufrió a manos de Turquía entre 1915 y 1922.

Esa fue la base de la dispersión de sus habitantes por todo el mundo. Hoy apenas son tres millones los que viven en la República de Armenia, en el agitado Cáucaso, pero hay como mínimo siete millones de armenios repartidos por todo el mundo y que siguen sintiendo la llamada de la patria de sus mayores. La sombra de Ararat, un documental de Miguel Ángel Nieto que se puede ver estos días en la Cineteca de Matadero (metro Legazpi, Madrid), retrata, a través de la emoción, a esta nación dispersa, generosa y fascinante.

“Conocí lo que es Armenia a través de mi amigo Ljubo Berberijan, un médico yugoslavo que vivía en Sarajevo y que era de abuelos armenios. Y a partir de ahí comencé a indagar y a enamorarme de esta tierra”, relata Miguel Ángel Nieto, periodista de largo recorrido, reportero de guerra, escritor y director premiado por varios reportajes televisivos.

Han sido necesarios más de dos años de trabajo y muchos miles de kilómetros –por Francia, Rusia, España, Oriente Medio, varios países caucásicos y por supuesto Armenia–, para llegar finalmente a estos sesenta minutos que atraparán a cualquier espectador que se acerque a verlos.

El hundimiento de la antigua Unión Soviética en 1991 fue el último golpe que se llevó este pequeño país, aún conmocionado por el genocidio turco de la primera década del siglo XX. Se calcula que hubo cerca de millón y medio de víctimas, hombres, mujeres y niños -cerca del 90% de las personas que vivían allí- en esos años de terror y exterminio sistemático. La caída de la URSS les dejó sin gas, sin electricidad, sin trabajo, sin la más mínima red de soporte social. Fue la década oscura, como la recuerdan allí. “Pasas por Armenia y ves las colinas peladas: tuvieron que talar todos los árboles para poder calentarse en esos años de sombras”, explica Nieto.

Pero el coraje de este pueblo se puede ver posiblemente en los testimonios de los muchos artistas, intelectuales, hombres de negocios, escritores, cineastas, que siguen reclamando su origen armenio. Como Ara Malikian, el genial violinista que vive en Madrid y que explica: “He nacido en Líbano, he vivido en muchos países, y ahora soy español, y antes alemán o francés, pero siempre armenio”.

Charles Aznavour, cantante francés también de origen armenio, con más de noventa años pero con una vitalidad absoluta, da lo que es para muchos la clave de su identidad perdida: “Soy cien por cien armenio y cien por cien francés. Soy un café con leche, que una vez que se mezcla ya no puedes separar una cosa de la otra”.

El monte Ararat que da título al documental, esas alturas inmensas donde sitúan los estudiosos el lugar donde llegó Noé y amarró el arca que salvaría a la humanidad, es la montaña sagrada para los armenios. Se ve desde todo el país, pero hoy está en territorio turco, como un símbolo de esa identidad indestructible que ha aguantado desde hace miles de años los zarpazos de la historia.