Titan es una de las lunas de Saturno y uno de los rincones del sistema solar que mejor conocemos, porque es el que más se parece a la Tierra. Fue precisamente un astrónomo español, Josep Comas i Solà, el primero en sugerir que Titán podía tener atmósfera. Lo hizo en 1907, observando un oscurecimiento en el borde con un anteojo de 108 mm.
Tuvimos que esperar casi 50 años para confirmar esa intuición, gracias a tecnologías nuevas y trepidantes. Pero la posibilidad de una tierra alternativa ha intoxicado los imaginarios de muchos pensadores interplanetarios, incluyendo a Stanislav Lem (Fiasco), Arthur C. Clarke (Regreso a Titán), Isaac Asimov (Los anillos de Saturno), Kurt Vonnegut (Las sirenas de Titán) y Robert A. Heinlein (Amos de Títeres). Y a artistas como Andy Gracie, británico afincado en Barcelona, padre de dos hijos y de una saga de moscas diseñada para vivir en Titán.
Poca broma: en Titán se disfruta una temperatura de -180º y se respira un ambiente de nitrógeno, amoniaco e hidrocarburos. La presión es 1.5 veces la de la Tierra. La Drosophila titanus es una mosca de la fruta que podría, en potencia, sobrevivir en ese ambientazo. Gracie lleva trabajando en ella desde 2012 y sus tácticas de darwinismo selectivo para la pequeña cocina son un retrato necesario y comprensible de nuestro gran sueño colonial: abandonar este planeta usado y trasladarnos felizmente a un planeta más bello, más joven y lleno de petroleo alienígena.
La Drosophila titanus es una de las protagonistas de Materia Prima. Experimentos en arte digital y ciencia, una muestra de la LABoral de Gijón cuya intención es producir nuevas maneras de pensar el mundo encerrando artistas en el laboratorio. Por ejemplo: ¿Estamos más dispuestos a atravesar los seis círculos del infierno evolutivo para salvaguardar nuestra especie que a dejar de fumarnos el planeta?
Alquimia del siglo XXI
El artista en el lab es trending topic hasta en España, donde los premios Vida llevaban 15 años reconociendo proyectos con ese perfil. Pero el director artístico de Ars Electrónica Gertfried Stocker, comisario de la muestra, también quiere que esos artistas vuelvan a mirar el mundo sin más tecnología que la imaginación o, como mucho, el anteojo de Comas i Solà. En Materia Prima se impone la visión alquímica de un mundo donde los elementos constitutivos del universo son aún misteriosos.
Gracie es un veterano de esa intersección; antes de ser criador de moscas ha explorado la microbiología, la astrobiología y la inteligencia artificial, pero respetando siempre los márgenes de la disciplina que le acoge. En ese sentido es interesante comparar su trabajo con el de Agnes Meyer-Brandis. Favorita en los festivales por sus instalaciones vistosas y minuciosamente documentadas, la alemana elige la imaginación sobre las idiosincrasias de la ciencia. Donde Gracie cría dípteros braquíceros para colonizar una Tierra futura, Agnes entrena a una familia de gansos para volar a la luna, un experimento imaginario a medio camino entre Francis Godwin, Melies y Nils Holgersson.
Su intervención para Materia Prima, Teacup Tools, es una mesa de té bucólicamente arbolada donde las tazas incluyen instrumentos que miden “aerosoles, residuos, lluvia y datos” que caen del cielo. La información hace que las tazas “cibernéticas” suban y bajen y los visitantes pueden acceder al entramado conectándose a un wifi local. En una línea narrativa similar, el Environment Dress, de María Castellanos y Alejandro Valverde propone una coraza reactiva al medio (“las distintas variaciones de ruido, temperatura, presión atmosférica, radiación ultravioleta, o cantidad de monóxido de carbono”) y asiste al portador en la mejor gestión de sus recursos.
Futurismo sostenible
Como es natural, hay mucho JG Ballard y mucho HR Giger. Entre las proyecciones futuristas con trasfondo de crítica social destaca Opimilk, del Museo de Ciencia de Dublín, que pretende acabar con la industria de los analgésicos modificando genéricamente a una familia de vacas para que integren en su leche algo llamado Opiorfina. Esta mágica y analgésica sustancia aparece naturalmente en la saliva de algunos animales y es seis veces más potente que la morfina. Una buena noticia para aquellos que sufren migraña cuando ingieren productos lácteos. La pistola genética de Rüdiger Trojok es un dispositivo biobalístico que parece un tirachinas eléctrico sirve para para disparar sobre una célula una partícula de oro cubierta de ADN que, una vez dentro, se separa de su coraza para modificar inadvertidamente a su portador.
El artista belga Nick Ervinck se inspira en la forma de los órganos y entresijos humanos representados en los manuales de biología para generar “una laringe (o caja de voz) enloquecida”, una escultura expresionista y visceral titulada siniestramente AGRIEBORZ. Tanto o más perturbadora, la serie Seh-Forschung de la suiza Cornelia Hesse-Honegger documenta las mutaciones de insectos recogidos en zonas cargadas de radioactividad, como Chernóbil. Los dibujos son dulces colorines, prácticamente naive, aspecto que consigue aumentar su carga dramática, como si un grupo de niños transmitieran sin darse cuenta los primeros síntomas del apocalipsis. Esta pieza resulta especialmente apropiada en el contexto de talleres en el que está incluída.
La muestra trasciende al espacio, forma parte de la Red Europea de Arte Digital y Ciencia, un proyecto cofinanciado por la UE que une al CERN y el Observatorio Europeo Austral con seis socios artísticos coordinados por Ars Electronica: el Centro para la Promoción de la Ciencia (Serbia), la Galería DIG en Eslovaquia, la Fundación Zaragoza Ciudad del Conocimiento, la galería Kapelica en Eslovenia, GV Art en UK, la Science Gallery de Dublín y la propia LABoral en Gijón.
Finalmente, es ya norma habitual en las exposiciones de new media que haya una instalación japonesa que, por ambición, delicadeza o tecnología, brilla con la luz cegadora e injusta de un elfo en tierras ajenas. En este caso, el elfo es Chijikinkutsu de Nelo Akamatsu, una habitación forrada de vasos de agua con agujas magnetizadas y alambres de cobre donde un campo magnético temporal hace cantar a los elementos. Por esta pieza merece la pena ir a horas intempestivas en que no haya nadie.
En reencarnaciones anteriores, el artista recomendaba a los visitantes que se tumbaran en el sueño y cerraran los ojos, atentos al bailar del metal. En este caso, el cemento pulido del edificio -extraordinariamente conductivo- imposibilita el silencio. Pero escuchar la música de las agujas todavía produce un trance. Y meditar en tiempos de desgobernabilidad es pura magia.