El arte que salió de la rabia, llenó las paredes y acabó con el silencio sobre el sida

Ángeles Oliva

20 de febrero de 2022 22:45 h

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En marzo de 1986 Nueva York se llenó de carteles negros con dos palabras escritas en blanco bajo un triángulo rosa: “Silence = Death” (Silencio = Muerte). Aquella fue la primera imagen icónica del activismo antisida, que se estamparía después en camisetas, chapas y pegatinas. Y fue también una creación artística hecha de manera urgente para circular fuera de los museos, usando técnicas del arte de guerrilla para llegar a la máxima población posible.

Mientras el VIH mataba a miles de personas, la falta de acción del Gobierno, el silencio, la escasez de fondos para investigación y la falta de información, hicieron que los propios afectados por el VIH se pusieran en pie para señalar a los culpables y buscar soluciones. Una de las vías para ello fue la creación artística, con el colectivo ACT UP a la cabeza, que creó los ejemplos de arte político más radicales y relevantes de finales del siglo XX.

Andrea Galaxina (Santander, 1986) publica 'Nadie miraba hacia aquí. Un ensayo sobre VIH/SIDA' (El primer grito). Galaxina explica que “fue una crisis terrible” y muestra “cómo con estrategias alternativas como el apoyo mutuo, la autoorganización y los cuidados, se pudo hacer más vivible la vida”. “Es muy inspirador ver cómo se organizó el activismo y la producción cultural en esta crisis. Ahora que estamos en una situación de crisis de salud, de aumento de la precariedad y ascenso del fascismo, ver que en la Historia han existido fórmulas que han permitido a la gente tener vidas más dignas, es inspirador, te empodera”, señala.

El inicio de la crisis del SIDA

El 5 de junio de 1981 se publicaron los primeros casos reconocidos de VIH en una revista médica de Estados Unidos, en la que se hablaba de cinco casos de hombres homosexuales con un tipo muy poco común de neumonía y de cáncer.

Ronald Reagan llevaba seis meses en el poder y con él las políticas represivas, que buscaban desactivar los movimientos activistas que habían crecido en los años 70. El feminismo, el movimiento por los derechos civiles o el movimiento de liberación gay eran enemigos para la moral conservadora. El movimiento antiabortista adquirió una enorme fuerza en ese momento, apoyado desde la Casa Blanca. Y en paralelo, las políticas económicas fueron recortando el acceso a los recursos esenciales de las personas más vulnerables.

La homosexualidad seguía siendo ilegal en Estados Unidos. La práctica de sexo anal y oral entre adultos del mismo sexo estaba prohibida, incluso en privado, y se podía multar o encarcelar a alguien si llevaba más de tres prendas que no correspondían a su género. La homofobia y la falta de información sobre el SIDA hicieron que se criminalizara a los homosexuales y se les culpara de propagar la enfermedad. Y aunque en 1983 se descubrió que su causante era un virus, los medios señalaban dos tipos de víctimas: las inocentes, que se habían contagiado por una transfusión o durante el embarazo, y las culpables, los gais promiscuos.

Tu rabia es tu fuerza

Ante esa situación, los grupos activistas quisieron canalizar la ira para producir un movimiento transformador. El colectivo más importante fue ACT UP, que apostaba por la acción directa y la desobediencia civil y utilizaba las herramientas artísticas para realizar acciones espectaculares. “ACT UP va a tener mucha influencia —dice Andrea Galaxina—, frente a un tipo de activismo más acomodado o asistencial, propone estrategias de acción directa para transformar la realidad. La rabia canalizada a través de sus acciones provocó cambios muy importantes sobre cómo se contaba la epidemia y cómo se representaba a los enfermos”. Y también supuso cambios en los protocolos sanitarios, ya que consiguió, por ejemplo, que se incluyeran los síntomas del sida en las mujeres y así se las reconociera como afectadas. “ACT UP puso el VIH en la agenda y esto parte de la rabia: si no lo hace nadie, lo hacemos nosotros”, añade la investigadora.

El cartel 'Silencio=Muerte' acabó teniendo un enorme poder transformador y con él se financiaron muchas de las acciones del colectivo. “Es la obra fundamental del arte de la crisis del sida, su impacto excede a la propia crisis y se ha extrapolado a otras cuestiones como la homofobia o el racismo”, apunta Andrea Galaxina. La obra es anterior a la fundación de ACT UP. Fue idea de un grupo de personas que, en 1986, se reunían en Nueva York para compartir sus vivencias sobre el VIH y que decidieron pasar a la acción política y llegar a la comunidad lésbica, gay y a la población general. Todos pertenecían al mundo del arte, el diseño y la publicidad, conocían los códigos que podían funcionar y decidieron que el cartel era la herramienta. El lema llevaría encima el triángulo rosa con que los nazis marcaban a los homosexuales en los campos de exterminio. Después de imprimirlo, se dieron cuenta que el triángulo estaba al revés, apuntando hacia arriba, y eso les gustó más: daba la vuelta a la idea de víctimas y las volvía poderosas.

New Museum, un museo con una línea curatorial alternativa, encargó a ACT UP hacer un instalación en relación al SIDA para sus escaparates. Así nació el colectivo Gran Furry, que realizó una gran producción artística conectada con las acciones de ACT UP. Para el New Museum hicieron una instalación en la que volvían a conectar la idea del Holocausto con el sida, utilizando imágenes de los juicios de Nuremberg frente a fotos de personajes públicos que habían hecho declaraciones homófobas.

Gran Furry era un grupo de creadores con una relación muy cercana al mundo del arte institucional. Su primer encargo para realizar una obra de arte público fue en 1990 con Kissing doesn´t kill (Besar no mata), que se colocó en los laterales de autobuses de muchas ciudades del país. “Recogen una iconografía presente en medio mundo, la de Benetton. Reutilizan sus imágenes de personas de diferentes razas, con ropa de colores, para criticar la mercantilización que hace del VIH una marca de ropa”, anota Andrea Galaxina. Se refiere a la campaña que la multinacional Benetton hizo con una foto de la artista Therese Frare, que fotografió el cuerpo de un activista muy enfermo rodeado de su familia, y que se convirtió en uno de los iconos de la epidemia. Gran Furry retorcían los códigos de Benetton y transmitían un mensaje directo: el sida no se contagia con besos.

Ni autor, ni original, ni único

Estos colectivos artísticos se sitúan dentro de una corriente en la que se cuestionaban los valores tradicionales en los que se basaba el arte occidental: la idea de autor, de originalidad, de singularidad. “ Ellos rompen con esto porque realizan obras donde no hay un autor, la autoría es colectiva. Y que se reproducen de manera infinita, que se muestran fuera de los lugares canónicos del arte. Están en la calle, en las paredes, pasan de mano en mano o están en los propios cuerpos, cuando se estampan en camisetas”, explica Andrea Galaxina. “Todo esto es también una reacción a una situación que se estaba dando en el mundo del arte en los años 80, en el que se vivía un absoluto esplendor. El dinero de la bolsa y de la especulación se invertía en arte, que se convertía en objeto de pura especulación, y este tipo de obra rompe con estas lógicas”, añade.

Gran Furry participó con un póster en una de las acciones más importantes de ACT UP. Fue en la sede central de la FDA (la agencia del Gobierno de Estados Unidos encargada de regular los medicamentos y ensayos clínicos) en 1988. La fachada del edificio se cubrió con pósteres con dos frases: El Gobierno tiene sangre en sus manos” y “una muerte de sida cada media hora”, junto a huellas de manos ensangrentadas. La acción, en la que participaron todos los grupos de ACT UP del país, fue una victoria para el movimiento: el proceso para la aprobación de medicamentos se agilizó, los tratamientos se hicieron más accesibles y se empezó a incluir a personas con SIDA, personas racializadas y mujeres en los consejos asesores del Gobierno y las farmacéuticas.

La influencia de Gran Furry fue enorme. En 1990 fueron elegidos para asistir en la Bienal de Venecia y lo hicieron con una instalación en la que ponían el foco sobre el sexismo en la crisis del SIDA, los derechos reproductivos de las mujeres y el uso de condones como prevención.

En la instalación había una fotografía explícita de un pene erecto en blanco y negro con el eslogan: “El sexismo asoma su cabeza desprotegida. Hombres: usad condones o piraos. El SIDA mata a las mujeres”. Enfrente, una imagen del Papa Juan Pablo II, que había hecho declaraciones en contra del uso del preservativo. Hubo un gran escándalo y muchas quejas, incluso el presidente de la Bienal amenazó con dimitir si no retiraban la imagen del Papa. Lo que se consiguió fue una enorme visibilidad para el colectivo y para las personas con SIDA.

De enfermos a expertos

Durante los 80 y los 90 el arte activista antisida sirvió para convertir los cuerpos enfermos en cuerpos políticos. “Se produce un fenómeno inédito de transformación del paciente en experto en su enfermedad. Se ve claro en ACT UP, donde hay personas que sin venir del mundo de la medicina, se convierten de manera autodidacta en especialistas en medicamentos. Y lograron formar parte de paneles de expertos del gobierno de EEUU, de la ONU, junto a especialistas de primer rango”, explica Andrea Galaxina.

El único medicamento aprobado durante mucho tiempo para combatir el sida fue el AZT. Su eficacia estaba poco clara, los efectos secundarios eran muy fuertes y durante muchos años fue el medicamento más caro de la historia: costaba 10.000 dólares al año. Dos miembros de Gran Furry hicieron el cartel 'Enjoy AZT', (Disfruta AZT) jugando con el eslogan y la estética del anuncio de Coca-Cola. “Criticaban así que algo de lo que dependen las vidas de tantas personas responda a las mismas lógicas que los productos de consumo. El AZT hacía sospechar a los activistas: su uso se había aprobado muy rápido y una empresa tenía el monopolio de su explotación y podía fijar su precio”, relata Galaxina.

La estela de ACT UP llegó a España en los años 90 en colectivos madrileños como La Radical Gay y LSD, que bebían de la teoría queer y practicaban la acción directa. “Son grupos muy pequeños con poca capacidad de impacto, pero son pioneros absolutamente en traer estas ideas y formas de hacer a España. Han influido mucho en una manera de hacer activismo, son un contrarrelato del activismo más institucionalizado”, apunta Andrea Galaxina.