La primera regla de Brian Eno -y la primera carta de su peculiar tarot- es: honra tu error como una intención oculta. En esta muestra del artista en el Centro Arts Santa Mònica de Barcelona no hay un genio iluminado cuya obra terminada es el objeto exacto que tiene que ser y no otro. Aquí reina el método científico de prueba y error. Cada proyecto de la exposición no es el proyecto sino una “instantánea” del proyecto. Todos los trabajos son in flux y todos los errores son mutaciones necesarias para seguir avanzando. Normal que Will Wright lo llamara para hacer la banda sonora de Spore.
Cinco instalaciones parecen pocas para “la exposición más completa realizada hasta el momento en todo el mundo sobre el trabajo de Brian Eno como artista”. El comisario de Lightforms / Soundforms, Lluis Nacenta decidió escoger un trabajo representativo de cada clase y darle el espacio necesario para cumplir su función. “Tomamos la decisión radical de decidir cuánto espacio requería cada pieza para ser experimentada y escuchada en toda su complejidad y apreciada en toda su riqueza”, explicó al presentarla. La obra principal es New Space Music, la instalación musical hecha específicamente para el claustro Max Cahner de Arts Santa Mònica.
“Es la pieza generativa más compleja de las que he hecho”, dijo el propio artista en la inauguración. Y, sin embargo, parece la más sencilla. Esta es la segunda regla de Brian Eno: no llames la atención. La música ambiental -un término acuñado por el artista en 1975- “debe llenar un espacio y acomodar distintos niveles de atención sin forzar ninguno en concreto; debe ser tan interesante como fácil de ignorar”. En apariencia, el bello claroscuro del claustro es un refugio discreto, aliñado con un círculo de torres y altavoces, unas luces de colores neuronalmente seleccionados y un tetris de cuatro sofás. En la práctica, es un motín. Un espacio donde aplica la serenidad como lugar de resistencia. Este es el corazón de la muestra y, probablemente, de toda su obra.
El discreto arte de la rebeldía
“Creo que la ambición negativa es una parte grande de lo que motiva al artista -le contaba hace cuatro años a Sasha Frere-Jones en el New Yorker. Es aquello contra lo que empujas”. Eno empuja contra el infierno, no solo de las Ramblas llenas de turistas sudorosos al otro lado de la pared, sino también del agujero de conejo de los likes, los retuits y los maratones de series por streaming dominado por la espiral de algoritmos que nos estudia y que rige nuestras vidas.
El infierno hay dos maneras de no sufrirlo, como le explica Marco Polo a Kublai Kan. La primera es volverse infierno y fundirse con él hasta dejar de verlo. Eno escoge la segunda: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y darle espacio. Que su arsenal de resistencia esté compuesto también de instrucciones y de software generativo no es otra contradicción, sino la clave de su genio.
Por ejemplo An Ending (Ascent), de su album Apollo, Atmospheres and Soundtracks (1983). La pieza fue elegida por Steven Soderbergh en Traffic (2000) y Danny Boyle en 28 Días después (2002) precisamente para abrir un escudo protector contra la apisonadora de esos dos infiernos diferentes para que sus personajes tengan un segundo de respiro. Lo mismo debe ocurrir en la habitación con música que instaló Eno en el hospital de Brighton para solaz de pacientes y familiares, pero que ha hecho furor entre enfermeros y médicos.
Cualquiera que atraviese el claustro de Santa Mònica quedará fortalecido, como quien para unos minutos en un jardín camino a casa para escuchar una fuente con agua o el crepitar de las especies nocturnas. Un piso más arriba, pero todavía empapado por sus sonidos, hay una muestra de sus cuadernos de notas que empieza con una de sus partituras.
Eno, la no-drama queen
Como casi todos los artistas experimentales, Eno tiene su propio sistema de notación, un instrumento de precisión que sirve solo para recordar con exactitud las ideas, pero no para que las leamos los demás. Lo mismo se podría decir de sus dibujos: ni son su punto fuerte, ni importa que no lo sean. Las buenas ideas están en todas partes, lo importante es su implementación.
A varios dibujos donde describe las primeras cajas de luz (light boxes), diseñadas para ser proyectadas originalmente sobre un televisor de tubo, le sigue una habitación con su reencarnación más recientes, varios colourscapes o pinturas ambientales que cambian a velocidad de glaciar entre diversos estados entre emocionales y físicos. Siempre evocadores, transcurren sin intención aparente ni principio ni final. Salvo, quizá, distorsionar el sentido del tiempo de quien los mira. Lo que nos lleva a la tercera regla de Brian Eno: baja de velocidad.
El tiempo es un instrumento favorito de Eno, tanto como el sonido o la luz. Su manera sutil de arrancarnos del estrés cotidiano es obligarnos a bajar de revoluciones. Su tarot de Estrategias Oblicuas es un instrumento diseñado para salir de un dique seco, “situaciones en las que en el pánico de la situación -particularmente en estudios- me hace olvidar rápidamente que hay otras formas de trabajar y que hay maneras tangenciales de atacar los problemas que son más interesantes que la aproximación directa”.
Proyectadas en la fachada de Santa Mònica, a menudo incluyen instrucciones diseñadas para pararse y volver a empezar, pero más despacio. ¿Hay algo más disruptivo estos días que pararse o ralentizar? Eno dice que es lo más productivo. Lo dice el hombre que se endeudó hasta las cejas para librarse de Roxy Music en la cima de su carrera y se fue corriendo a casa a escribir Baby’s on Fire en un éxtasis de felicidad incendiaria.
Ahora está de moda y aún lo va a estar más. Sus cuatro grandes discos ambient, Here Come The Warm Jets, Taking Tiger Mountain (By Strategy), Another Green World y Before and After Science, han sido reeditados en vinilo por UMC/Virgin/Astralwerks y salen a la venta esta semana. Que son buenos discos, pero Eno ahora está a otra cosa. En los últimos años, su ambición ha sido usar algoritmos y tecnologías que permitan a la audiencia disfrutar música que evoluciona permanentemente, como evolucionan los días, cambiando con el tiempo, el estado de ánimo y otras variables. “Hacer música que sea como la nieve, la lluvia o el mar”.
Una buena descripción está en la sala de las aplicaciones, tres plataformas sonoras producidas mano a mano con su colaborador habitual, Peter Chilvers. La idea está a medio camino entre un disco y un proceso eterno, pero interactivo como un videojuego. El usuario, en este caso, es la mutación necesaria que hace variar el proceso. “Es como trabajar en el jardín -explicaba en su última gira.- Tu plantas las semillas y las cultivas hasta que tienes el jardín que tú quieres”.
Completan la muestra una nueva iteración de sus 77 Million Paintings y una pieza que, lamentablemente, no fue eterna sino fugaz. Durante Sónar, los afortunados pasajeros que aterrizaron en la Terminal 1 de El Prat pudieron disfrutar de una instantánea de Reflections, su último disco, mientras recogían las maletas de la cinta. Lightforms / Soundforms ha sido producida en colaboración con Sónar y podrá visitarse hasta el 10 de octubre en el Arts Santa Mònica de Barcelona.