'Ciencia Fricción': una exposición para ampliar los límites de nuestra imaginación científica
“La vida es una unión simbiótica y cooperativa que permite triunfar a los que se asocian”. La frase pertenece a la bióloga Lynn Margulis, una de las biólogas más reputadas del siglo veinte por su estudio de las células más pequeñas del mundo y el descubrimiento de que éstas tienen una importancia crucial en la historia de la vida en el planeta tierra. Su punto de vista es que la simbiosis, una asociación de mutuo beneficio, sería el mecanismo clave para la aparición de las células eucariotas, constituyentes de todo organismo vivo que no sea una bacteria o una arqueobacteria. Con tal afirmación, Margulis desafió el pensamiento evolucionista que enuncia, a través de la ley del más fuerte, que solo aquellas especies con mejores capacidades sobreviven al paso de los años, sustituyéndola por la teoría de la endosimbiosis: es la cooperación lo que hace biológicamente posible la vida.
De esta consideración sobre la interdependencia, y tomando como figura central a Margulis y otras expertas en la materia, nace la exposición ‘Ciencia Fricción. Vida entre especies compañeras’ en el Centro de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), inaugurada hace unos días y que podrá visitarse hasta el 28 de noviembre. A partir de esta fecha tendrá una nueva vida en el Azkuna Zentroa Alhóndiga de Bilbao.
“La ciencia fricción del título opera en un doble sentido. Por un lado, señala las fricciones de ver la vida como un gran ensamblaje simbiótico: fricciones científicas y culturales que desestabilizan las ideas de individuo, sujeto o autonomía. Por otro, alude a la urgencia de inventar otras ciencia f(r)icciones, historias fabulatorias o especulativas que amplíen lo imaginable y nos ayuden a el emergente paradigma inter-especies”. Con esta explicación se abre un recorrido a través de obras artísticas en diferentes soportes: instalaciones inmersivas audiovisuales y sonoras, realidad virtual, pintura, dibujo, cine de vanguardia y piezas de divulgación científica. Más que un archivo, la exposición se despliega como un relato para persuadir al visitante de la urgencia de ampliar esas “ciencias f(r)icciones” e imaginar un nuevo paradigma interespecies.
“La idea base es la interdependencia entre todas las formas de vida que habitamos el planeta y eso inevitablemente supone cuestionar el lugar que ocupamos los humanos y cómo queremos relacionarnos con todas las otras especies con las que compartimos un hábitat, pero sobre todo una historia y un destino”, explica María Ptqk, comisaria de la exposición. “Las obras que presentamos aquí tienen en común una mirada centrada en la perspectiva no humana, nos ayudan a imaginar cómo pueden ser formas de existencia totalmente diferentes a la nuestra, como las de un árbol o una red de micelios o un pulpo. En definitiva en una invitación a volver a mirar a nuestro alrededor con asombro y curiosidad, y con la voluntad de entender que hay muchas formas de existencia”.
Junto con Lynn Margulis, la segunda pata que sostiene discursivamente ‘Ciencia Fricción’ es el pensamiento de la filósofa y bióloga Donna Haraway, cuya obra indaga en la potencia narrativa del conocimiento científico. Siguiendo una línea de pensamiento muy similar a la de Margulis –parte de la base de que la vida en el planeta tiene mucho más de cooperación que de competencia– Haraway ha desarrollado un conjunto de teorías sobre las relaciones de los animales humanos con la tierra y sus habitantes que desafían el pensamiento antropocéntrico y humanista clásico.
Suya es la expresión “especies compañeras”, que forma parte del título de la exposición, y que se refiere a la red de intercambios entre seres vivos, ya sean hongos, plantas, otras especies animales o personas humanas que hacen posible la vida. Así, frente a la lógica expansiva e imperialista que ha predominado en la relación de hombres y mujeres con la naturaleza, Haraway habla de la necesidad de crear parentescos, asociaciones multiespecie que nos liguen en relaciones de responsabilidad mutua.
Interdependencia frente a independencia
En el libro Seguir con el problema (Consonni), donde desarrolla algunas de las premisas que encontramos en la exposición, Haraway discute cómo el relato patriarcal con el que hemos asimilado una única historia del desarrollo humano se basa en la idea de que somos seres independientes que nada tienen que ver con su entorno. “Herramienta, arma, palabra: esa es la palabra hecha carne a imagen de dios. Es una historia trágica con un único actor real, un creador de mundo, el héroe. Este es el relato creador del cazador embarcado en una misión para matar y traer de regreso el terrible botín. Este es el relato de acción hiriente, mordaz, combativo, que aplaza el sufrimiento de la insoportable y pegajosa pasividad putrefacta atada a la tierra. Todo el resto en este cuento fálico es atrezo, terreno, lugar de la trama o presa. No tienen importancia, su trabajo en estar en medio, ser superados, ser el camino, pero no el viaje, no el que engendrar. Lo último que quiere saber el héroe es que sus armas y palabras hermosas serían inútiles sin una red”.
La misma voz de Donna Haraway, junto con la de Scott Gilbert y Maurizio Lazzarato, puede escucharse en una de las piezas con más interés que se expone al comienzo del recorrido: el documental Holobiont Society dirigido por Dominique Koch. El título es además un homenaje a Lynn Margulis: “holobiont” fue el término técnico que usó para denominar la fusión de un anfitrión con todos sus huéspedes microbiológicos. Koch añade la palabra “society” utilizando esta interdependencia como una metáfora de modelos políticos aplicados a una sociedad. El audiovisual consiste en una combinación de imágenes estéticamente impactantes del medio ambiente con escenarios de guerra –la idea de una sociedad de holobiontes contrasta con el neoliberalismo global–, música electrónica, sonidos de lombrices y otros insectos, y entrevistas con los dos filósofos, Lazzarato y Haraway, y el experto en biología de la evolución, Scott Gilbert.
“La noción de individuo biológico es crucial para los estudios de genética, inmunología, evolución, desarrollo, anatomía y fisiología. Cada una de estas subdisciplinas biológicas tiene una concepción específica de la individualidad. Durante la última década, sin embargo, el análisis de ácidos nucleicos, especialmente la secuenciación genómica y las técnicas de ARN de alto rendimiento, ha desafiado la idea de independencia al encontrar interacciones significativas de animales y plantas con microorganismos simbióticos que alteran los límites que hasta ahora habían caracterizado al individuo biológico. Los animales no pueden considerarse individuos por criterios anatómicos o fisiológicos, porque una diversidad de simbiosis son imprescindibles para cumplir las funciones fisiológicas. Del mismo modo, estos estudios han demostrado que el desarrollo animal es incompleto sin la simbiosis”, describe Gilbert. En definitiva, lo que intenta demostrar Koch en esta pieza es que de ser así, no solo se vería afectada toda la disciplina científica, sino también las teorías políticas y sociales que han situado al individuo humano como un ser que se desarrolla por sí mismo.
La muestra se puede leer también desde una perspectiva feminista. Primero, por una cuestión de referentes: no solo las dos guías de la exposición son mujeres reputadas en sus disciplinas, también encontramos una representación femenina de peso entre las artistas, así como un reconocimiento a aquellas autoras que suelen quedar fuera de los circuitos académicos oficiales. Es el caso Maria Silylla Merian, naturalista nacida en 1647, que fue la primera persona en documentar los ciclos de la vida de los insectos, lo que le llevó a desmentir el pensamiento de la época que los consideraba criaturas surgidas en el lodo de la putrefacción. Merian es considerada una precursora del pensamiento ecologista al recoger en sus pinturas los ciclos de las flores y plantas que nutren –y se nutren– muchos animales e insectos.
Una fábrica de huevos y óvulos
Varias piezas, en sintonía con la teoría ecofeminista, muestran las similitudes entre la explotación animal de las hembras de distintas especies y las mujeres. Entre ellas Egstrogen Farms, obra de Mary Maggic, que presenta una empresa ficticia con este nombre cuyo negocio consiste en comercializar “huevos fértiles” modificados genéticamente para contener un cóctel de “gonadotropinas”, las hormonas responsables de regular la reproducción en los vertebrados.
Siguiendo la línea de autoras feministas como Geena Corea, Margaret Atwood o la propia Haraway, que en los años 80 señalaron el paralelismo entre la domesticación masiva de pollos y el encierro de las mujeres en el hogar, Maggic critica aquí al márketing reproductivo actual destinado a que chicas jóvenes donen óvulos –o mejor dicho, los vendan–. Egstrogen Farms utiliza la simbología del “huevo fértil” como matriz terapéutica, alimentaria y reproductiva mediante una subversión paródica del intercambio interespecies: lo importante para la sociedad no es la salud, la vida o el deseo de quien produce el óvulo, sino el óvulo en sí mismo.
En la última sala, a modo de despedida, una amplia mirada del activismo ecologista recuerda que hay quien lleva años no solo elaborando estos discursos dentro de la academia, sino también actuando en consecuencia. Ciencia Fricción encuentra su valor diferencial en tanto que recoge y desarrolla una teoría científica, política, feminista y ecologista a través de un recorrido artístico, con textos y audiovisuales que comparten una idea común.
“Ciencia Fricció es una exposición que se encuentra en un lugar intermedio entre la exposición de arte y un museo de ciencias con muchísima ciencia ficción, con una mirada especulativa y sobre todo con la presencia de estas especies compañeras con las que compartimos el planeta”, explica la comisaria María Ptqk. Con ello se destierra cualquier propuesta que trate de hacer del arte una disciplina alejada de su contexto histórico y las condiciones políticas de su emergencia: Ciencia Fricción nos invita a hacernos corresponsables de un mundo en crisis, enseñándonos que la mirada sobre las cosas –y las palabras con las que describimos la realidad– determinan la forma de relacionarnos con el planeta y con el resto de seres no humanos.
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