La partitura de una canción pintada en un trasero, dos orejas atravesadas por un cuchillo, cuerpos desnudos en el interior de un mejillón… Al holandés Jheronimus van Aken (1450-1516), más conocido como el Bosco, solo le bastaron 20 pinturas y 9 dibujos para crear una de las iconografías más reconocidas de la historia del arte. Es considerado como el pintor fantasmagórico por excelencia de los sueños. Pero también de su reverso más tenebroso: el de las pesadillas.
A finales del siglo XV, época que algunos denominan gótico tardío y otros Prerrenacimiento, la corriente artística parecía buscar cada vez más aspectos como la armonía, el ilusionismo o la monumentalidad. Sin embargo, el camino del Bosco fue totalmente diferente. No encaja ni en la pintura flamenca sobre tabla habitual de entonces ni en el arte pictórico al norte de los Alpes, que seguía más las coordenadas renacentistas. Entonces, ¿de dónde beben sus influencias?
Es una de las preguntas a las que trata de dar respuesta El Bosco: la obra completa, un monográfico que recorre la vida y obra del pintor holandés a la vez que intenta desentrañar muchas de las incógnitas que todavía hoy despierta. De ello se encarga el historiador del arte y especialista en pintura holandesa Stefan Fischer, que con este tomo se atreve a arrojar luz sobre del proceso de creación tanto material como intelectual del autor de El jardín de las delicias.
No es una tarea fácil. Como se indica entre las páginas de libro, muchos detalles del Bosco siguen estando rodeados de misterio. Los investigadores no han conseguido encontrar documentos que expliquen su vida ni su arte de forma directa, por lo que su perfil ha tenido que ser elaborado a partir de pequeños retazos históricos de su biografía.
De hecho, ni siquiera hay un retrato del Bosco que podamos asegurar que representa fielmente su aspecto. Uno de ellos fue el realizado por el grabador holandés Cornelis Cort y, al igual que otros, sigue un modelo desconocido que corresponde a la idea que se tenía de un pintor de temas religiosos y lúgubres. Mostraba así a un hombre delgado, con media melena, los ojos grandes y de aspecto austero, una imagen que podría estar perfectamente idealizada.
La familia de pintores Van Aken
El Bosco creció en Bolduque (al sur de los Países Bajos), ciudad a la que estuvo muy unido y en la que se estima que pasó la parte más importante de su vida o incluso toda ella. No existe nada que pruebe su estancia en otro lugar.
Lo que sí se sabe es que la familia Van Aken comenzó a vivir en Bolduque desde 1427 y que fue el abuelo del Bosco, Thomaszoon van Aken, quien fundó el taller del que posteriormente se nutrirían sus cinco hijos (todos ellos pintores). Este era el pintor por excelencia de la ciudad a mediados del siglo XV, ya que trabajó para una de las organizaciones más importantes de la región en torno a la que se reunía la élite espiritual, religiosa y política: la Hermandad de Nuestra Señora. De hecho, en la bóveda de la iglesia principal de la ciudad se puede encontrar un Cristo crucificado con donantes que, a pesar de no estar atribuido a ningún artista, coincide en muchas líneas con el cuadro de título homónimo que el Bosco realizaría años más tarde (1480 – 1485).
La dinastía de pintores Van Aken alcanzó cierto reconocimiento en Bolduque a lo largo del siglo XV, lo que les permitió vivir en una posición económica y social segura desde prácticamente la generación del padre del Bosco, Antonius van Aken. De este se sabe todavía menos que de su hijo. Lo poco que se conoce apunta a que vivía desde 1492 con su familia en una casa de piedra de pequeño tamaño cercana al mercado, donde también se alojaban otros artesanos y comerciantes como carniceros o alfareros.
Allí fue donde en torno a 1450 nació Jheronimus, el cuarto de los cinco hijos de Antonius. Sobre sus primeros 20 años no se sabe prácticamente nada porque, entre otras cosas, un incendio en 1463 acabó destruyendo parte de la ciudad y su casa paterna. Curiosamente, en la parte superior del panel derecho de El jardín de las delicias es representada una ciudad en llamas con edificios rodeados por llamas. ¿Fue este el suceso que le inspiró? Es una suposición.
Se desconoce el tiempo y la intensidad con la que el Bosco colaboró en el taller de su padre ni si en los años siguientes recibió alguna formación superior, pero lo cierto es que un factor determinante de su vida fue el matrimonio que contrajo con Aleid van der Mervenne (entre 1480 y 1481).
Desde entonces el Bosco se trasladó a la casa de su esposa, de un estrato social superior, e instaló allí su propio taller con el que se convertiría en un pintor autónomo al margen de su familia. Gracias a Aleid no solo mejoró el estatus económico del artista, sino también sus relaciones sociales: la familia de ella formaba parte de un grupo de mercaderes empresarios.
Las bases de lo grotesco y lo jocoso
La obra más antigua que se conserva del Bosco es el ya mencionado Cristo crucificado con santos y donantes, lo que significa que sus primeros trabajos no están probados hasta que este alcanzó los 30 años.
Otro de sus trabajos tempranos es San Jerónimo en oración (1485 – 1490), al que el resto de pintores solía representar sentado mientras estudiaba en su gabinete. No fue lo que hizo el Bosco. El autor holandés optó por hacer gala de su conocimiento diferenciado de temas bíblicos, de la vida de los santos y de los bestiarios que más tarde se convertirían en su sello de identidad.
De esta forma, muestra a un San Jerónimo rodeado de simbolismos. Por ejemplo, el modo en el que abraza el crucifijo es interpretado como una manera de arrojarse a los pies de Cristo. Lo hace tumbado bajo una roca en alusión al costado del Mesías y que, a su vez, sirve de protección al igual que un nido para las aves. Mientras, el rojo de la tela derecha hace referencia al color de las llagas de Cristo, tumbadas sobre un tronco en alusión a la corona de espinas. Sobre la madera también hay una lechuza, un símbolo del mal seductor a punto de atacar a un pequeño herrerillo común posado en una de las ramas. Los animales, por tanto, encarnan la muerte corporal por el pecado del que Jerónimo busca sustraerse por medio del ayuno y la oración.
Hay que tener en cuenta que incluso los historiadores difieren a la hora de fechar con exactitud ciertas obras del Bosco, pero se sabe que el autor comenzó con muchos de sus encargos para la Hermandad de Nuestra Señora de Bolduque después de haber ingresado en ella en torno a 1486. Esta situación le permitía disfrutar de la vida burguesa de casado mientras que, por otro lado, podía recurrir a los estudios de la orden.
Con ello el Bosco comenzó una nueva etapa en su vida, como ciudadano y como pintor, pero que fue fundamental para lo que vino después: el arte basado en lo grotesco y lo jocoso. El pintor consiguió trasladar estos conceptos, considerados propios de artes marginales, a la pintura sobre tabla. Paradójicamente, fueron estas formas “inferiores” las que abrieron las posibilidades del Bosco que conocemos hoy día, la de poner ante el espectador un espejo con las deficiencias morales y pecados capitales de entonces. O, lo que es lo mismo: el infierno.