En el arte de Zaha Hadid fluía el desafío por dos vertientes: la de género y la visual. No es una arquitectura con la que sea fácil comulgar, sobre todo por los costes que suponen sus grandilocuentes proyectos. En el sector hay quienes la consideran de una genialidad innovadora y otros que piensan que es una burda imitación multimillonaria de Peter Eisenman. Uno de los más críticos fue el escritor especializado del New York Review of Book, Martin Filler. En la reseña del libro Why we built, dirigió un cañón de agua fría hacia Hadid, acusándola de contribuir en las muertes de los obreros de Qatar, donde había diseñado un estadio de fútbol.
Y es que el imaginario de Hadid era tan bello como quimérico. Muchos compañeros, a lo largo de los años, afirmaron que la diva iraquí solo buscaba crear su propia pirámide faraónica, sin reparar en “cómo sería estar dentro de uno de sus edificios”. Sin embargo, no hay ciudad que presuma de estar a la vanguardia arquitectónica que no cuente con alguna de sus sinuosas obras. Como Frank Ghery, Hadid desafió todas las leyes de lo “inconstructible” y confió miles de millones en una estrategia de prueba y error.
“Ms. Hadid se ha visto cada vez más reconocida mientras continuaba ganando concurso tras concurso, siempre luchando para conseguir que sus originales propuestas se construyeran. Desalentada, pero impávida, ha utilizado las experiencias en los concursos como un ”laboratorio“ para continuar perfeccionando su talento excepcional en la creación de un lenguaje arquitectónico como ningún otro”, le concedió el jurado del Pritzker en 2004.
En España, la arquitecta se prodigó especialmente durante la burbuja inmobiliaria. Los edificios de autor son una inversión en calidad que se torna en capricho cuando los estados no pueden asumir sus presupuestos imposibles. Pero nuestro país no recibió siempre con los brazos abiertos sus radicales propuestas. Y aunque el star system arquitectónico no está acostumbrado a los desplantes, Hadid había experimentado tragos más amargos en Londres, su ciudad adoptiva. “En Inglaterra lo que manda es lo que se vende: el costo por metro cuadrado; las sorpresas no gustan”.
A continuación, hacemos un repaso por las obras, los sueños en papel y las construcciones derribadas que se llevó Zaha Hadid como recuerdo español.
Lo que le permitieron construir
Destaca el Pabellón Puente de la Expo de Zaragoza de 2008, considerado una joya embaucadora que atrapa a turistas cual Catedral del Pilar. El consorcio institucional de la ciudad aragonesa quedó hipnotizado con el boceto de su pasarela, pero despertaron de golpe con un desfase presupuestario de casi 30 millones de euros. En una forma de conciliar el río con el edificio, Hadid diseñó un exterior de formas voluptuosas que, posteriormente, fueron acusadas de no ofrecer funcionalidad en su interior.
Años antes, la iraquí tuvo el mismo flechazo que su colega Ghery con la ciudad de Bilbao. De su mente maravillosa nació el plan urbanístico de 2003 para convertir la olvidada península de Zorrotzaurre en una isla moderna plagada de puentes. Sin embargo, muchos ven este proyecto como un regalo envenenado, puesto que las obras de la urbanización se han retomado tras una década de planteamientos, negociaciones, cambios, denuncias en los juzgados y planes frustrados. Pero el País Vasco volvió a caer en la órbita de Hadid, que imprimió su sello también en la estación Euskotren, de la localidad vizcaína de Durango.
Por último, a pequeña escala, la capital también recibió su dosis más futurista en el Hotel Silken Puerta América. En este edificio heterogéneo, la arquitecta bebió de sus construcciones eléctricas en Japón para transportar al huésped a una era fluorescente y digital en pleno centro de Madrid.
Lo que le prohibieron construir
Pero no todas las ciudades quisieron formar parte de su séquito de musas. En Sevilla proyectó una novedosa visión sobre su Biblioteca universitaria que no se ganó el beneplácito de los vecinos. Los sevillanos recurrieron ante el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA), que ordenó su demolición cuando ya se habían invertido 4 millones de euros.
“Creo que es un escándalo. No conozco los detalles, pero en estas circunstancias, cuando España está pasando por serios problemas financieros, demoler un edificio que ya se está construyendo cuesta dinero y es simplemente inaceptable”, expuso Zaha Hadid en una entrevista en 2012.
En Barcelona, la arquitecta protagonizó el último fiasco previo al estallido de la burbuja inmobiliaria. Su Torre Espiral, un edificio de 11 plantas romboidales, debería haber sido el símbolo del campus Besòs, pero finalmente la crisis se lo llevó por delante. Con su demolición, la ciudad catalana firmaba el segundo desaire hacia Zaha Hadid, después de descartar su proyecto para la Plaza de las Arts por razones monetarias.