Ha consultado miles de cuadros, dibujos, estampas, medallas, libros, periódicos y un sinfín de documentos. Se trataba, en suma, de estudiar qué tratamiento había dado el arte a la infancia a lo largo de la Edad Moderna. O mejor dicho, a las infancias, las de príncipes y aristócratas; artesanos y burgueses; mendigos, criados o campesinos. Pero todos, al fin y al cabo, son niños y niñas cuyas representaciones en el arte nos explican la Historia. Doctora en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Madrid, Gemma Cobo Delgado (Aranjuez, 1990) ha dedicado una década a escribir Imágenes de la infancia. Ciencia, política y religión en la España moderna (Cátedra).
Desde una óptica de clase y una perspectiva de género, Cobo se propuso desmontar muchos tópicos sobre la evolución del tratamiento de la infancia, entre ellos el lugar común de que los menores empezaron a ser más felices en el siglo XVIII por las reformas de la Ilustración. El libro, con una cuidada edición gráfica de cientos de ilustraciones, se fundamenta en el rigor académico, pero aspira a interesar a un público generalista, a cualquier lector amante del arte y de la Historia.
“Desde mi etapa de estudiante”, comenta esta joven y afable historiadora en una charla con elDiario.es, “me di cuenta de que existía un gran vacío sobre el papel y la imagen de los niños en la pintura. Todo ello, a pesar de que grandes artistas, como Velázquez o Goya, habían retratado a multitud de niños de toda condición. Por otra parte, el análisis de las imágenes de la infancia en el arte estaba plagado de tópicos del estilo de que los pequeños no eran menos queridos en épocas pasadas que en el día de hoy. De hecho, me hice muchas preguntas sobre la relación de los niños con su entorno, los juegos, con la forma de vestirse o de posar, con sus gestos, sus modales… Quería comprender esas representaciones en el contexto de su época, su clase social y su género”.
A contestar esas preguntas, por supuesto, ha dedicado Gemma Cobo su libro, escrito en un lenguaje culto pero didáctico. Como firme partidaria de divulgar la Historia y no reducirla a los círculos eruditos, aceptó resumir su trabajo a instancias de la editorial. Ahora bien, no descarta ampliar su investigación a otras épocas más recientes, pero la opción de centrarse en la Edad Moderna, siglos XVI a XVIII, partió de su previa tesis doctoral sobre la infancia en la Corte de los Austrias.
No obstante, pese a que la mayoría de las obras artísticas en la Edad Moderna, con niños como modelos, son retratos encargados por las clases altas, Cobo extiende su ensayo a todos los niveles sociales y a aspectos tan diversos como la fecundidad y la lactancia, los hábitos higiénicos, la muerte infantil, los afectos entre padres y madres, hijos e hijas, e incluso a los tipos de instrumentalización de la infancia.
Un cuidado sólo para clases altas
“En esos tres siglos estudiados”, señala la autora, “algunos aspectos se transformaron mucho como las distintas formas de representar a los menores en las Cortes de los Austrias, siglos XVI y XVIII, y a los Borbones, en el XVIII. Así pues, mientras los primeros eran plasmados en actitudes severas y rígidas porque se consideraban casi semidivinos pese a su corta edad, al llegar los Borbones en el siglo XVIII intentan ofrecer una imagen de padres amorosos con sus hijos y más afectuosos y lúdicos con sus súbditos”.
“Otra evolución notable se produjo en la ampliación de espacios propios para el cuidado infantil. Porque si bien es cierto que esa atención siempre existió en la realeza y la aristocracia, el aumento del bienestar económico y de la cultura en la Ilustración ensanchó la población de las clases altas. En cualquier caso, sólo una minoría podía permitirse atender bien a los niños, aunque sin duda el dolor por la pérdida o la enfermedad de un hijo afectaba por igual a todos los estamentos sociales”, añade.
A través de cuadros y dibujos, de cartas y diarios, Gemma Cobo, que disfruta en la actualidad de una beca de investigación en la UNED, comprobó los distintos roles de género en los pequeños de la Edad Moderna. “Puede observarse”, afirma, “que los varones siguen ocupando el espacio público cuando ya son niños grandes o adolescentes. Es decir, juegan en la calle, entran y salen de las casas, pueden ir a la escuela y se mueven con libertad. Por el contrario, la infancia de las niñas termina antes porque las familias las ponen a bordar o a las tareas domésticas. De todos modos, aparecen algunas conductas curiosas como que, tanto ellos como ellas, podían dedicarse a la caza. Claro está, los niños y los adolescentes de la nobleza o la burguesía”.
Los niños ocupaban el espacio público en la Edad Moderna y las niñas quedaban relegadas al ámbito privado
Y a propósito de paradojas cabe reseñar que el trato de las mujeres embarazadas empeoró con el paso de los siglos. Así lo explica la autora del libro: “Si en los siglos XVI y XVII la gestación era sinónimo de abundancia, en el XVIII era un periodo de la vida de la mujer que no gozaba de buena consideración, pues implicaba una deformidad del cuerpo y de la mente, algo que no aceptaban ni ellos ni ellas”.
Niños explotados y utilizados
En la línea de esa permanente tensión entre los cambios y las permanencias que se observa en la representación artística de la infancia, Gemma Cobo subraya que el maltrato ha significado una constante en el trato a los pequeños que se prolongó durante la Edad Moderna y llegó en ocasiones hasta la Contemporánea y el mismísimo siglo XX. Castigos corporales se mantuvieron tanto en la escuela como en los trabajos infantiles, así como en el ámbito de las familias.
Otro aspecto que perduró en el tiempo se refiere a la instrumentalización de los pequeños para una multitud de objetivos desde las alianzas matrimoniales de las monarquías a la explotación laboral de los pobres desde tempranas edades para ayudar a las familias pasando por la exhibición de monstruos con malformaciones en ferias y circos. En esta faceta de utilización, una vez más, los casos más sangrantes se dan en las clases más humildes. La historiadora Cobo cita en esta línea: “El desarrollo de la vacuna de la viruela que tantas vidas de niños salvaría, al mismo tiempo trajo consigo la utilización de niños huérfanos, esclavos o simplemente pobres para experimentar con ellos”.
Esta enorme investigación de la infancia desde su visualidad recoge obras tanto de artistas españoles (Velázquez, Murillo, Goya, Pantoja de la Cruz, Maella, Del Castillo, Alonso Cano…) como de pintores de otros países (Mengs, Duprà, Liani, Nocret…). A partir de la premisa de que las representaciones fueron mucho más abundantes en estos siglos, como es lógico, entre niños de una alta posición social, algunos pintores como Goya ampliaron su mirada en un abanico más extenso.
“No cabe duda”, aclara Cobo, “que la inmensa producción de Goya, buena parte de ella por los encargos de reyes y nobles, abarcó además a muchos tipos de infancias. Esta actitud se explica, sobre todo, porque Goya tenía una conciencia de clase de tal manera que retrató a los sectores populares. Todavía más allá, en los Caprichos, que son sus obras más personales, critica con frecuencia el maltrato que se da a la infancia o el desvalimiento de los pequeños. De todos modos, otros grandes maestros como Velázquez o Mengs imprimen también en sus retratos de niños el sello de una época y de un momento histórico”.