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Brutalidad, injusticias e ignorancia: los monstruos de Goya siguen presentes en nuestros días

Las Pinturas negras (1819 - 1823) de Francisco de Goya, que este año celebran su 200 aniversario, marcaron un antes y un después dentro del panorama artístico. El aquelarre, Hombres leyendo, Perro semihundido… Y así hasta 14 óleos que creó directamente sobre las paredes de la Quinta del Sordo, una finca cercana al río Manzanares de Madrid cuyo nombre, a pesar de aludir al anterior propietario, encajaba a la perfección con la dolencia de su nuevo dueño.

Con esta serie, el maestro zaragozano escapó de toda pauta académica para recrear a través de enérgicos brochazos aspectos como la locura, la vejez o la muerte. Son rasgos que, según él, definían a una España en retroceso que en lugar de abrazar la razón y el progreso, ideales propios de la Ilustración, se definía por el fervor hacia la Iglesia y por un contexto tan convulso como el de la guerra de la Independencia (1808 – 1814).

“Su enfermedad, que le aisló completamente, y la decepción tan profunda con España, le hicieron meterse en un mundo de donde salieron todos sus monstruos”, explica a eldiario.es Oliva María Rubio, comisaria de la exposición El sueño de la razón. La muestra se puede visitar en el Centro Cultural de la Villa de Madrid y está dedicada a explorar la larga sombra de Goya sobre el arte contemporáneo que le sucedió. El artista dejó un legado tras de sí, una manera de concebir la brutalidad de las contiendas o las injusticias sociales, que desafortunadamente sirvió para ilustrar los horrores del futuro.

Sus pinceladas, a medio camino entre la fascinación y el horror, inspiraron de esta manera a un gran número de autores que llegan hasta nuestros días. No es gratuito que el escritor francés André Malraux le catalogara como “el primer pintor moderno”, ya que supuso una subversión de las reglas hasta entonces establecidas. “Con él se pasa de un tipo de representación de la guerra basado en el patriotismo y en el poder a otro que no tiene nada que ver con eso, sino con las consecuencias bestiales sobre la población. Como lamentablemente el siglo XX ha sido el de las grandes guerras, pues evidentemente hay muchas obras relacionadas”, señala María.

La muestra, de hecho, comienza con un vídeo del artista Mounir Fatmi en el que se mezclan imágenes procedentes de archivo con obras de Goya. De esta forma, fotogramas de la Segunda Guerra Mundial, de asesinatos, de miseria refuerzan su contenido al ser superpuestos con el horror de los lienzos.

También hay espacio para las corridas de toros. En los fotogramas aparece un morlaco desangrándose mientras suena el canto de un pájaro, como un signo de la libertad que añora momentos antes de recibir la estocada final. No es un esbozo agradable de este festejo, y tampoco ayuda que Goya, mientras tanto, haga acto de presencia con sus brutales pinceladas. Sin embargo, supone toda una declaración de intenciones de lo que se va a poder ver en el resto de la exposición.

Es de esta forma como arranca un recorrido que nos lleva por varias series de Goya. Comienza con las Pinturas negras, continua con Disparates, sigue con Caprichos y acaba con Desastres de la guerra, todas ellas creaciones que nacieron de su propia voluntad sin obedecer a ningún tipo de encargo. La muestra realiza dos funciones: por un lado contextualiza diferentes etapas del pintor y, por otro, lo trae al presente con obras artísticas de todo tipo. “Quería que estuvieran todas las disciplinas y que estuviera organizado a través de todas las grandes obras que Goya hizo a partir de la enfermedad que le dejaría sordo”, apunta la comisaria.

Se pueden ver pinturas, esculturas, dibujos, vídeos… Todo un gran mapeado de obras contemporáneas, originadas a partir de la mitad del siglo XX, que reflejan la validez inmutable en el tiempo de Goya. “A veces esta influencia es más sutil, en el estilo o en el tema. Pero otras es muy directa, porque si vas a artistas como Antonio Saura lo que hacen es reinterpretar alguna de sus obras como el famoso Perro semihundido, que dentro de las pinturas negras es tan excepcional que todavía hoy sigue cuestionando a la gente”, detalla la experta en arte.

Es lo que se observa obras como El quinto perro de Víctor Mira, donde se recrea al canino semihundido con pantalones vaqueros o jerséis. Asimismo, aparece una escultura que hace referencia a la famosa pintura de Saturno devorando a su hijo, pero de una forma muy particular. Francisco Leiro ha optado por crear una pieza en la que el dios romano no ingiere a su progenitor, sino que lo vomita. Además, está coloreado de rojo y porta en su mano una hoz, en una clara alusión al comunismo.

En la guerra no hay patriotismo, sino horror

Especialmente interesante es el apartado dedicado a Desastres de la guerra (180-1814), serie realizada por Goya tras el estallido de la guerra de la Independencia que le inspiró a reflexionar sobre las consecuencias de la misma. El pintor no se dedicó a enaltecer las hazañas militares ni los méritos de ningún bando, sino que se dedico a retratar la violencia y las atrocidades que cometían franceses y españoles. Su visión del 2 y 3 de mayo expone ante todo el fracaso de la razón en la que confiaban los ilustrados.

Pero ¿son los monstruos de Goya muy diferentes a los de ahora? “No difieren mucho. Son la guerra, las injusticias sociales, las desigualdades, la ignorancia… Aunque quizá este último sí que estuviera más potenciado en la época de Goya con la presencia de la Inquisición”, asegura Oliva María.

Los paralelismos son evidentes. Por eso artistas como Rogelio López Cuenca han decidido recuperar a Goya, por ejemplo, contraponiendo una imagen de la guerra del Golfo y con aquellos fusilamientos del tres de mayo en la montaña del Príncipe Pío. Hay una línea que une a ambas contiendas: el pánico de las vidas que se destruyen.

“En todos los ámbitos Goya sigue estimulando la creación y siendo un punto de referencia. Eso lo alucinante, que después de siglos lo sigamos viendo casi como un artista contemporáneo”, destaca la comisaria. Se pone en evidencia que sus monstruos no solo son fruto de una época, sino que, por desgracia, también son atemporales.