Lo tenía todo en contra para triunfar en París, pero lo consiguió en la capital mundial del arte. Procedía de una pequeña capital de provincia como Santander, padecía una doble desviación de su columna, no hablaba apenas francés y debía abrirse camino en un cerrado mundo de hombres. Sin embargo, María Gutiérrez Blanchard (Santander, 1881 - París, 1932) se convirtió en maestra del cubismo y más tarde de la figuración con una obra brillante e innovadora a la altura de los genios con los que trató como Juan Gris, Diego Rivera o el mismísimo Picasso.
Borrada su huella durante décadas, algunas exposiciones recientes, como una retrospectiva en el museo Picasso de Málaga; o su inclusión con tres cuadros en una muestra de la pintura española del siglo XX en la Fundación Masaveu de Madrid o su presencia en la exposición Esperpento en el Reina Sofía, que estará abierta hasta marzo, recuperan a esta singular artista. Historiadores del arte y expertos consideran a María Blanchard la pintora española más importante de la pasada centuria.
Tras ocho décadas de olvido casi total, la talla de María Blanchard comenzó a ser reivindicada en 2011 con una retrospectiva en el centro Reina Sofía y con un documental biográfico. Detrás de aquella exposición se encontraba como comisaria María José Salazar, historiadora del arte y entonces conservadora del citado museo. Autora de una tesis doctoral sobre la pintora y la mayor experta en su obra, Salazar no tiene dudas cuando explica la relevancia de la artista española.
“Blanchard tuvo la valentía de marchar a París en 1911 sin recursos económicos ni contactos en la capital francesa a partir de una beca que le concedieron en Santander. Es decir, que se atrevió a romper con todo. Por otra parte, la pintura fue el fundamento de su vida, ella vivía sólo para pintar. Así se relacionó de tú a tú, no como alumna ni discípula, con los artistas más geniales del París de las vanguardias. Hoy, poco a poco la nueva lectura sobre las mujeres en el arte ha permitido un mayor conocimiento de Blanchard. No obstante, sigue siendo una desconocida para muchos aficionados o estudiosos del arte”, señala Salazar.
La también santanderina Gloria Crespo, licenciada en Bellas Artes, editora gráfica y autora del documental 26 rue de Depart sobre su paisana, recuerda que en la Universidad nadie citaba a Blanchard e incluso hoy su nombre sigue en sombras. “Dentro del cubismo –afirma rotunda–, ella es la artista más destacada y resulta heroico que desde sus orígenes en una familia burguesa de Santander llegara hasta Montparnasse y triunfara en una época tan marcada por el machismo entre los artistas y entre los críticos. No obstante, fue una mujer poco práctica y muy torpe para las cuestiones comerciales lo que supuso un obstáculo para su proyección”.
Tanto María José Salazar como Gloria Crespo subrayan que la pintora creció en un ambiente provinciano, pero muy culto donde destacaron otras tres mujeres de su familia: la escritora y diputada republicana Matilde de la Torre, la novelista Concha Espina y la traductora Consuelo Berges. Tuvo además Blanchard la suerte de que sus padres la animaran a estudiar primero en Madrid, con pintores consagrados como Manuel Benedito, y luego en París con maestros como Anglada Camarasa.
En la capital francesa, donde se instaló definitivamente en 1916 con 35 años para ya nunca regresar a España, María se adscribió a la corriente cubista donde introdujo el color como innovadora aportación. “Después de su breve e intensa etapa cubista”, señala Salazar, “regresó al orden, a una nueva figuración, pero con un resabio del cubismo”. Fueron los años veinte aquellos en los que Blanchard expuso con frecuencia y con éxito en París, Bruselas o Londres, ciudades en las que su trabajo comenzó a ser reconocido. Pero en 1927 una doble adversidad sumió a la artista en una profunda depresión, tomó conciencia de su grave enfermedad y surgió en ella un espíritu religioso que se trasladó a sus cuadros que reflejaron ambientes más dulces y melancólicos.
“Digamos que ella encontró un bálsamo en la religión”, apunta María José Salazar. Aquel fatídico año 1927 murieron su marchante y su gran amigo Juan Gris y, por si fuera poco, su vida se complicó por entonces con la llegada de sus tres hermanas a París con la intención de que las mantuviera. Así a los quebrantos económicos se unió un empeoramiento de su escoliosis de nacimiento debida a un accidente que tuvo su madre durante el embarazo. Blanchard vivió por ello con una doble desviación de la columna que la dejó jorobada y suscitó en ocasiones una mal entendida compasión por parte de sus colegas o de los críticos.
Un legado con mala suerte
“Estoy segura”, comenta Crespo, “que se le hizo un flaco favor a Blanchard al poner énfasis en su condición de jorobada y en una visión compasiva cuando ella superó tanto ese hándicap como la imposibilidad de tener hijos”. Las fotos que se conservan de la artista la muestran con el pelo corto a lo garçon y una mirada triste y al mismo tiempo enérgica tras unos quevedos. A juicio de María José Salazar, la pintora tuvo un carácter fuerte y marcó siempre un criterio propio hasta tal punto que otros compañeros solían pedirle su opinión. Esta historiadora lamenta que el legado de la artista, que falleció en 1932, tuviera mala suerte por distintos motivos, una razón más para su olvido. “Diversas circunstancias”, sostiene Salazar, “como que una de sus hermanas retirara su obra de los marchantes o problemas de aduanas o los estallidos de la Guerra Civil y de la II Guerra Mundial complicaron la conservación y la difusión de su obra que hoy cuelga en los principales museos de Europa”.
En los últimos tiempos la trayectoria y la obra de Blanchard han asistido a un afortunado impulso a través de algunas exposiciones y, en especial, a la organizada por el museo Picasso de Málaga entre abril y septiembre pasado con 85 óleos y dibujos en uno de los acontecimientos culturales del año. En la ciudad andaluza se exhibieron algunas obras clave de la pintora como La comulgante (1914), La dama del abanico (1916), La niña de la pulsera (1923) o La echadora de cartas (1925). El entonces director artístico del museo, José Lebrero, califica la reivindicación de la pintora como “un acto de justicia histórica” y añade que “una mayor sensibilidad colectiva y un mayor interés hacia el trabajo de las artistas ha derivado en un aumento de la presencia de las mujeres en el arte. En el caso de Blanchard esa gran exposición debía mostrarse sin duda en un contexto picassiano”.
Tal vez el termómetro de la recuperación de María Blanchard se comprueba ahora en la Fundación María Cristina Masaveu Peterson en Madrid, donde la pintora cántabra figura con tres cuadros en una sala que comparte, no por casualidad, con dos genios como Pablo Picasso y Juan Gris. Esta exposición, que estará abierta hasta julio del próximo año, lleva el significativo título de Arte español del siglo XX. De Picasso a Barceló y ahí figura por derecho propio una artista que triunfó contra viento y marea y cuyo legado ha podido al fin vencer al olvido.