Los tapices que Miguel Ángel no quería ver ni en pintura vuelven a la Capilla Sixtina: “Son más importantes que su bóveda”

Un desfile de gente paseando por la Capilla Sixtina y mirando al techo es la imagen más habitual dentro del Vaticano, y lo mismo ocurre con el centro de la sala de los Estados del Louvre, donde se encuentra La Gioconda, o con el suelo de mosaico de Lod, en Israel. Hay veces que una sola obra colocada en un determinado rincón logra eclipsar todo lo que haya a su alrededor, por maravilloso que sea.

Precisamente por eso, que la bóveda de Miguel Ángel se enfrente por primera vez en 400 años ante un competidor a su altura es un acontecimiento histórico que la Santa Sede exprimirá durante los próximos siete días con un tour muy especial.

Los encargados de robarle el protagonismo son diez tapices del artista italiano Rafael Sanzio que, en el siglo XVI, decoraron el lugar más impactante del enclave religioso por deseo del papa Sixto IV. Durante esta semana y en homenaje al quinto centenario de la muerte del artista de Urbino (1483- Roma, 1520), los cartones lucirán por todo el perímetro inferior de la sala tal y como fueron concebidos hace justo cuatro siglos.

La rivalidad artística entre Rafael y Miguel Ángel no es fruto de habladurías ni de chismorreos históricos, pues como plantea Matteo Mancini, subdirector del área de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid, razones tenía el genio del Renacimiento para envidiar por aquel entonces al joven Sanzio.

“Con solo 36 años, Rafael era subintendente arquitectónico de la obra de ampliación de San Pedro y por eso recibió el encargo de diseñar unos tapices que representaran escenas del Nuevo Testamento, algo insólito en la Roma de 1519”, explica el profesor.

“Cuando hablamos de la Capilla Sixtina, automáticamente pensamos en El juicio final de Miguel Ángel, pero ni siquiera existía cuando los tapices se colgaron por primera vez. Solo estaba la representación del Génesis en una parte de la bóveda y los frescos de los pintores florentinos (Boticelli, Roselli, Perugino…). Es en ese momento cuando comenzó una competición evidente ente ellos sobre cuál era el modelo adecuado de clasicismo”, dice Mancini.

Además de por la calidad de los tejidos, el trabajo de Rafael destacó por representar escenas muy poco prodigadas en el imaginario religioso, como La pesca Milagrosa, La entrega de las llaves, El castigo de Elima, El sacrificio de Listra, o La curación del paralítico.

Esto fue porque el artista, en lugar de impregnarse de los dos estilos más comunes de los tapices europeos -el floral francés o el narrativo flamenco- decidió “introducir un concepto novedoso que era representar los Hechos de los Apóstoles San Pablo y San Pedro con una estética clasicista”.

Según el experto, Sanzio planteó conceptos de volumen y de colores totalmente opuestos a los que Miguel Ángel había pintado en el Génesis, aunque “fue aún más deliberado en las últimas intervenciones de Rafael en las habitaciones del Vaticano, donde sí había una contraposición de estilos”.

Sin embargo, la guerra entre los dos tótems italianos del Renacimiento no era tanto estilística como de egos dañados, sobretodo el de Miguel Ángel. Pues, aunque hoy no se consideren como tal, en su día los tapices eran un arte sublime y de “un nivel indudablemente superior al de la pintura”.

Así, el encargo del Vaticano a Rafael fue “el más importante que había pedido nunca Roma” y una prueba de confianza ciega para ejecutar “la obra más importante de la Capilla Sixtina, incluida la bóveda”, piensa Mancini. También, una de las más caras.

En defensa del tapiz

Afirmar hoy en día que existe algo en las paredes de esa sala más relevante que el fresco que realizó Miguel Ángel en solitario durante cuatro años, parece temerario. Sin embargo, cuando el profesor de la Complutense aporta contexto a esta idea, se comprende muy bien la magnitud de la misión de Rafael.

“¿Había competición? Seguramente sí. Al final, como en la actualidad, los encargos que le den a tu rival no te llegan a ti. No sabría decir quién gana, pero no cabe duda de que en 1519 los tapices fueron algo innovador. De hecho, los primeros talleres de esa especialidad aparecieron en Roma un siglo más tarde, en XVII. Es bestial”, ratifica Mancini.

Para él, estas telas gigantes reúnen por un lado el concepto de magnificencia, el de transformar cualquier estancia en un salón de eventos, “porque decoran de forma inmediata cualquier sitio”, pero también suman el valor material. “Los tapices están tejidos con hilos de plata y oro y, en una circunstancia dramática, se pueden quemar y el oro y la plata quedan intactos, por lo que su valor económico es incomparable”, explica el experto.

“La creación artística es algo inexplicable y, en esa construcción, el hecho de que la pintura sea hoy en día superior a los tapices nos hace desenfocar la importancia de las cosas. Los tapices de Rafael son la obra más importante de la Capilla Sixtina. Es una forma de pintura, pero en lugar de realizarse con pinceles, se hace con hilos”, defiende.

El Vaticano, consciente del valor de los diseños de Rafael, ordenó quemar los cartones originales. También pagó al de Urbino 70.000 escudos, una “cantidad desorbitada” para la época y que correspondía a cinco veces más de la que recibió Miguel Ángel por el Génesis y El juicio final.

“Usando un símil automovilístico muy italiano, hacer un Ferrari no solo cuesta lo que vale un Ferrari; también vale el material y los complementos que lleva dentro. En el caso de los tapices de Rafael -creados en Flandes por sus dimensiones- y las pinturas de Miguel Ángel, ocurre igual”, compara Mancini.

Paradójicamente, ni siquiera Rafael llegó a ver la Capilla Sixtina con los diez tapices, pues murió cuatro meses después de que se expusieran los siete primeros. El artista falleció en abril de 1520 y sus obras solo se volvieron a exponer en el lugar para el que fueron concebidas en contadas ocasiones, ya que por costumbre se adornaba la estancia papal en las grandes ceremonias.

“Además, cuando se termina El juicio final, coincide con un momento crítico para la Iglesia, en 1550. A partir de entonces la capilla deja de ser propiedad de Sixto IV para convertirse en la obra cumbre de Miguel Ángel”, cuenta el profesor.

Se dice que los celos del de Caprese, que no quiso que las telas rivalizaran con su último fresco de la bóveda, hicieron que poco a poco los tapices fuesen relegados a los sótanos del Vaticano. Incluso se llegaron a subastar para subsanar las deudas de la comunidad, aunque más tarde la Santa Sede volvió a comprarlos.

Ahora se exponen en la pinacoteca vaticana dedicada a Rafael, para Matteo Mancini, el mejor refugio que pueden tener. Y más si se tiene en cuenta que la Capilla Sixtina recibe 25.000 turistas al día: “Roma está viviendo un acontecimiento fabuloso, pero, personalmente, me alegro mucho de que solo vayan a estar una semana allí. Nunca sabes qué palo selfie les puede impactar”.

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