No es solo un error, es un daño crónico: vulnerabilidad y precariedad de la mediación cultural
La palabra mediación remite a la idea de resolución de conflictos, pero si le incorporamos el adjetivo cultural, el tema se va acotando. La mediación cultural está relacionada con la educación, con acompañar públicos, con generar comunidad. Media entre el hecho cultural y quien está de frente. Mediación tiene un talante más dialógico, como ya apuntaba Aida Sánchez de Serdio en 2015 en su artículo Digui mediació. Si bien esta profesión nace muy vinculada a la educación en museos, actualmente abarca multitud de espacios de trabajo, tanto dentro como fuera de las instituciones culturales y artísticas.
Recientemente el equipo de mediadoras culturales (dado que la mediación cultural es un sector feminizado, emplearemos este género gramatical de aquí en adelante) del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) ha sufrido un despido debido a varios errores insubsanables en el nuevo pliego para el concurso de licitación del contrato de renovación de la empresa externa, actualmente Sedena SL, que subcontrata la Mediación Cultural del museo. Un error que ha afectado a 19 trabajadoras, que se quedarán sin trabajo durante varios meses y que, además, implica la suspensión de casi la totalidad las actividades de mediación cultural de MNCARS. Una situación con la que, la mayoría de las profesionales que nos dedicamos a la mediación cultural en España, nos sentimos familiarizadas e identificadas, al haber vivido experiencias muy similares y que vienen provocadas por la enorme fragilidad y precariedad que afecta a esta profesión.
En esta ocasión se ha tratado de un error administrativo, sin embargo, y aunque no por ello sea menos grave, no es la primera vez que las mediadoras sufrimos las consecuencias de la subcontratación. No se trata, por tanto, de un simple error, sino de un modelo que externaliza la mediación cultural en empresas externas quienes, además, en ocasiones ofrecen otros servicios alejados de lo cultural o educativo, como la seguridad o el mantenimiento. Un hecho paradójico, siendo la mediación cultural una función esencial para un museo o institución cultural que requiere de profesionales altamente especializados, asentando un modelo de gestión en el que se prioriza lo económico o la agilidad de los procesos administrativos en detrimento de la estabilidad laboral.
Esta forma de subcontratación actúa, en muchas ocasiones, no solo en la merma de las condiciones materiales de las mediadoras culturales sino que también afecta a la calidad de esta función, pues impide generar proyectos a largo plazo, sostenidos en el tiempo y con recursos suficientes para lograr impactos sociales significativos y duraderos. La subcontratación de los equipos de mediación lanza un mensaje claro al resto de la estructura del museo y al conjunto de la sociedad: “Estas trabajadoras no forman parte del museo, no forman parte de su estructura, y por tanto, son prescindibles”.
Lo ocurrido recientemente en el MNCARS es solo la punta del iceberg de una serie de problemáticas estructurales, que tienen sus raíces ancladas en cuestiones más profundas y transversales, que relegan a las mediadoras culturales a un escenario de fragilidad y vulnerabilidad crónicas. Problemas que tienen que ver con la confusión sobre lo que se entiende como mediación cultural, la falta de visibilidad en el sector o la subordinación de la mediación con respecto a otras áreas del museo, como las exposiciones o la conservación. No es casual que muchas de las tareas que tienen que ver con los cuidados, la atención al público o la pedagogía estén externalizados para ahorrar así costes económicos y trámites administrativos. La mayoría de mediadoras culturales, son en mayor porcentaje mujeres, lo que implica una doble desigualdad, por un lado, hacia lo educativo como subalterno a otras áreas, y por otro, hacia las profesiones feminizadas. Lo que ha ocurrido en el MNCARS con la mediación cultural es el reflejo de un sistema socioeconómico que prioriza la acumulación de capital frente al cuidado y la sostenibilidad de la vida y, más aún, “establece una amenaza constante sobre esta, que termina resolviéndose (malamente) en esferas feminizadas e invisibles”, como diría la economista Amaia Pérez-Orozco (Pérez-Orozco, 2019, p. 38).
Esta primacía de lo administrativo o lo económico está ligada, a su vez, con la mirada estereotipada, infantilizada y paternalista que se tiene de la mediación cultural y de sus funciones, en otras áreas y sectores, incluso dentro del sector cultural y artístico, donde esta se relega a una manera de reproducir la voz y el discurso que se emite desde la producción artística y el comisariado.
Para entender verdaderamente el problema es necesario plantearnos qué es la mediación cultural, un término puesto en boga en la última década pero que sigue generando confusión, malentendidos y solapamiento con otros sectores profesionales como el turismo o la atención al público. Debido a su propia naturaleza híbrida, mixta y a su carácter abierto, flexible y permeable, no es fácil delimitar y determinar qué es la mediación cultural, pero lo cierto es que es mucho más que la realización de visitas guiadas a exposiciones. La mediación cultural implica una labor intelectual crítica, de investigación, diseño y evaluación de proyectos complejos y profundos realizados junto con comunidades específicas, que hacen del museo mucho más que un espacio expositivo.
Desde la Asociación de Mediadoras Culturales de Madrid (AMECUM) entendemos la mediación cultural no solo como un medio para crear vínculos con los visitantes, fidelizar o atraer nuevos públicos, sino una herramienta de transformación social en el desarrollo de una ciudadanía capaz de empoderarse a través de la cultura. Así mismo, la mediación cultural no solo brinda experiencias a los visitantes, sino que también actúa “hacia dentro” generando procesos de transformación del propio museo. Por este motivo, es esencial no solo para el público sino también para la democratización de la propia institución, que contribuye a generar espacios más amables, inclusivos y accesibles. Pero es que, además de esta capacidad transformadora, la mediación desarrolla audiencias y genera ingresos sustanciales para el museo.
Las mediadoras culturales somos profesionales con un alto grado de formación, especialización y conocimiento en diversas áreas como la historia del arte y la pedagogía, que necesitamos tener unas condiciones materiales mucho más dignas para poder ejercer de manera adecuada nuestra labor, y ser consideradas parte del equipo laboral de un museo, en lugar de meras colaboradoras que van al museo a realizar unas cuantas visitas a la semana. El gran porcentaje de mediadoras trabajan en régimen de autónomas, con contratos temporales o a través de subcontrataciones que, en muchos casos, brindan condiciones y salarios injustos con su nivel de formación y su importancia en la democratización de los museos.
Esta realidad a la que se enfrentan las profesionales de la mediación cultural entra en conflicto con la nueva definición del Museo que da el ICOM: “(...) los museos fomentan la diversidad y la sostenibilidad. Con la participación de las comunidades, los museos operan y comunican ética y profesionalmente, ofreciendo experiencias variadas para la educación, el disfrute, la reflexión y el intercambio de conocimientos”. Nos preguntamos, pues, ¿cómo es posible entonces que el equipo de profesionales encargado de lograr estas experiencias no sea parte estructural del museo? Lamentablemente lo ocurrido en el MNCARS con la mediación no se trata de un error, sino de una situación crónica que debe cambiar, no solo en el papel sino también en la praxis.
En AMECUM llevamos desde 2015 visibilizando tanto la figura profesional como la relevancia de este trabajo, facilitando el acceso a los servicios necesarios para su profesionalización a través de la investigación, la formación teórico-práctica y el impulso de espacios de encuentro y trabajo colaborativo. En este compromiso, partimos de la convicción de que la cultura y la educación artística son herramientas esenciales para la mejora de la sociedad y defendemos la investigación, el análisis crítico y el intercambio de experiencias como instrumentos clave para lograrlo.
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