Una amplia puerta pintada de azul pasa desapercibida en el barrio madrileño de Usera. Las calles colindantes están flanqueadas por los farolillos que decoran la zona para recibir el Año Nuevo chino este mes. A primera hora de la tarde no hay demasiada actividad, apenas hay vecinos paseando, pero sí se escuchan voces desde dentro de los hogares. También detrás del pórtico protagonista. Dos toques sobre él bastan para añadir el sonido de una llave que gira la cerradura para abrirla y dar la bienvenida al universo paralelo creado por Sandra Gamarra. La artista encargada de diseñar el pabellón de España en la Bienal de Venecia 2024 que se celebrará del 20 de abril al 24 de noviembre nos invita a su taller.
Nada más entrar, un amplio calendario colgado en el muro izquierdo aterriza la cuenta atrás para la gran cita. En el interior se respira una calma contagiosa. Las paredes son blancas, el centro lo copa una amplia mesa, a la que siguen otras, repletas de pinceles, botes de pintura, láminas, carpetas y fotografías. Distintos caballetes portan una serie de piezas que nada tienen que ver entre sí. Hay cuadros con tonalidades rojas, reinterpretaciones de títulos en los que ahora destacan elementos que no fueron los originariamente planeados, telas que recubren, y hasta un depósito improvisado de los títulos finalizados.
Lo que hoy son obras sin terminar, como ella misma recuerda al explicar cada una en las que actualmente está trabajando, compondrá la Pinacoteca Migrante, en la que expondrá narrativas históricamente silenciadas y propondrá una institucionalidad más accesible, diversa y sostenible. La exhibición está comisariada por Agustín Pérez Rubio. En sus cuadros, Gamarra ha partido de pinturas de colecciones patrimoniales españolas de la época del Imperio hasta la Ilustración; además de una instalación compuesta por doce monumentos con una carga simbólica en la historia de las excolonias.
La peruana va a ser la primera artista migrante elegida para representar a España en la Bienal de Venecia, cuya propuesta ha sido presentada este miércoles por Acción Cultural Española (AC/E) y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID). Y lo hará dos años después de que su exposición Buen Gobierno fuera censurada por la Comunidad de Madrid. Gamarra cuestionó en ella cómo España había interpretado su papel en el pasado latinoamericano. A Marta Rivera de la Cruz, consejera entonces de Cultura, le molestó que incluyera las palabras “racismo” y “restitución”. Tuvieron que retirarlas.
Aquello no amedrentó a Gamarra. Y de hecho Pinacoteca Migrante se sitúa en la misma línea. La autora defiende que “el arte sigue siendo un espacio seguro donde podemos dialogar, hasta podemos diferir y puede servir para otro tipo de cuestiones mucho más urgentes y complejas. Si no podemos permitir el desencuentro en este territorio, ¿dónde podemos hacerlo?”. La peruana es consciente de que su propuesta levantará algunas ampollas, pero amplía la discusión invitando a la autocrítica y reflexión: “No espero nada, pero al mismo tiempo lo espero todo. Y creo que eso es lo que toca”.
“Tendemos a pensar que solo hay una forma de decir las cosas”, lamenta, “hay mucha gente que va a ver el proyecto y va a decir: '¡Pongamos esto en el Prado!'. Y no va de eso. Va de ponerlos al mismo tiempo. De no crear un solo relato sino ver qué pasa cuando los hay diferenciados, porque siempre los va a haber”. Gamarra plantea que “vistos los resultados de jugar a imponer uno solo”, por qué no aprovechar la capacidad del arte e “ir más allá de la confrontación”. En su proyecto invierte el concepto occidental de pinacoteca, exportado de las antiguas colonias, al exponer una serie de narrativas históricamente silenciadas.
En sus obras los protagonistas son los migrantes, tanto humanos como no. Incluye organismos vivos, plantas y materias primas que, a menudo, hicieron a la fuerza el viaje de ida y vuelta. Estos últimos serán el eje de una de las seis salas que vertebrarán la exhibición, titulada Gabinete del Racismo Ilustrado, que relatará la forma en la que la antropología y la ciencia fueron usadas como herramientas de discriminación racial.
La artista enseña unas láminas con facsímiles de botánica del Reino de la Nueva Granada. “He añadido brazos y manos a las plantas como metáfora de que cuando se pierden estas especies, se pierde también la relación que había del humano con estas especies. Hay culturas en las que esto destruye su forma de entender el mundo”, apunta.
El guiño a manos y pies está presente en otra de las obras que muestra a este periódico, permitiendo que cobren vida como los “personajes que vienen a trabajar y parece que no están”. Esos trabajos “ocultos”, habituales en espacios como hoteles y jardines: “No ves quién te tendió la cama, pero está tendida”. Y acuña una frase de las “servidoras del hogar”: “Querían brazos pero llegamos personas”. Para ello ha revisitado una serie de pinturas de castas provenientes de México, en la que solo ha restaurado con oro las extremidades, otorgándoles “un valor de mano de obra mayor que el de la propia persona”.
Además, avanza que la amplia mayoría de cuadros van a estar cubiertos con telas que “acogerán, envolverán y descuadrarán las lecturas” imperantes de las pinturas. Y las habrá “inacabadas”, para simbolizar que “la historia también tendría que ser permeable a replantearse”.
Recursos, adivinar y rebautizar protestas
A la sala Retablo de la Naturaleza Moribunda pertenecerá la obra que más trozo de pared copa ahora su taller, elaborada con óleo rojo sobre pan de oro, y que funciona como un guiño al género del bodegón. En ella combina extractos y pinturas completas que remiten a “cómo los recursos que da la tierra, y se generan de ella, siempre parecen dados”. “Incluso en las obras de la conquista, siempre hay un indígena entregando un bien. Pareciera que nuestra forma de entender nuestra cultura, al ser la más desarrollada, es plausible de recibir a cambio de lo que damos. Y en un mundo circular tu exceso significa que alguien se queda sin su parte”, advierte.
Otra de las piezas en la que está trabajando es un cuadro histórico del Reino del Perú. Actualmente se ven animales, arroyos y plantas, a las que acompañará mucho texto, y que buscará ser “una enciclopedia abierta”. Gamarra explica que en el precolombino se leía el futuro con payares, lo que en España llamaríamos habas. “La idea es completar esa información con otro tipo de lectura más cercana a la adivinación en un contexto donde el futuro es lo que está atrás porque no lo ves, y el pasado es lo que está delante porque es lo conocido. Siempre estás avanzando hacia lo que conoces”, argumenta.
En la sala Máscaras Mestizas se ahondará en la manera en que estas “te permiten ser eso que no conoces de ti. Son otras formas de entender la complementariedad, no desde el otro; sino desde lo desconocido de uno”. El cerro de Potosí es el centro de un cuadro impregnado de óxido de hierro de color negro; en el original del que parte impregnaban los tonos rojizos.
En esta zona se extrajeron ingentes cantidades de minerales y ahora es una de las más contaminadas. Al necesitarse mucha agua para hacerlas funcionar, se llegaron a fundar hasta 21 lagunas, que ha retitulado con textos de las pancartas de la lucha campesina por el derecho al agua. Entre ellos: “Litio para hoy, hambre para mañana”. De su parte más baja brotan una serie de hilos de plata que “sirven de metáfora de la extracción, casi como cabellos que salen del agua. Lo que emana de esa tierra”.
Romper la jerarquía de los museos
De lo que la visita al taller permite intuir que implicará Pinacoteca Migrante es una reflexión sobre los propios museos. En concreto, sobre por qué existe una falta tan sangrante de revisión: “Hay ciertas jerarquías que forman parte de un todo, las hay en la cultura. Los productos culturales se clasifican siempre de la misma forma. Las ausencias del Arte Virreinal en el Prado, por ejemplo, solo se pueden explicar desde ahí. Toda esa parte estaba en el Museo de América, como si fueran historias diferenciadas”. “¿De qué está alimentada esa separación?”, plantea, “en su trasfondo radica la jerarquía en las culturas. Hay productos que se merecen estar en unos lugares y otros que merecen otros”.
Su diseño para la Bienal de Venecia recuerda al compromiso del Ministerio de Cultura liderado por Ernest Urtasun de descolonizar los museos del país. Plan del que, por el momento, no han dado detalles. “Imagino que habrá muchas maneras, pero que nos diga algo más”, reclama Gamarra. La artista considera que se podría empezar por el intercambio de colecciones entre museos de España, ya que considera que “hay muchas obras que podrían cruzarse. Hay muchas obras que están dispersas, no enlazadas”.
La peruana critica igualmente la falta de cartelas y de información: “La cultura no debería ser solamente ese objeto que se crea, sino también las herramientas y facultades del propio espectador para enfrentarse a ellas. Si la cultura no es el sentir y solamente es ese objeto que se cuelga, entiendo que el problema sea moverlo”. Por contra, la peruana sostiene que con restitución “no solamente se habla de llevar algo de un lugar a otro”.
Gamarra incide en definirse a sí misma como una “artista occidental”. “No decirlo lleva a que pareciera que solo hay un tipo de artista. Y que si solo hay uno, es occidental. En el momento en el que dices que lo eres, permites que haya otros que no sean como el tuyo”. Y todos esos tuyos, míos, otros y nuestros se entremezclan en sus obras para sacudir la “universalidad” que los museos han impuesto como única, en vez de abrir sus puertas a una convivencia que por mucho que haya querido ser ocultada, existió, existe y existirá. No importa a quién moleste, contraríe o incomode. Por lo pronto, quedará pintado –y replanteado– en su Pinacoteca Migrante.