Si él bebió de grandes como Walker Evans, Ed Ruscha, Andy Warhol o Bach –el uso de las series en toda su obra, explicó ayer en Madrid, “es una cosa instintiva que probablemente tenga que ver con Bach y sus variaciones” y, probablemente, argumentó, uno de los motivos por los que conectó con Warhol–, Stephen Shore ha influido en una cantidad ingente de fotógrafos y artistas contemporáneos. No en vano, este fotógrafo norteamericano, que lleva trabajando sin parar de los años 60 y ha dado la vuelta a los cánones de la fotografía, está considerado uno de los grandes maestros del siglo XX y uno de los fotógrafos contemporáneos más influyentes. Además de uno de los nombres que consiguió llevar la fotografía al estatus de arte (y acabar con lo que hasta entonces se entendía como tal).
La Fundación Mapfre le rinde homenaje con la inauguración este viernes de la primera gran restrospectiva dedicada a Stephen Shore, que se podrá ver en la Sala Bárbara de Braganza hasta el 23 de noviembre. Una muestra organizada de forma cronológica que recoge cerca de 260 obras que van desde sus primeros trabajos inéditos cuando tenía 14 años hasta sus últimas obras, e incluye series nunca vistas como que realizó en las excavaciones arqueológicas de Hazor y Ascalón, en Israel, de 1994. “Siempre da un poco de miedo que te hagan una restrospectiva porque da la sensación de que estás a punto de morir, así que digamos que esta es una retrospectiva a media carrera”, matizó el fotógrafo en la presentación en Madrid. Por su parte, la comisaria Marta Dahó destacó el valor de la exposición ya que consigue “establecer unas conexiones entre proyectos distanciados en el tiempo y conocer con mayor detalle su evolución”.
La búsqueda permanente del reto
Si hay un eje central en la prolífica obra de Shore ese es el custionamiento constante, la búsqueda del desafío y del reto, de la exploración del lenguaje fotográfico y de sus posibilidades como estructura que condiciona la visión del espectador, y la necesidad de revelarse frente al convencionalismo y las corrientes establecidas. De ir constantemente a contracorriente. Eso en la parte más intencional porque en la práctica, este hombre ha revolucionado en cuestión de formatos (cuando todo el mundo usaba cámaras de 35 mm., optó por una de placas de 4x5 y de 8x10), impusó el color cuando se llevaba el blanco y negro y volvió al blanco y negro cuando todos preferían el color, erigió a categoría de arte ese snapshot o instante casi errático con imágenes aparentemente amateurs, y tomó como protagonistas a esos no-lugares –objetos, esquinas, edificios nada monumentales, platos de comida, caminos... que hizó célebres en sus dos series más famosas, American Surfaces y Uncommon Places– que son recurrentes en toda su producción y hoy pueblan cualquier galería on y offline, perfiles Instagram o Tumblr.
“Siempre he sido consciente de la necesiad de explorar problemas estéticos y cuestiones de contenido que tengo en mente. Una vez que respondo a estas preguntas, me gusta hacer cosas diferentes. No quiero seguir creando una obra sin plantearme otro desafío. Y, en segundo lugar, hay una parte de mí que cuestiona las tendencias y los convecionalismos”, argumentó sobre su constante búsqueda de nuevas posibilidades en el lenguaje fotográfico.
Stephen Shore llegó a la fotografía a los 6 años pero no fue a través de una cámara sino de los tanques de revelado de un juego de Kodak que le regalaron. “Cuando yo ya tenía 8 años, después de dos años trabajando en el cuarto oscuro, fue una evolución natural que quisiera hacer fotos. Unos tres meses antes de cumplir 9 años me regalaron una cámara de 35 mm. Una Ricoh Rangefinder”, contaba en una entrevista que le hizo David Campany y que recoge el catálogo editado para la exposición. Así comenzó a capturar imágenes con tanta determinación que con 14 años se plantó delante del director de fotografía del MoMA y le vendió tres fotos. Y con 23 años realizó su primera exposición en el Metropolitan, siendo el segundo artista vivo que exponía en el museo neoyorkino. La exposición que podemos ver en Madrid reúne por primera vez una pequeña muestra de estas fotografías inicales, que tomó entre sus 14 y 18 años, y donde ya está presente su interés por lo cotidiano y una conceptualidad que exploraría a mediados de los 60.
Era esa la época en la que la fotografía considerada artística se movía en entre el preciosismo y la carga estética pero Shore, claramente influido por su periodo en la Factory de Andy Warhol –estuvo entre 1965 y 1967 y en alguna ocasión lo definió como “el lugar donde estuve en vez de ir a la universidad”–, rompe con esos postulados y apuesta por la fotografía con apariencia de neutralidad, impersonal, con un impostado halo amateur y, sobre todo, le da un punto de vista funcional y práctico. Son obras más conceptuales donde investiga, afirma, el efecto de la cámara en la percepción del mundo. Y lo hace explorando las secuencias y reiteraciones desde una posición geográfica o temporal en series como Avenue of The Americas, en la que fotografía cada intersección de calle durante toda la avenida. En esta época también se inclina por esa idea de fotografía popular y utilitaria, influido por Ruscha, y crea Greeting from Amarillo. Tall in Texas (1972), una colección imágenes de monumentos locales de la ciudad de Amarillo que editará como postales.
Entre 1972 y 1973 crea una de sus primeras series célebres: American Surfaces. Una suerte de diario visual de sus viajes por Estados Unidos pero que, en contra de la norma, no incluye grandes momumentos o lugares súper espectaculares sino que inclina su objetivo hacia lo cotidiano y supuestamente desapercibido como carreteras, restaurantes, hoteles, luminosos, manos, aparatos, bloques de viviendas, comida... Lo hace con un estilo presuntamente neutro y anónimo que, de nuevo, busca esa visión no profesional pero que ya, o más bien hoy vemos, se funde con el documentalismo. Busca el snapshot, una imagen con pinta instantánea, o ese error o dejadez del fotógrafo, como él mismo lo describió. Pero además sigue moviéndose contra lo establecido porque mientras lo normal era usar cámaras de 35 mm., Shore opta por una cámara de placa de 4x5 pulgadas. “Quería un formato mayor”, recordó ayer, y la película existente en color no le permitía ampliaciones con la nitidez necesaria.
Pero, prosiguió, también se le hacía insuficiente y saltó al negativo de 8x10, con el que empezó a trabajar (y estuvo 30 años) con más reposo utilizando el trípode y largas exposiciones. Este cambio dará como resultado unas composiciones más complejas sobre el territotio urbano y suburnano, que recoge en la más famosa aún serie Uncommon Places (1972-1981) centrada de nuevo en el paisaje urbano. Un proyecto que alcanzó más éxito si cabe al formar parte de la exposición New Topographics: Photographs of a Man-altered Landscape, de 1975, y en la que participaron los Becher, Robert Adams, Frank Gohlke o John Schott y que dio nombre al estilo topográfico aunque, más bien, dejo constancia de un relevo en los procesos fotográficos del momento. Y una rebeldía más: Las 20 fotos de Shore que se vieron en la muestra eran las únicas de color...
No obstante, como razonaba ayer Shore, necesitaba otras preguntas y respuestas. Por eso, a partir de los 80 volvió a los paisajes naturales buscando nuevas formas de captar la perspectiva y, una década después, añadió la vuelta al blanco y negro. “En 1991 me di cuenta de que llevaba veinte años trabajando solo en color. Buscaba una nueva salida hacia delante y se juntaron un par de cosas. Llevaba dando clases casi una década y eso incluía enseñar impresión en blanco y negro. Al explicárselo a mis alumnos me había convertido en un impresor en blanco y negro mucho mejor de lo que lo había sido en los años 60. Llegué a ser bastante bueno (...) Hacia 1991 nadie trabajaba ya en blanco y negro, así que pensé: '¿Qué pasa aquí? Esto es otra convención. El color se ha convertido en otra convención'. Y decidí que la década siguiente trabajaría en blanco y negro”, cuenta a Campany.
Se pueden ver en la exposición las series de gran formato Essex County (1990), realizada en los montes Adirondack del Estado de Nueva York, y Arqueología, la inédita de los yacimientos de Hazor y Ascalón, tomadas en Israel en 1994. El salto no solo está en esta época en el cambio del color sino que también que su objetivo pasa de esos grandes paisajes a lo mínimo. Shore juega ahora con las texturas que encuentra en las rocas y los troncos de los árboles o la tierra de las excavaciones. También a este periodo de blanco y negro corrensponde la más reciente serie Nueva York (2000-2002), para la que vuelve a la street photography y casi al mismo sitio donde treinta años antes capturara las intersecciones de la Sexta Avenida pero ahora, en otra vuelta de tuerca, con imágenes panorámicas, es decir con una camára mucho más pesada e incómoda.
Asimismo, de la producción más reciente de Shore la exposición de la Fundación Mapfre presenta Ucrania (2012-2013) y Winslow, Arizona (2013), dos proyectos con los que ha vuelto al color. Este último corresponde a una colaboración en el proyecto State to State de Dorg Aitken mientras que Ucrania está centrado en la vida de los supervivientes del Holocausto ucranianos a través de los objetos de su vida diaria. Algo que ha supuesto un nuevo reto, esta vez temático, radicalmente diferente ya que, como señaló, es “la primera vez que me enfrentaba a una temática con tanta carga emocional. El problema era hacer fotografías que comunicaran ese nivel emocional pero que no lo exploten”.
Shore reveló ayer que ahora esta inmerso en un proyecto fotográfico utilizando Instagram, una red social de la que dijo no saber qué significa en su carrera pero “es divertida. Quiero crear algo estéticamente coherente”. Y añadió que su atracción por Instagram no es algo raro, sino “coherente” con su trayectoria porque, “si quitas los 30 años utilizando la 8x10, siempre me han atraído las formas populares de comunicación” con, enumeró, formatos utilitarios como cámaras Leicas o Nikon que utilizó, por ejemplo, para la colección de postales; las que tomó con una Mick-A-Matic, una cámara con forma de Mickey Mouse con el objetivo en la nariz, o más recientemente en la colección de libros, de los que algunos están en la muestra, Print on Demand Books (2003-2010), una serie de 83 libros organizados por temas (se publicaron juntos en 2012 bajo el título The book of books) cuya principal característica es que las fotos las hacía a lo largo de un solo día. Eso sí, dijo, el “peligro” de las cámaras digitales de hoy en día es que como se pueden tirar tantas fotos “la gente pierde el contacto con sus propias intenciones”.