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En el taller donde se fabrica el sueño de un pueblo de 27 habitantes

José María Sadia

Masa (Burgos) —
21 de octubre de 2023 22:09 h

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En el pequeño pueblo burgalés de Masa afirman que “tiembla el misterio” más de lo habitual. No es que suceda algo extraordinario cada dos por tres. La razón es mucho más simple: las maniobras de la fábrica de explosivos que se sitúa en las proximidades del páramo mantienen al pueblo en alerta. Temen que estos microseísmos ensanchen las grietas del tesoro más preciado —Nuestra Señora de la Asunción, una iglesia medieval de estilo gótico— justo ahora que están haciendo realidad un sueño de décadas. Mientras las sacudidas continúan, a media hora de allí —en el centro de la ciudad de Burgos— varios profesionales se aplican en la restauración de un retablo del siglo XVII que los vecinos esperan ver colocado, y en todo su esplendor, para el buen tiempo. En primavera. Será entonces cuando se produzca una especie de milagro, especialmente para algunos de ellos. Como Isabel, de 91 años, que jamás ha contemplado el verdadero brillo del altar mayor.

Un sueño trabajado y también sufrido. “Es la tercera vez que lo intentamos”, subraya Agustín Rodríguez, miembro de la comisión creada para recaudar, a través de la fórmula del micromecenazgo y con el apoyo de Hispania Nostra, los 40.810 euros que permiten acometer con mimo la recuperación del retablo principal del templo. “En las ocasiones anteriores, cuando llegábamos a la parte del presupuesto, comenzaban los problemas”, reconoce, sentado en uno de los bancos de la nave lateral del templo, junto a una nutrida representación vecinal de Masa. “Que el retablo estaba mal lo habíamos visto desde hace tiempo: tenía desconchados, le faltaban pinturas…”, enumera Amando Herrero, otro de los habitantes de este minúsculo pueblo de 27 personas censadas, que en realidad se reduce a las cuatro familias que aguantan aquí todo el año, incluido el invierno y sus frecuentes nevadas.

De hecho, en el segundo intento, los vecinos llegaron a poner dinero de su propio bolsillo. Pero nada. El montante total quedaba lejos, mientras el ocaso del conjunto parecía, cada año, más cercano. “O lo arreglábamos o se caía”, dramatiza Begoña Herrero, vecina “muy vinculada al pueblo”. Y es que los naturales de Masa llegaron a temer por los ángeles que ocupaban los cuerpos superiores del retablo, no siendo que acabaran emprendiendo un involuntario salto al vacío. Y eso no se lo podían permitir. “Para muchos, la iglesia de Masa puede ser el lugar en el que han sido bautizados, donde han hecho la comunión, se han casado o han enterrado a familiares”, describe Amando, para situar en su justo término la importancia de la pervivencia del templo.

Un punto de inflexión

Si las fórmulas anteriores habían fracasado, el pueblo tenía que buscar una nueva esperanza. Y una improvisada reunión en la calle marcó un punto de inflexión. Los vecinos crearían una asociación para optar a ayudas oficiales. “Habíamos oído hablar del micromecenazgo a través de un pueblo vecino, nos reunimos con ellos y nos desanimaron bastante”, confiesa José Luis de Miguel, presidente de la comisión y promotor de la iniciativa. Mandaron misivas a centenares de empresas, pero la respuesta que esperaban tampoco llegaba. Aun así, insistieron. “Yo soy como el ave fénix, cuando hay problemas, me animo aún más”, sostiene entre risas José Luis. La situación cambió de forma radical cuando recurrieron a la asociación Hispania Nostra. “Lanzamos la campaña: ha sido muy laborioso, pero ha funcionado muy bien”, confiesa De Miguel. Entre otras cosas, gracias a la idea de ofrecer el apadrinamiento de los santos del templo a cambio de aportaciones económicas. Tanto que se agotaron y tuvieron que recurrir a la “adopción” de los bancos de la iglesia, la veleta o el reloj.

Para asombro de los vecinos, los donativos no paraban de llegar hasta conseguir el mínimo marcado de 40.000 euros. El 20% de las donaciones procedía de personas que de nada conocían. En Masa se preguntan todavía hoy cómo han colaborado desde países como Letonia o Canadá. Aunque ellos mismos proponen la clave: “Nos habían visto en la televisión”. Aún así, faltaban 10.000 euros para alcanzar el presupuesto óptimo, que acabaron logrando de un plumazo. “Recurrimos a la Diputación de Burgos y nos concedió la máxima subvención”, informa José Luis de Miguel. La siembra, el boca a oreja de los vecinos, el esfuerzo de la comisión y la colaboración de los jóvenes —que “han apoyado en todo”, sostiene la vecina Begoña Herrero— habían obtenido una justa recompensa. Gracias al micromecenazgo, un término que los vecinos se han aprendido de memoria, aunque pronuncien todavía hoy con alguna dificultad.

Batea Restauraciones, la empresa que lleva a cabo los trabajos de recuperación, había dado presupuesto para este proyecto hace dos décadas. “Nos alegramos mucho de que pequeños pueblos como Masa, con pocos habitantes, puedan recuperar su patrimonio, que es una parte muy importante de la parroquia y del pueblo en sí”, confiesa Rosa Tera, responsable de la firma. Ya desde la perspectiva más técnica, la especialista señala que uno de los principales problemas del retablo mayor viene causado de la humedad, una circunstancia impropia de un páramo situado a 1.001 metros de altitud, delimitado por las localidades de Villadiego y Poza de la Sal. “La humedad favorece la aparición de xilófagos y nos hemos encontrado algunas partes que parecen, literalmente, un salero”, señala gráficamente Tera.

Un retablo bien construido, con figuras naif

En cambio, a los restauradores les ha sorprendido la calidad de la construcción de la mazonería, la arquitectura de madera del mueble. Rosa Tera asegura que la estabilidad del retablo se ha mantenido intacta en las últimas décadas, gracias a que fue construido en una época, el siglo XVII, en la que estas estructuras se trabajaban a conciencia. “En el último año hemos conservado retablos barrocos del siglo XVIII, como el de Urbel del Castillo (Burgos), cuya estructura no sabemos el tiempo que hubiera aguantado en pie”. Los relieves, las figuras, sin embargo, no contaron con artesanos o artistas tan afortunados. “Son representaciones singulares, naif, con escenas que tienen la peculiaridad de presentar un punto infantil”, advierte Tera, sobre un tipo de relieves que se acercan más a lo popular, que a los modelos artísticos, a los estándares, que gobernaban aquella época.

La reflexión llega después de que los restauradores Fernando Zamanillo, César González, Sara Taboada, Miriam Peña y Marta María Barriomirón hayan desmontado el retablo, trasladado y trabajado en sus diferentes piezas al Taller Diocesano del Arzobispado de Burgos, situado en el corazón de la ciudad del Cid, donde trabaja la firma Batea. “Estamos en plena restauración, terminando la primera de las cuatro fases en las que hemos estructurado el trabajo”, informa Rosa Tera. En las instalaciones, los restauradores limpian las figuras, fijan la policromía y los dorados, y reintegran algunas partes, las mínimas, para recuperar la visión de conjunto original. Los especialistas siguen ese doble criterio de las restauraciones modernas, que sean reversibles y que se distingan de las partes y elementos originales. Afortunadamente, en este caso, el retablo de Nuestra Señora de la Asunción no ha sufrido intervenciones indeseadas de manos profanas en la materia, aunque sí el hurto de algunas piezas. “Es de agradecer, porque cuando las policromías están tan deterioradas, la aplicación de purpurinas puede hacer mucho daño”, advierte Rosa Tera.

A pesar de estar situado en la ciudad de Burgos, algunos residentes de Masa han abandonado el páramo para seguir de cerca la evolución de los trabajos, cuya finalización aguardan con ilusión. Quieren tener listo el retablo “cuando venga la primavera: es un trabajo que requiere tiempo y paciencia, no queremos atosigar a los restauradores, lo importante es que quede bien”, coinciden los vecinos. Aunque, con un reto conseguido a la vista, los hallazgos que han sucedido al desmontaje han producido cierta inquietud en Masa. No tanto por el descubrimiento tras el retablo de una grisalla —una pintura monocroma de estilo gótico que simula un relieve sobre la piedra—, sino por la aparición de grietas en el muro del ábside y en la espadaña.

Juntos, una tarde de sábado en la que el sol otoñal del atardecer baña el templo, recorren el exterior, una zona verde que mantienen con esmero, mientras hacen cábalas sobre los problemas del edificio, lanzando pronósticos y posibles soluciones. Pese a un desasosiego moderado, sueñan ya con una nueva campaña de micromecenazgo que lanzarán, previsiblemente, en 2024, para seguir recuperando el brillo perdido de su mayor tesoro, recuperar otro de los retablos y frenar el deterioro de la iglesia. Dan por hecho ya que el Ayuntamiento —Masa pertenece administrativamente a Merindad del río Ubierna— correrá con los gastos de instalación de un nuevo sistema para que el reloj vuelva a funcionar. No es que el tiempo se haya congelado en el páramo (a pesar de los fríos inviernos), ni tampoco que por ello hayan perdido el sentido del humor. Dicen los vecinos que entonces el reloj volverá a dar las horas y las medias, “los cuartos ya los ponemos nosotros”, bromean.