A pocos metros de la Puerta del Sol de Madrid, subiendo por la calle Alcalá, está uno de los edificios más importantes de la cultura española. No suele encontrarse en los recorridos turísticos, donde sí es frecuente ver destacados el Museo del Prado o el Reina Sofía como visitas indispensables. Tampoco resalta especialmente entre las habituales fachadas neoclásicas del centro de la capital, pero no significa que no tenga valor. La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (RABASF) es la institución cultural más antigua de España y en sus orígenes tuvo su sede en la Casa de la Panadería.
Todo comenzó con un incendio. En la Navidad de 1734 el fuego destruyó el Real Alcázar de Madrid, por entonces residencia del rey Felipe V y su familia, y decidieron crear el actual Palacio Real. Para ello trajeron a los mejores artistas: la intención era fijarse en el Palacio del Louvre de París. Uno de ellos fue el escultor italiano Juan Domingo Olivieri, que encontró una grave carencia en España: no había una enseñanza regulada de las artes como ocurría en otros lugares de Europa. En esos momentos, la formación artística en el país dependía de una estructura gremial y se transmitía a través de conocimientos adquiridos en pequeños obradores de artesanos.
Así nace la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando que, entre 1745 y 1774, tuvo su sede en la Casa de la Panadería situada en la Plaza Mayor. En un principio era un espacio que en su planta baja albergaba la tahona pública junto a las caballerizas de los panaderos, pero más tarde llegó incluso a alojar la Real Academia de la Historia.
“Cuando el Prado se funda en 1819 hace más de 70 años que ya existía la Academia”, explica a elDiario.es Javier Blas, académico correspondiente y coordinador de proyectos y relaciones institucionales de la RABASF. Continúa diciendo que hasta entonces no había ningún centro cultural con “la vocación de apertura al público”, ya que la aristocracia y el clero tenían grandes colecciones pero no las mostraban porque “el acceso estaba restringido a la Corte”.
El académico añade que “no hay ni un solo historiador del arte de este país que estudie el arte moderno en España que no pase por la Academia”, ya que fue clave para la formación de autores que hoy cuelgan sus cuadros en los museos más importantes de España y del mundo. Pero ¿qué se hace exactamente en la Academia? Iniciamos un recorrido que arranca en su patio, adornado de un color verde que resalta con los primeros rayos de sol de la mañana, y con dos imponentes figuras a cada lado de la entrada que lleva hasta el corazón de la institución.
Lo más cercano a Velázquez: sus dibujos
Después de subir una escalera, montar en un ascensor y atravesar varios despachos se llega al gabinete de dibujos. Ascensión Ciruelos es la conservadora encargada de velar por más de 15.000 obras, almacenadas en diferentes estantes en una sala con la climatización ajustada para evitar el deterioro del papel. “Ahora ya hay más cuidado, pero el impacto de la luz sobre el papel lo ha deteriorado mucho a lo largo de la historia”, lamenta la experta.
En la Academia se enseñaba la técnica de grabado, escultura o pintura, entre otras. Todas ellas, técnicas que tienen una base: el dibujo. Desde el momento en el que los alumnos ingresaban tenían que pasar por lo que se denominaba como “sala de principios”. Es decir: una formación generalista, para adquirir destreza en la mano, que cursaban independientemente de la especialidad a la que se dedicaran más tarde. “Empezaban con elementos individuales del cuerpo humano que copiaban de estampas o dibujos que habían hecho los maestros. Partían de los más sencillos, como ojos o pies, hasta completar figuras enteras”, dice Ciruelos mientras enseña el dibujo sobresaliente de una mano detallada al milímetro. “Sí, esto es de un alumno de primer curso”, responde sonriendo.
El grueso del catálogo de este gabinete está configurado por pruebas realizadas tanto por alumnos como profesores para la enseñanza de las bellas artes, pero no es lo único. El RABASF también ha adquirido colecciones de grandes maestros para que sirvieran de referencia en las aulas, como una de 1.360 diseños procedentes del artista italiano Carlo Maratta y su círculo, uno de los mayores representantes del clasicismo romano.
No es fácil destacar algún dibujo de entre todas las obras del gabinete, pero hay una que brilla por su especial singularidad: un retrato del cardenal Gaspar de Borja y Velasco atribuido a Diego Velázquez. “La colección de pinturas de Velázquez es muy amplia, pero de dibujos escasamente se le atribuyen cinco y algunos son dudosos. El único del que no hay ninguna duda es este”, añade mientras señala el dibujo que precedió al cuadro que cuelga en la Catedral de Toledo.
El del autor de Las meninas no es el único nombre que sobresale. También hay dibujos preparatorios de Rubens para crear la figura de Tarquinio en su cuadro de La violación de Lucrecia o pruebas Alonso Cano para Descenso al limbo, que según la conservadora es “el desnudo más bello del siglo XVII junto con la Venus del espejo de Velázquez”.
La imprenta con la que Goya se burlaba de los estamentos privilegiados
Tras abandonar el gabinete de dibujos y franquear algunos pasillos está el departamento de Calcografía Nacional, del que se encargan las conservadoras Pilar García e Isabel Acebes. Su función es la de guardar todas las estampas que se han editado o donado desde los orígenes de la Academia. Desde 1789, bajo el reinado de Carlos IV, se institucionalizó esta práctica para ahorrarse el coste de encargar la impresión de documentos oficiales a los obradores madrileños.
“En estos momentos la Calcografía Nacional atesora cerca de 9.000 planchas y unas 50.000 estampas desde siglo XVI hasta el siglo XXI con todas las técnicas admitidas dentro del arte gráfico, desde xilografías (en plancha de madera) hasta digital. Todas están colocadas en gaveteros en las que se aprecian nombres como los de Mariano Fortuny y Madrazo, Gutiérrez Solana, Picasso o Chillida. Pero, si hay un tesoro guardado, esas son las estampas de Goya.
La Real Academia tiene las 228 láminas de cobre que Goya grabó al aguafuerte como las de la serie de Los Caprichos, que salieron a la venta en 1799, en una perfumería de la calle del Desengaño de Madrid. Sin embargo, pocos días después, las tuvo que retirar. Alguien avisó al pintor de que la Inquisición estaba empezando a investigar si había algo más detrás de esas imágenes.
“Pese a que Goya dice que estos son sueños, con Los Caprichos está haciendo una crítica feroz a todo lo que se le pone por delante, como el clero o la nobleza”, asegura García. “Guardó sus obras y más tarde, en 1803, regala a la Calcografía Nacional tanto las planchas como las estampas que no se habían vendido”, añade.
Cicatrices en esculturas
Volvemos a la planta baja de la Academia y, esta vez, descendemos una pronunciada cuesta para llegar a los habitáculos inferiores. Suena una radio con música, hay cubos apilados y varias mesas giratorias con las que trabajan Antonio Martín, Ángel Luis Rodríguez y Paula Alonso. Es el Taller de Vaciados.
En esta zona se guardan importantes vaciados en yeso utilizados como modelos en la formación de los artistas de la Academia, algunas de ellas tomadas desde el Vaticano y de los principales palacios de Roma. Ya que algunas piezas originales no podían traerse, la solución pasaba por hacer un molde de estas para reproducirlas con escayola líquida cuantas veces fuera necesario.
“Hay dos tipos de moldes: de escayola y de silicona. Con los primeros se han hecho las reproducciones tridimensionales a lo largo de la historia de la escultura, pero a finales del siglo XX con todos los nuevos materiales plásticos ya se introduce la silicona y se han ido sustituyendo”, detalla Alonso. Pero el proceso no acaba sacando la escultura de su recipiente. Tras esto hay que limar la pieza en bruto hasta acabar con las marcas procedentes de las juntas de los moldes (que en el caso del de silicona es mucho menor). “Son como si fueran cicatrices”, aprecia la experta.
Incunables con casi tantas imágenes como un libro actual
A varios metros del Taller de Vaciado, y volviendo a la superficie, se encuentran otro tipo de cicatrices escondidas entre estanterías: las de los libros y documentos. Susana Rodríguez y Marina Arroyo, responsables del departamento de biblioteca, explican que albergan casi 75.000 documentos a disposición de investigadores para que puedan realizar sus proyectos.
La Biblioteca, de hecho, nace a la vez que la propia Academia para que los alumnos puedan desarrollar su actividad estudiando tratados teóricos de diferentes ámbitos. En una de las enormes mesas de la estancia, Rodríguez dispone varios libros de gran tamaño encerrados en cajas protectoras que abre con delicadeza y guantes para proteger su contenido. Por ejemplo, uno de ellos es un incunable de 1493 sobre la historia universal desde su comienzo hasta el año que se edita. “Tiene casi 180 imágenes y es uno de los libros con mayor número de xilografías para la época”, destaca la bibliotecaria.
Al salir de la Real Academia de Bellas el sol ya está en su punto más alto. Es mediodía y el reloj supera los reglamentarios 10.000 pasos diarios, y todo sin llegar a visitar por completo los recovecos de un edificio que, pese a no estar en los itinerarios culturales, es esencial para comprender la historia del arte de España.