Ramón y Cajal, considerado el padre de la neurociencia, representaba sobre el papel las estructuras neuronales con deleite, como si estuviera dibujando un huerto repleto de flores silvestres. Sus esquemas científicos parecían tener en su matriz algo así como un ideal bucólico. No es de extrañar que el Nobel asegurase que “la estructura del córtex es como un jardín repleto de innumerables árboles”. Estos dibujos de Ramón y Cajal son parte de States of Mind. Tracing the edges of consciousness (Estados de la Mente. Rastreando los límites de la inconsciencia), la muestra que este jueves ha abierto sus puertas al público en la Wellcome Collection de Londres.
Los dibujos de Ramón y Cajal son la primera toma de contacto con el complejo y fascinante relato que propone la exposición, algo así como la creación del contexto de esta visita hacia el interior de los secretos mejor guardados del cerebro. Las laberínticas ramificaciones de los lóbulos neuronales que dibuja el médico español remiten a la generación de un universo de estados mentales donde la ciencia se mueve con certezas muy limitadas.
States of Mind es precisamente una propuesta multidisciplinar para abordar los fenómenos menos conocidos de la mente. A través de documentos científicos, textos académicos, representaciones artísticas e instalaciones sensoriales, la muestra aborda los fenómenos menos conocidos de la mente: las alteraciones del sueño; el lenguaje y la memoria como pilares básicos del ‘yo’; el dilema moral que reside en el tratamiento social de los estados de inconsciencia crónica y, claro está, las implicaciones culturales que tiene la representación del alma humana, cuya representación iconográfica se suele expresar en los difuminados límites de la consciencia.
Un inventario de preguntas sobre la inconsciencia
La exposición es un puzle donde el visitante va contrastando la información dispensada y los estímulos que recibe con sus propias experiencias de inconsciencia o con la propia intuición de la existencia de estos fenómenos. Porque la frontera que separa la conciencia y la inconsciencia es tan frágil que no hace falta que hayamos experimentado alguno de los fenómenos para que se active una alarma interna al comprobar su existencia. Intuimos que vamos programados con esa capacidad. Intuimos que hay un universo desconocido y misterioso que juega un papel esencial en nuestra percepción del mundo y en la creación de nuestro relato personal.
Precisamente, la muestra se abre evocando el conflicto dual de Descartes ya en el siglo XVII, dilema básico en la historia de la filosofía. ‘Ciencia/Alma’ es la primera pieza del puzle de la muestra, un espacio donde conviven ilustraciones de William Blake, reflexiones del propio Descartes, los mencionados dibujos de Ramón y Cajal y los trabajos en esta materia de Francis Crick, uno de los descubridores de la estructura molecular del ADN. Crick estuvo investigando en el campo de la neurociencia hasta el día antes de morir, como se ve en uno de los documentos, con anotaciones de su puño y letra, expuestos en States of Mind. Pese a haber contribuido en uno de los descubrimientos más importantes de la historia de la ciencia, Crick se murió con más hipótesis que certezas en el campo de la neurociencia, como quien se va a la tumba con una idea trascendente en la punta de la lengua. Así de difusa esta búsqueda.
Y es que el fondo la muestra trata un poco sobre eso. States of Mind es algo así como la entrada la Laberinto del Minotauro; pero ocurre que el minotauro es la representación de nosotros mismo o, mejor dicho, del reverso de nosotros mismos, la cara B de nuestra conciencia, que se representa en fenómenos como el sonambulismo, la amnesia, el autismo o la sinestesia, que es la sensación que produce uno de los sentidos a consecuencia de un estímulo genuinamente aplicado a otro.
En el centro de la sala yace tumbada la figura Somnambulist, representación de Goshka Macuga, basada en la película El gabinete del doctor Caligari. La figura, perfectamente horizontal, dormida o muerta, es una presencia constante en la exposición. Representa a todos los sonámbulos del mundo. A usted sonámbulo. A mí mismo, sonámbulo, mientras tecleo este texto. Es una presencia inquietante que contextualiza perfectamente la sección Dormido/Despierto, que analiza los fenómenos que se desarrollan en la inconsciencia del durmiente.
Es una zona inquietante de la exposición, sobre todo por el enorme poder de identificación que confiere y porque la iconografía artística y el folklore popular siempre han identificado ciertos estados del sueño con las zonas más oscuras y perversas del alma humana. En este sentido, es especialmente inquietante la instalación de Carla MacKinnon, Squeezed by Shadows, que es un compendio de testimonios de personas que sufren parálisis del sueño, un trastorno que impide realizar cualquier tipo de movimiento voluntario en el periodo de transición del sueño a la vigilia. La prisión de las prisiones. Y sí, si hacemos caso a la instalación, la experiencia es tan agónica como suena. La pintura The Nightmare, de Henry Fuseli, que muestra a una especie de horco saltando sobre el cuerpo sacudido por un escorzo trágico de una joven que no puede despertar, da fe de ese miedo atávico de todo somnoliento. El miedo primitivo a la vulnerabilidad constante.
La prisión del sueño
La muestra también incide en la importancia que los fenómenos de la inconsciencia tienen en nuestra personalidad. La memoria es la materia prima de nuestra narración como seres humanos. Y el lenguaje la herramienta principal con la que expresamos nuestro yo. ¿Pero qué pasa cuando surge un trauma o lesión que nos sustrae dichas capacidades? ¿Cómo recuperamos nuestra identidad al perder la memoria o la expresión lingüística? La exposición intenta contestar a estas preguntas usando el susurro latente de la instalación de Imogen Stidworthy, exhibida previamente en el MOMA, donde la voz dificultosa de un niño, que está aprendiendo a hablar, trasmite fragmentos del Viaje al centro de la tierra de Julio Verne. Estas piezas se mezclan con los balbuceos leves de un adulto que ha sufrido afasia, es decir, la capacidad de expresarse a través del lenguaje. Ambas voces combinadas son una melodía muy tierna, pero que inspira toda la inquietud posible.
La amnesia tiene un apartado diferenciado que tiene algo de sobrecogedor. Imágenes borrosas, letras esquivas, sonidos de vientos erosivos, recuerdos remotos. En todo ese Museo de la Amnesia, tienen especial impacto las notas de una paciente, Catalina, que después de perder la memoria emprendió un viaje en su búsqueda. Para ello diseñó algo así como un árbol genealógico de los recuerdos, un mapa difuso, donde distinguía las memorias en cinco categorías: los recuerdos bien cimentados, los recuerdos rotos, las nuevos recuerdos después de su lesión, los recuerdos que su entorno le trasmitía y los recuerdos que ella no tenía, pero que todo su entorno esperaba o daba por hecho que tenía que poseer. Seguramente esta última categoría, solo esa débil anotación, ya sirve como catalizador en la intencionalidad de toda la exposición: cuestionarnos la nuestra propia percepción, acercarnos al enigma entre lo que vemos y lo que no vemos ni veremos.
La muestra termina planteando el conflicto de los pacientes en estado vegetativo. ¿Qué hacer con las personas que han perdido su capacidad consciencia y de comunicarse con el mundo, pero cuyo cerebro sigue activo? En este terreno, la proyección de las películas de Aya Ben Ron, cineasta israelí, genera una enorme empatía. Son dos trabajos: en uno muestra los rostros indefensos de los pacientes que están a punto de recibir anestesia, algo así como momentos antes del apagón en directo; en el otro, muestra el día a día con enfermos en estado vegetativo en un hospital de Israel. Contrastar los dos trabajos de Aya Ben Ron también sirve para incidir en nuestra vulnerabilidad consciente, en lo cerca que podemos estar del apagón, de la dependencia absoluta, ya que nuestra consciencia está desconectada. Sin embargo, el jardín suntuoso de nuestro cerebro, sí, ese que pintaba Ramón y Cajal con mimo, sigue generando una actividad potente, muchas veces difusa o desconocida. A esa actividad cerebral, nuestra parte más racional le llama inconsciencia; mientras que nuestra parte más poética o altiva, le llama alma.
La exposición la ha puesto en marcha hasta el próximo 16 de octubre la Wellcome Collection, que desde 2007 se ha asentado en Londres como uno de los espacios más solventes a la hora de mezclar salud, divulgación y arte, con el fin de atraer a “los curiosos incurables” como reza su eslogan.