Rogelio López Cuenca (Málaga, 1959) presenta en la Sala Alcalá 31 de Madrid una exposición titulada Los Bárbaros. La intencionalidad, cariñosa y malvada, una marca de fábrica, comienza en el título. Decimos bárbaros y lo primero que imaginamos es una gente hirsuta venida del Norte con intenciones guerreras. Haciendo un pequeño esfuerzo histórico pensamos quizá en la idea griega de la barbarie y según nos vamos acercando al siglo XIX, vemos como esa barbarie se va extendiendo a los africanos, a los americanos, a los australianos… Cómo en época griega, esa idea de barbarie es total y exclusivamente nuestra, en tanto la hemos ligado a la idea de superioridad de nuestra civilización, en nombre de la cual se han justificado y ejecutado las mayores atrocidades.
El resumen y cristalización de esa forma de pensar fue el Destino manifiesto que interpretaba como “asignada por la Providencia” (John O’Sullivan, 1845) la ocupación total de Norteamérica por los blancos desplazando a las poblaciones aborígenes. A ojos de los nativos americanos y en realidad de cualquier observación ecuánime ¿Quiénes eran los bárbaros invasores?
Desde el punto de vista español, esos bárbaros nuestros se encuentras diseminados por todo Madrid en forma de estatuas y monumentos a reyes, reinas, nobles, generales e incluso pueblo llano que de una u otra forma participaron en las gestas ultramarinas. Esto sucede en otros países, con enorme desfachatez en el Reino Unido, pero el caso de España es peculiar. Nuestra actividad colonial e imperial venía de siglos antes del colonialismo y el imperialismo, conceptos del siglo XIX, el siglo de las naciones pero de la decadencia del imperio español. Que es cuando se erigieron todos esos monumentos, también en España.
Esa contradicción se manifiesta en un lateral del monumento a Colón: la reina Isabel I entregando sus joyas para financiar el Descubrimiento. Si esa leyenda fue alguna vez cierta, algo muy dudoso, lo que significaría no es la exaltación de la Nación Española, la ortodoxia en 1892, cuando se levantó la estatua, sino una actuación personal de la Corona al margen de la Nación. Paradojas y desajustes de historia y monumento.
Todo esto toma forma de periódico gratuito que todo madrileño curioso de sus espacios públicos debería leer. El forastero también, que en todas partes hay mementos imperiales. Esta no es una obra “de artista”, sino más bien el fruto de un trabajo colectivo que se inició hace ya meses con la colaboración de Sergio Rubira. Y que en gran medida dicta lo que es la exposición creada por el mismo López Cuenca. Dice mucho del artista que esto quede meridianamente claro. También del comisario, José Luis Pérez Pont, que no ha buscado mayor lucimiento personal.
Nuestra idea del Otro
La exposición en sí, con trabajos anteriores y actuales de López Cuenca tiene mucho de poético, como indicaba la directora de cultura de la Comunidad, Anunciada Fernández de Cordova. Básicamente amplia el tema anterior, que por otra parte se dibuja en una de las galerías de la planta superior y es visualmente muy interesante. Al final, casi todo converge en una reflexión sobre nuestra idea del Otro y de lo Otro. En este caso un nebuloso Oriente/Mediterráneo cuyo imaginario parte de nuevo del siglo XIX, la era de los grandes viajes al exotismo que ahora vemos prolongados en revistas de moda, anuncios de lujo, de viaje y otras formas de uso publicitario en las que, también se indica aquí, la mujer sufre un proceso de sublimación que la transforma en tan mítica y falsa como su marco oriental.
Esa visión post y neo-colonialista de lo exótico, estudiada desde hace tiempo bajo diferentes puntos de vista, sigue manifestándose en nuestros días, cuando el contraste entre lo real y lo ficticio ya apenas puede soportarse. Hay muchos ejemplos aquí, pero una composición con la fotografía turística de una mujer occidental tomando el sol en una playa oriental y una joven que yace muerta en una playa española con presencia de un guardia civil, se explica muy bien por si misma.
En tono menor trágico, también se contrapone la foto de una anciana española bajo el cuadro orientalizante de un harén y a un tuareg en su salón bajo el cuadro de una corrida de toros.
Otro tema recurrente es la Unión Europea, cuya bandera aparece en diferentes configuraciones y por varios motivos, en general poco halagüeños.
La otra constante son palabras escritas en alfabeto árabe. Que la mayoría de los visitantes no podrá descifrar y con ello generan ese estado de cierta desazón ante lo que no entendemos pero utilizamos.
Las piezas presentes en Alcalá 31 no son ni cuadros ni propiamente instalaciones. Constituyen más bien desarrollos sobre diferentes temas que utilizan todo tipo de medios, desde gráficos en las paredes a falsos signos de carretera pasando por fotografías, documentos, vídeos… Entre todas ellas destaca la que puede llamarse Horizonte, una obra previa que aquí ha podido instalarse por primera vez de forma circular. Es una línea continua que pasa por diferentes horizontes, casi un pequeño resumen del resto de la exposición. Produce una sensación que devuelve a lo poético, un arma, quizá no cargada de ese futuro que nos tienen secuestrado, pero si al menos que manifiesta su ausencia.
Este punto es el que convierte el trabajo de Rogelio López Cuenca en algo que siempre ha ido más allá del panfleto y es por ello es efectivo. En este momento Los Bárbaros aparece más cargada de significados presentes que en casi cualquier momento anterior, aunque todo lo que trata no sea en absoluto nuevo. El colonialismo no finalizó con las independencias del siglo pasado. Simplemente se transformó en lo político para permanecer casi idéntico en lo económico y lo ideológico-cultural. Pero Los Bárbaros no es el espectáculo gore que podría haber sido. No hace falta, ese aspecto lo cubren los telediarios.