Al parecer, Badiou pretende “invadir Hollywood, la sede de la mayor corrupción del capitalismo occidental”. Se han hecho eco de la noticia varios medios importantes, así que seguramente será falsa. Pero la mera posibilidad ha hecho temblar los cimientos espirituales de la tierra de los libres y el hogar de los valientes. A varios congresistas estadounidenses se les han atragantado sus patatitas de la libertad. Es la materialización de su peor pesadilla. Al fin y al cabo, los islamistas son enemigos dignos: fanáticos religiosos, sexistas, aficionados a las armas y expertos en petróleo. Se sentirían a gusto en Texas.
En cambio, un maoísta septuagenario mancillando Hollywood con su cháchara decadente sobre un griego anterior a Onásiss... ¿Dónde está ese Alan Sokal cuando realmente se le necesita para poner en su sitio a los intelectuales europeos? Seguramente se trata de un complot francés para que Miley Cyrus siga los pasos de Cleombroto de Ambracia, inventor del stage diving, que en un arranque de entusiasmo se mató al tirarse desde una muralla después de leer el Fedón.
El proyecto de Badiou, en realidad, parece una reconstrucción histórica minuciosa del elitismo político platónico. Platón fue un pensador de lealtades políticas firmes, aunque a muchos intérpretes se les atraganten. No eran muy sofisticadas: los trabajadores pobres apestan, algunos ricos deben gobernar. La genialidad de la República es haber convertido esa tesis básica y repugnante en un discurso antidemocrático increíblemente eficaz que goza de excelente salud veinticinco siglos después.
El rey filósofo sólo puede ser una celebrity cachas y forrada que viva en Beverly Hills
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Platón no apoyó la oligarquía sin más. En vez de eso, legitimó un tipo de clasismo muy característico de nuestras democracias formales. Las élites no nos gobiernan en cuanto tales, como si fueran señores feudales, sino amparadas en los supuestos méritos de algunos de sus miembros. Por eso, a pesar de todas las apariencias, en la Constitución Española no se reserva un número de escaños y cargos directivos para los miembros del Opus Dei y los familiares de Esperanza Aguirre. Se supone que se lo han ganado.
Esto es sólo la mitad de la historia, claro. Si no, Badiou debería rodar su película en Harvard o en Silicon Valley o donde demonios viva la gente lista. Platón completó la cosa estableciendo que los trabajadores pobres no sólo eran idiotas sino también feos. Hay un pasaje alucinante de La República donde Platón se ríe de los “herreros bajos y calvos” que pretenden meterse en política. Un poco como cuando Alfonso Ussía regurgita insultos contra la gente que lleva chándal y vota a Izquierda Unida. Un poco como cuando los racistas venezolanos y Gabriel Albiac llamaban mono a Hugo Chávez. Si usted desprecia a los paletos y a las marujas, se sentiría a gusto entre los pijos de la Atenas del siglo V a. C. o, ya puestos, en Troya jaleando a Ulises mientras apaliza a Tersites. Así que Badiou tiene toda la razón: el rey filósofo sólo puede ser una celebrity cachas y forrada que viva en Beverly Hills.
Porque el argumento más fuerte de los demócratas griegos contra los que escribe Platón, como Protágoras, era justamente que no hay rey filósofo. No hay expertos morales. No hay genios de la política. Todos venimos equipados de serie para participar en la asamblea de iguales donde deliberamos en común sobre las leyes que nos deben gobernar. Cualquier ser humano, por el mero hecho de serlo, dispone de todas las capacidades que necesita para ello. A diferencia del talento musical, deportivo o matemático, la virtud política es una capacidad distribuida. Con independencia del estado de tus abdominales, tu cuenta corriente, tu cociente intelectual o que te guste llevar minishorts y el tuning.
Grecia no tiene quien le filme La República
Por cierto, los demócratas griegos también tuvieron quien filmara su película. Es mucho más modesta que el proyecto de Badiou, claro. En realidad, ni siquiera tiene actores. En 1970, durante un viaje por Uganda y Tanzania, Pasolini rodó Apuntes para una Orestíada africana, un documental que explora las raíces antropológicas de la tragedia y la posibilidad de recrearlas recurriendo a localizaciones poco convencionales en países no occidentales.
La película de Pasolini nos recuerda que el milagro político y cultural griego no fue que unos cuantos ricos que vivían en una permanente fiesta toga se creyeran con derecho a dar órdenes a los demás, sino que varios miles de personas analfabetas, pobres y a veces violentas sentaran las bases de un sistema político revolucionario que a día de hoy sigue siendo un ideal normativo de largo alcance. Creo que nos ayuda a entender por qué la democracia es eso que está pasando en una reunión de Vía Campesina en Filipinas, en un suburbio de Caracas, en una plaza de El Cairo, en alguna minga de Ecuador o en una asamblea de apoyo mutuo de parados en Málaga.