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Se busca Amalia Avia

Amalia Avia delante de uno de sus temas, en los setenta

Peio H. Riaño

29 de abril de 2021 22:31 h

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El anuncio dice lo siguiente: “¿Tienes un cuadro de Amalia Avia? ¿Sabes de alguien que lo tenga?”. El tuit lo lanzó hace unos días Rodrigo Muñoz Avia, el hijo menor de la pintora realista, que ha iniciado un proceso de busca y captura de las pinturas en paradero desconocido que realizó su madre. Necesita encontrar, antes de un año, las 200 obras que la historiadora Estrella de Diego ha seleccionado para llevar a buen puerto la mayor exposición retrospectiva sobre la carrera de Amalia Avia (1930-2011), la famosa pintora de fachadas de las calles de Madrid, que se inaugurará en 2022, en la sala Alcalá 31, de la Comunidad de Madrid. De momento, Rodrigo ha localizado la mitad de los cuadros que se mostrarán de la artista que pintó mucho y lo vendió todo, pero apenas dejó un registro de lo que salía de su estudio. 

Ahora llamamos “trazabilidad” al seguimiento de la vida de una obra de arte desde el momento en que abandona el hogar del creador y se pasea por los salones de los coleccionistas que la adquieren. Es justo lo que falta en la mayoría de los casos de Avia. Cuenta Rodrigo que Amalia había confeccionado un cuaderno con cuartillas, en el que incluía una foto del cuadro terminado y la venta realizada. El registro es tan importante como la adquisición, y Avia en esto no fue tan rigurosa como para tener su catálogo localizado. Muchas veces se olvidaba de hacerles la fotografía, otras de ponerle título, quién era el propietario o incluir la fecha. Ni siquiera en la trasera. Además, abandonó este método casero a finales de los ochenta y todavía tenía por delante más de una década de producción. “Mi padre tenía un ayudante para hacer ese trabajo y, a veces, hacía el registro de las obras de mi madre”, señala Rodrigo Muñoz sobre el pintor informalista Lucio Muñoz. 

La cruda realidad de la pintora empezaba bien pronto, de camino al colegio con sus cuatro hijos, luego, la compra y cuando el hogar estaba atendido, se ponía a pintar. Entonces empezaba el realismo. La conciliación era tensión y el mismo pensamiento volvía una y otra vez: dejarse llevar por la inercia y la comodidad, abandonar la profesión por los hijos y la casa “y ponerse al servicio de otra carrera siempre más importante: la del marido”, escribió en sus estupendas memorias De puertas adentro (Alfaguara, 2004). Nunca lo hizo, y el tiempo que tenía para ella lo dedicaba a pintar, lo demás...

“Mi madre vendía mucho más que mi padre, pero ahora el mercado no valora tanto la pintura de ella no como la de él”, explica su hijo, que hace unos días recibió la llamada de un familiar avisando de que tenía cuatro cuadros de Amalia. Rodrigo no los había visto nunca. Esa es la paradoja del caso de Avia: no hay registro completo de la vasta producción de más de 1.200 pinturas, en cuatro décadas de actividad, que calcula su hijo que realizó su madre. Este dato convierten a Amalia Avia en una de las artistas, incluyendo hombres, más prolíficas de la historia del arte español y, por tanto, de las más invisibles, porque tampoco existe un catálogo razonado de su obra. Además, si usted quisiera ver una de sus obras en uno de los museos públicos que las conservan, no podría. Ninguno las expone. 

Ha sido olvidada por mujer artista y por realista. Eso opina Estrella de Diego, comisaria responsable de construir el relato que mostrará su amplia trayectoria en Alcalá, 31. El leitmotiv del guion que propondrá la experta será Amalia Avia como retratista de la gran ciudad, sin fiesta ni presencia humana. Deshabitada y testimonio de lo que ya no es. Madrid fue su tema, su vida y su mirada. A Antonio López le deslumbraba la diferencia que tenía ella con el resto, “esa sabiduría intuitiva de la vida”, su “esplendor físico” y “una fuerza especial y diferente a todos nosotros que siempre tuvo”, ha dicho el famoso realista. Al espectáculo de la vida cotidiana y el mimo por la realidad, la crítica de arte Isabel Cajide añadió sobre la obra de Avia que reivindicaba conceptos como sensibilidad, ternura, vitalidad contenida, responsabilidad y, sobre todo, “la necesidad de no desentendernos de nuestro prójimo”. 

“Además de las conocidas fachadas de la ciudad de Madrid, también retrató los interiores de sus casas. La cantidad y calidad de obra que realizó es impresionante. Esta exposición es una deuda histórica que tenemos con ella, por eso lo más importante es localizar las obras que no se saben dónde están. Ese es el trabajo que como historiadores le debemos a los artistas, defender su obra”, cuenta ilusionada De Diego. El resultado no será un catálogo razonado, pero se le parecerá mucho. 

En la casa del legendario galerista Leandro Navarro, de 93 años, hay dos vistas de Amalia, una de una cerrajería y otra de un pasaje próximo a la Gran Vía. Él era el director en la galería Biosca, donde fraguó su éxito, después de pasar por Juana Mordó. “Era una persona encantadora y muy positiva. Con cada inauguración de una exposición suya vendíamos todos los cuadros, cerca de cincuenta. Producía mucho y era muy popular porque retrataba sitios emblemáticos de la ciudad”, cuenta Navarro. Su éxito se debió a la coherencia de sus modos y su mirada, pero su eficacia fue decisiva. Así como el resto de los realistas, sobre todo Antonio López, prolongaban su enredo con la realidad sobre el cuadro, Amalia era absolutamente eficaz. Amalia no tenía tiempo para dudar. 

Íñigo Navarro, hijo y director de la galería Leandro Navarro, apunta que para seguir la pista de las pinturas perdidas de Avia es imprescindible acudir al archivo de Biosca. Lo cedió hace años al Museo Reina Sofía, donde también se conserva el de Juana Mordó. “La mayor dificultad para localizarlas es el segundo mercado (reventa), porque se dispersan de tal manera que no queda registrado”, indica Íñigo Navarro. Los galeristas no eran tan puntillosos como ahora, los marchantes no suelen conservar nada, pero en las casas de subasta hay un rastro seguro. 

En unas semanas, Ansorena subastará una vista de la calle Alfonso XIII, de 1956, con un precio de salida de 1.200 euros. Es una escena otoñal de uno de los chalets típicos de aquella zona, en la que vivían Maribel Quintanilla y Paco López, dos de los artistas del grupo realista, junto con María Moreno, Julio López y Esperanza Parada, además de Antoñito. En Segre también aparecerá otra vista de Amalia, en este caso de la estación del norte, pintada en 1976, y a partir de 9.000 euros. Ambas proceden de coleccionistas particulares que las compraron en la Galería Biosca. Mercedes de Miguel, directora de Segre, indica que “es fácil convivir con la obra de Amalia” y que suelen pasar a los herederos. También cuenta que en los años sesenta, setenta y ochenta, las galerías no eran tan rigurosas como ahora y no se hacían fichas del propietario porque el arte se vendía sin factura. “Le pagabas con dinero, el otro repartía su parte y el sobrante se lo entregaba al artista. Ahora todos quieren factura, porque forma parte del valor en el mercado”, indica De Miguel. 

Avia expuso por primera vez en abril de 1959. Llevaba poco tiempo pintando y tenía muy poca preparación académica. Lo cuenta en De puertas adentro. Temía que su pintura no gustara, porque no era nueva, no era abstracta, no había innovaciones con la materia y pintaba con óleo, pincel y sobre lienzo o tabla. Era una “pintura humilde y sencilla” que aspiraba a parecerse lo más posible al bocado de realidad elegido. La exposición se cerró con éxito artístico y fracaso de ventas: colocó uno de los cuadros a un amigo médico por compromiso y por 3.000 pesetas. “Lo que yo quería era vender un cuadro de verdad, a un desconocido, sobre todo porque esto me afianzaría ante mi familia; por lo demás, estaba tan segura de que no iba a ganar jamás dinero con la pintura, que el hecho no me afectó demasiado”, escribió la pintora sobre sus orígenes en los que ni los más optimistas soñaban con vivir de ese trabajo: la pintura. Tuvieron que pasar 15 años para que Avia, que rechazaba el hiperrealismo, se convirtiera en una superventas.

Rodrigo ha construido, junto con su primo José Manuel Avia, un archivo informatizado con un código de colores en función de la localización: los verdes son propiedad de la familia y están ubicados, los amarillos los tienen las instituciones, los naranjas son los cuadros que han dejado algún rastro después de haber pasado por alguna subasta y de los rojos no hay nada más que alguna cita. “La exposición va a estar condicionada por los que encontremos. Los coordinadores de la sala están convencidos de que van a dar con todos, pero lo cierto es que esto es como reconstruir un puzzle de mil piezas. ¡Si pasa con un Caravaggio, cómo no va a pasar con Amalia Avia!”, apunta Rodrigo Muñoz, autor de la magnífica biografía La casa de los pintores (Alfaguara). 

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