A principios del siglo XX, el escultor norteamericano George Grey Barnard se mudó con su familia a Fontainebleau, una localidad situada al sur de París, donde realizaría —al menos, lo intentaría— la obra más ambiciosa de su vida, una estatua para el Capitolio de Pensilvania. Sin embargo, cuando superaba el ecuador del encargo, los pagos desde Norteamérica comenzaron a fallar, llevando al artista prácticamente a la ruina. Pero la suerte no lo esquivó del todo. Una mañana, Barnard salió de pícnic al campo con su mujer y su hija, cuando un estrambótico detalle le llamó la atención: en una granja, dos antiguas esculturas de la Virgen hacían las veces de ponedero de huevos para las gallinas. El norteamericano pagaría 30 francos por las dos piezas —que, en realidad, eran valiosos vestigios del siglo XII— y las vendería en el mercado de antigüedades por 2.000. Negocio redondo.
Aquella insólita práctica como anticuario no solo le permitió esquivar la bancarrota, sino que también le sirvió para reunir una gran colección del gótico francés, que hoy es la base del museo The Cloisters (Nueva York), la subsede del Metropolitan dedicada al arte medieval europeo. Un siglo más tarde —salvando las distancias y cambiando Francia por España— resulta evidente que todavía hoy existen cientos, quizá miles, de restos arqueológicos en granjas, fincas y domicilios particulares con el uso más insospechado, sin que las autoridades tengan conocimiento. Por excepcional, la reciente donación al Museo de Palencia, a cargo de un particular, de un capitel románico procedente de un antiguo monasterio cluniacense estrecha el cerco sobre una situación tan generalizada como ilegal: las leyes de patrimonio obligan al ciudadano a informar y a entregar a las autoridades cualquier pieza de un presumible valor arqueológico que se presente en su camino.
Restos que, en el común de los casos, proceden del abandono, la ruina y el consiguiente expolio de un edificio histórico. Un patrón que se ha repetido de forma milimétrica en el citado caso del antiguo monasterio palentino de Nogal de las Huertas. La Desamortización lo puso en manos de una familia de la zona, que lo transformó y utilizó como vivienda y explotación agrícola hasta mediado el siglo XX. Las décadas siguientes fueron fatales y propiciaron la desaparición de muchos de sus elementos. “La herencia se fue disipando y se convirtió en una carga para los herederos, que dejaron la explotación en manos de familiares lejanos. En los 70 y 80, ya nadie se hace cargo del sitio y, en los 90, ninguna persona responde por la propiedad”, relata Zoilo Perrino, director de la asociación Cluny Ibérica, que ha seguido y trabajado muy de cerca sobre las ruinas en los últimos años por su origen cluniacense.
Un inoportuno rescate
San Salvador se hubiera venido completamente abajo, de no haber mediado la declaración de monumento nacional. A principios de los noventa y ante la amenaza de ruina total, la Junta de Castilla y León realizó una leve intervención de limpieza, consolidación y arqueología. “Al parecer, la retirada de la acumulación vegetal fue contraproducente para la estabilidad del edificio y en el año 2000 se produjo el derrumbe de algunas bóvedas y del cimborrio”, precisa Perrino. Desde entonces, el Ayuntamiento de Nogal de las Huertas ha trabajado sin descanso para hacerse cargo del monasterio. Un hito logrado en 2018, cuando, aún sin noticias de los propietarios, el edificio pasó a manos de la Junta y, en la práctica, es el Ayuntamiento el que ejerce la gestión. En estos últimos años, se han sucedido las intervenciones, las labores de conservación o la instalación de paneles informativos. Es decir, la recuperación del edificio.
Ahora bien, ¿dónde se encuentran todos esos elementos desaparecidos del antiguo monasterio? Hoy, al menos, se sabe de uno de ellos. Es el citado capitel que actualmente se expone en el Museo de Palencia gracias a una donación particular y que, en los últimos años, se encontraba en el Ayuntamiento de la vecina localidad de Carrión de los Condes. “El antiguo alcalde de Carrión, que era muy aficionado a la historia local y al patrimonio, encontró la pieza en la vivienda de un vecino de Nogal de las Huertas, cuyo propietario la utilizaba como asiento”, relata Zoilo Perrino. El caso es que, un poco al “estilo Barnard”, el exregidor se la cambió por un par de sacos de grano, con la firme intención de donar el capitel al patrimonio público cuando falleciera. Ocurre que el exalcalde murió en 2012, pero se le olvidó incluir en el testamento las instrucciones sobre la talla. Como, al fin y al cabo, su voluntad era que la piedra se trasladara al Ayuntamiento de Carrión, un operario municipal la llevó allí, donde había permanecido hasta ahora.
“Aunque podía haberse quedado con la pieza, el Ayuntamiento de Carrión de los Condes optó por la donación al museo, nos entregaron el capitel e hicimos un informe favorable sobre la entrega, que la Consejería de Cultura de Castilla y León acabó aceptando”. Francisco Javier Pérez, director del Museo de Palencia, describe las formalidades de la donación, un proceso desafortunadamente poco usual. “En teoría, todos los ciudadanos estamos obligados a comunicar a la Administración el conocimiento de restos arqueológicos, pero muchos no dicen nada, otros intentan vender las piezas, incluso a la propia Administración, y finalmente están quienes las entregan en depósito, es decir, que ceden el uso, pero siguen manteniendo la titularidad del bien, aunque esta pueda ser discutible”, detalla Pérez.
Con el término “obligados”, se refiere el director del museo palentino a lo que dicta la ley aprobada en 2002, por la que toda aquella persona que tenga en su poder un bien de interés arqueológico, ha de comunicarlo a la autoridad para que sea reconocido. La existencia de restos en domicilios y fincas particulares es la prueba de que la ciudadanía aún carece de la conciencia necesaria para dar ese paso. “Se ha llegado a dar el caso que ha sido la propia Guardia Civil la que ha identificado una estela romana hincada en el patio de un chalé y ha iniciado un expediente sobre la pieza, que ha terminado llegando a la colección del museo”, revela Francisco Javier Pérez.
Un tesoro, pero no económico
“Hay personas que tienen en su poder piezas porque aprecian su estilismo, pero hay otras que únicamente ven su valor económico”, reflexiona Zoilo Perrino, responsable de la asociación Cluny Ibérica. “Esto es contra lo que se quiere luchar —continúa—, contra el concepto de su valor en dinero, la idea de que un bien patrimonial vale una millonada”. Expertos y personas que trabajan a favor de la conservación del patrimonio se oponen a que se mire hacia la arqueología, hacia el pasado, como una oportunidad de enriquecimiento. “Tenemos que luchar contra la mentalidad del tesoro”, concluye Perrino.
“Claro que tienen en su poder un tesoro”, opina Francisco Javier Pérez, director del Museo de Palencia, añadiendo un matiz fundamental: “Un tesoro en el sentido de la información que nos aporta”. En el caso del antiguo monasterio de Nogal de las Huertas, el museo exhibe ya una serie de canecillos. “Si logramos exponer un capitel de este edificio junto a ellos, se añade más valor porque se encuentra junto a piezas que fueron labradas al mismo tiempo, seguramente diseñadas por el mismo artífice”, precisa Pérez. Es decir, que este tipo de donaciones redundan en un mayor y mejor conocimiento de la historia y contribuyen a la reconstrucción de ese complejo puzle que es el pasado.
Por otro lado, el supuesto valor económico de un vestigio histórico puede decepcionar a más de uno. Cuenta Francisco Javier Pérez que, en 2022, el Estado ejerció el derecho de tanteo y retracto que le otorga la Ley de Patrimonio sobre un capitel románico, probablemente procedente de la escuela de Santa María la Real, monasterio de Aguilar de Campoo. Un anticuario había solicitado permiso de exportación para vender la pieza, una autorización que fue denegada. El Estado adquirió la piedra tallada por su valor de tasación: unos 4.000 euros. “La gente puede pensar que tiene un tesoro, pero un capitel románico vale entre 3.000 y 3.500 euros en las subastas; en dinero, eso es lo que vale”, insiste el responsable del museo. Por no matizar que, en época de crisis económica, ese valor fluctúa y puede ser inferior.
De ahí que el mensaje unánime desde las autoridades, gestores y amantes del patrimonio se dirija hacia la sensibilización ciudadana. “En el Museo de Palencia tenemos una vitrina dedicada a los donantes, la renovamos cada año y presentamos nuevas piezas con motivo del Día Internacional de los Museos por su repercusión mediática”, expone Francisco Javier Pérez. “Lo hacemos así para dar las gracias a los ciudadanos que, de forma altruista, cumplen con la normativa y comparten con todos los ciudadanos un bien que podría, entre comillas, considerarse suyo”, añade. Este es el caso del supuesto capitel de Nogal de las Huertas, que pasará un año expuesto junto a la vitrina de donaciones. Curiosamente, tras su presentación, nuevas personas se han puesto en contacto con el museo para tramitar futuras donaciones.
Cluny, la Unesco y las zonas rurales
La donación del capitel románico de San Salvador, de notable calidad, no deja de ser una buena noticia —una más— para un monasterio que ha estado a punto de desaparecer por completo. La asociación Cluny Ibérica viene trabajando de forma intensa en el conocimiento y la divulgación de este y otros enclaves de origen cluniacense, dentro de un mayúsculo proyecto de ámbito europeo que persigue un ambicioso objetivo: la inscripción de más de un centenar de sitios europeos con origen en la antigua abadía francesa de Cluny en la lista de bienes protegidos por la Unesco.
Precisamente, el colectivo Cluny Ibérica acaba de participar en el encuentro celebrado en la localidad francesa de Nevers para preparar el dosier de la candidatura, documento clave en el futuro éxito del proyecto. En la reunión, se han establecido los comités locales de los nueve países participantes —entre los que se encuentran España, Portugal, Alemania, Italia, Suiza o Francia, que centralizará la candidatura— y se ha estudiado el llamado Valor Universal Excepcional (VUE), es decir, lo que verdaderamente resulta único en estos 108 lugares, que los hace acreedores de convertirse en patrimonio mundial.
Aunque alcanzar la declaración es un proceso complejo sin garantía de éxito, Zoilo Perrino destaca el hecho diferencial que supondría para esta serie de sitios como los situados en Sahagún (León), Frómista o el propio Nogal de las Huertas (Palencia). “Los lugares donde radican los sitios cluniacenses suelen ser zonas rurales con riesgo de despoblación; el hecho de contar con una declaración mundial siempre va a ser un atractivo que puede repercutir como recurso activo y económico”, define el responsable de Cluny Ibérica. “No podemos competir con la catedral de Burgos, pero sí mostrar una narrativa diferenciada, con unos importantes sellos de calidad y también de protección”, añade. Queda mucho, muchísimo, trabajo por delante.