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Entrevista
Premio Nacional de Arquitectura

Carme Pinós, arquitecta: “Hemos creado una sociedad descontenta que viaja para huir de su realidad”

Carme Pinós

Esther Ballesteros

Mallorca —
4 de junio de 2022 22:20 h

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Por la responsabilidad social, la sostenibilidad perseguida en sus proyectos y su transversalidad como profesional. Son solo algunas de las razones por las que la perseverante Carme Pinós (Barcelona, 1954) ha sido recientemente galardonada con el Premio Nacional de Arquitectura. “Es una satisfacción que se me reconozca en mi casa y ver cuánta gente está conmigo”, confiesa en esta entrevista con elDiario.es en Palma.

Autora de una inabarcable multitud de proyectos, desde reformas urbanas hasta el diseño de mobiliario, enfoca su trabajo, principalmente, desde el compromiso social y se muestra severamente crítica con la especulación y la ferocidad de las dinámicas del mercado así como con la “estandarización”, la “banalización” y la “decadencia” de la cultura. Fundó su propio despacho en 1991, tras su etapa conjunta con Enric Miralles, y, desde entonces, ha llevado el nombre de la arquitectura catalana por Europa y el continente americano.

Fuertemente vinculada a Mallorca, donde el pasado 26 de mayo la ministra de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, Raquel Sánchez, le entregó el reciente reconocimiento, nos recibe en uno de los salones del Consolat de Mar, antiguo organismo medieval de la Corona de Aragón y sede actual de la presidencia balear.

¿Qué supone en su trayectoria este Premio Nacional de Arquitectura?

Ya podéis imaginar la satisfacción de estar reconocida en tu propio país. Siempre dicen que estar reconocido en casa es más difícil que el hecho de que se te reconozca fuera. Es, sobre todo, la satisfacción de que se me reconozca en mi casa y la satisfacción de ver cuánta gente está conmigo. Estoy contenta de haber conseguido eso. Ahora mismo acabo de llegar de recoger un premio en Nueva York. Es algo internacional, pero estás más sola. Aquí me lo dan y me siento súper arropada.

¿Cómo ha sido el camino hasta llegar aquí?

Bueno, más que el premio, para mí lo que cuenta es la confianza que tiene la gente en mí. El poder conseguir, hacer, ser arquitecta, que me hagan encargos. Sobre todo, que la gente que me encargue cosas confíe en mí. Si estos premios ayudan a ello, pues genial. Pero yo trabajo para hacer arquitectura, no para ganar premios.

En varias ocasiones ha manifestado que la arquitectura debe de tener una vocación de servicio al ciudadano frente a las dinámicas del mercado. ¿De qué modo se puede lograr?

La arquitectura es donde se construye el ámbito en el que se socializa, nace siempre de una demanda, de unas necesidades. La arquitectura es sobre todo servicio. Pero al mismo tiempo que servicio es también algo que, al ser el ámbito donde socializamos y al tener el ser humano una necesidad siempre de poética, debe proporcionar esa poética que el hombre necesita. El hombre no es simplemente pragmático buscando. Este es el error del mercado, que solo busca resultados. El hombre siempre necesita un plus. Y también he dicho muchas veces que la arquitectura nace en honor de los dioses. Las primeras arquitecturas son los templos y la arquitectura es lo que hace al ser sedentario, y al ser el hombre sedentario se crea una manera de socializar distinta de cuando se iba detrás de las fieras. La arquitectura es responsable y consecuencia de nuestra manera de socializar.

¿De qué forma puede contribuir la arquitectura a corregir las desigualdades sociales?

Dando dignidad al ser humano. Lo más importante es que el hombre se sienta digno y que cualquier acto se base en el respeto al otro. La arquitectura es un elemento que puede dar dignidad al ser humano. Y ahí debemos estar los arquitectos, dando dignidad, porque de la misma manera que la arquitectura puede dignificar al hombre, también le puede quitar toda su dignidad. En esto estoy lejos de los tópicos, de enmascarar y disfrazar las cosas. Estoy de acuerdo con la tradición, con lo que pide el contexto. Los materiales son los que nos dan más sostenibilidad, pero lo más importante es que utilices materiales tradicionales o nuevas invenciones que nos faciliten la vida y también sean sostenibles. Lo importante es la dignidad, crear lugares para socializar y dar libertad al ser humano. Lo demás son tópicos.

Desde hace años se debate en Balears sobre cómo caminar hacia un modelo turístico más sostenible, más amable con los residentes. ¿Se han deshumanizado las ciudades como consecuencia del turismo?

Como consecuencia del 'low cost' y del turismo de masas. Cuando uno analiza el turismo de masas, creo que hay una huida de la gente, una huida hacia adelante. La gente está incómoda. Hemos creado una ciudad, una sociedad muy falta de identidad, de peso. Y la gente huye y lo único que está esperando es viajar, huir de su realidad. Y después está el 'low cost', que ha hecho que viajar sea muy barato. La gente es capaz, si el billete es barato, de irse a cenar a mil kilómetros de distancia, por no decir 10.000, sin pensar la cantidad de contaminación atmosférica de CO2 que está tirando. “Simplemente, es un lo quiero y lo tengo”. Hemos creado una sociedad un poco descontenta de sí misma que huye hacia hacia delante como loca.

¿Se puede luchar contra eso?

Se debe cambiar todo, pero no soy muy optimista. La gente está cada vez más descontenta, los ricos son más ricos y los pobres, más pobres. Todo se ha masificado e incluso los despachos de arquitectura ya son casi empresas con un nivel medio de creadores. A quienes nos tomamos las cosas con rigor y con investigación nos van arrinconando. Unos cuantos llenándose los bolsillos y los empleados, contentos porque tienen un puesto fijo. Pero esto es una estandarización, una banalización y una decadencia de lo que se entiende por cultura.

Al hilo de lo que comenta, ¿cree que deben las escuelas de arquitectura recuperar su espíritu humanístico?

Yo he sido profesora en todas partes y parece que las universidades están más enfocadas a crear empleados que arquitectos con espíritu crítico y responsable. Yo siempre enseño igual. Para mí el espíritu crítico y asumir responsabilidades es lo que da dignidad al ser humano. Y siempre lucharé para ir por este camino.

Posee fuertes vínculos con Mallorca. Entre otros proyectos, trabajó en la ampliación del hotel Son Brull, en Pollença, en el marco de la reforma de un antiguo convento del siglo XVIII. ¿De qué forma se consigue integrar en el territorio una infraestructura de estas características sin deteriorarlo o invadirlo?

Conozco mucho el paisaje de la Serra de Tramuntana y yo intenté ser lo más respetuosa con el paisaje. Siempre dije que que lo que quería hacer es paisaje y me apañé para convertir los muros en villas, como me estaban pidiendo. Y la verdad es que ha quedado totalmente integrado. De hecho, cuando llegas por la carretera prácticamente ni se ve. Mis amigos de Pollença me decían: “Nos dices que ya casi está acabado pero no vemos nada”. Y yo les respondía: “Es que de eso se trata, de que no se vea”. Yo quería hacer paisaje y creo que lo he conseguido.

Entre 1998 y 2002 diseñó un escultórico y vanguardista Parc de Ses Estacions, en pleno corazón de Palma, para ser posteriormente demolido en 2004. ¿Qué fue lo que falló?

Lo que falló fue la relación arquitecto-cliente. El cliente -el Ayuntamiento de Palma- tenía otras ambiciones, otras ideas en la cabeza. Fue una época que no me gusta recordar. Para mí fue triste, me sentí un poquito manipulada. Pero los que trabajamos para la Administración nos encontramos muchas veces con esto. Basta que seas un arquitecto que escoge el partido anterior para que el partido siguiente, sea del color que sea, te mire con desconfianza o te cancele el contrato. Muchas veces es eso, una falta de saber lo que es la política. Y la política no es ganar o perder, la política es consensuar y servir a una sociedad. A mí me parece que se olvida esto.

Durante la década de los 2000, España vivió un periodo de euforia con la construcción de infraestructuras megalómanas -como el Guggenheim- de la que no escapó Balears, que impulsó en tiempo récord el velódromo Palma Arena, encargó a Santiago Calatrava el anteproyecto de un teatro de la ópera fallido... ¿Qué ocasionó tal estallido?

No sólo fue en España. Fue un momento también de euforia económica bastante generalizado. Hay un fenómeno que es el Guggenheim de Bilbao, que fue un éxito. Los políticos y los intereses económicos se dieron cuenta de que la arquitectura-espectáculo podía ser rentable. Todo el mundo quería un Guggenheim, esta arquitectura-espectáculo, un concepto generalizado de un periodo que, tras una cierta desconfianza hacia la arquitectura, trajo una posmodernidad que pretendía no se sabe qué. Y todo ello a raíz del fenómeno Guggenheim. Era una arquitectura que atraía a la gente. Esto fue lo que pasó en Bilbao pero no es lo que pasó en muchos sitios: la arquitectura-espectáculo trajo muchos fracasos porque además todo tenía que ser rápido y tenía que generarse el arquitecto estrella para justificar actuaciones estrella. Hubo unos intereses de cara al mercado de potenciar a ciertos arquitectos. Fue todo un fenómeno.

Antes hablábamos de Calatrava, pero, ¿podríamos citar más nombres?

No me gusta citar nombres, pero todo el mundo los sabe... Todo esto son fenómenos, después cae la economía, se llena este fenómeno de fracasos y luego se deshincha y pasamos al otro extremo, en el que se dice “no” a la arquitectura, “no hay que confiar en la arquitectura”. La arquitectura siempre ha sido la expresión de la cultura de la contemporaneidad. Y cada periodo ha tenido siempre su arquitectura, la que lo representa. Inmediatamente intentamos identificar a través de la arquitectura a qué periodo corresponde. Ya no podemos renunciar a nuestra manera de expresarnos culturalmente, a nuestra contemporaneidad. Ahora viene el cambio climático y todo gira en torno al vestido de la sostenibilidad. Y todo se hace en base a llenar fichas, clasificar... Todo es muy banal. Y yo siempre reivindico el sentido común, la responsabilidad, el consensuar, el escuchar, ir un poco más allá. No ser ni tan banales ni tan hipócritas.

¿Puede el arquitecto llegar a corromperse por el poder?

El arquitecto siempre ha estado al lado del poder. Al lado del poder eclesiástico, del poder aristocrático, del poder económico. Porque movemos mucho dinero. Hacemos los ámbitos en que se desarrolla todo. Por eso reivindico tanto el papel social, porque tenemos que estar por encima del cliente. Nuestro cliente tiene que ser siempre la ciudadanía. Tenemos una responsabilidad frente a la ciudadanía, debemos escuchar al cliente y el último cliente es siempre la ciudadanía. Y, sobre todo, porque nuestra arquitectura nos trasciende, está más allá de nosotros. Nosotros nos vamos y la arquitectura queda, es expresión de las épocas. Por eso debemos saber cuál es nuestro papel, que es el del servicio a la sociedad.

Desde hace décadas, y especialmente en los últimos años, Balears arrastra un acuciante problema de escasez de vivienda, a la que se suman la presión urbanística, los elevados precios de los alquileres y la gentrificación. ¿Qué políticas cree que deben impulsarse para poner coto a esta situación?

Vivienda social siempre. Pero no vivienda social marginada, no hacer guetos de vivienda social. Si no hay una vivienda social que baje la demanda, los precios subirán y la gentrificación seguirá. Debemos hacer una sociedad en la que se conviva. Mis modelos son más antiguos, cuando todo estaba mucho más mezclado. Si dejamos al mercado libre, el mercado es depredador. El mercado lo tiene muy claro, va al mejor rendimiento y esa es su función. Si lo dejas suelto, el mercado pasará por encima.

Una de las propuestas que con más fuerza se están desarrollando son los distritos de innovación, en el caso de Palma con el Distrito Nou Llevant, en aras a lograr una diversificación económica frente al monocultivo turístico y transformar áreas urbanas en decadencia en nuevas zonas productivas. Hay voces, sin embargo, que advierten desde hace años de que estos microcosmos contribuirán a una mayor gentrificación, así como al incremento de la polarización económica. ¿Hasta qué punto estos distritos tecnológicos pueden transformar una ciudad para favorecer la integración social?

Lo que me preocupa primero es la zonificación de las cosas. Todo lo que genera empleo no vamos a decir que esté mal, lo que pasa es que sobre la planificación de todo esto no puedo decir que sea optimista. No hay una idea de ciudad global. Parece que como si conseguir empleo, conseguir que la economía no sé qué... pasa por encima de cualquier cosa. Paremos. ¿Qué ciudad queremos? Vamos a pensar la ciudad en la globalización. En este contexto se dice: “El problema es un problema de empleo, de economía. Pues vamos por aquí, vamos a hacer una zona tecnológica”. ¿Sabes? Todo es como poner parches, sin pensar. Igual ya se ha pasado el tiempo de hablar de ciudad, igual tenemos que hablar de territorio. Esta España que dicen vacía... igual todo pasa por que el territorio esté más conectado. Se habla de la idea de ciudad grande, Madrid contra Barcelona, París contra Londres, cuando tendríamos que ir pensando más en un territorio articulado en sí. Parece que el futuro es crecer y crecer. No, las ciudades también tienen un límite, cambiemos de chip. No hablemos tanto de ciudad, hablemos de territorio. Y más hoy en día que parece que, aunque no siempre, se puede trabajar a distancia y ser una alternativa que se puede combinar con lo presencial. Esto nos da muchas más alternativas de utilizar el territorio y parece que no hay tiempo de pensar nada. Tampoco veo mucha reflexión por parte de los arquitectos, intentar hacer debates. No sé, todo va demasiado rápido. Parece como si a todo el mundo le diera la sensación de que va a perder el tren.

Lewis Mumford, un acérrimo defensor de la ciudad medieval, ensalzaba la estructura de los núcleos urbanos en ese periodo, que veía como un organismo complejo pero funcionalmente cohesionado. Dentro de las murallas los ciudadanos compartían su vida y sus necesidades en base a principios de solidaridad y cooperación y la ciudad, además, podía fácilmente recorrerse a pie. ¿Es factible recuperar este modelo?

¿Como una ciudad articulada? ¿Tal como está todo ahora? Los políticos deben darse cuenta de que vamos por un camino equivocado. España era un lugar de buena arquitectura, de despachos medianos pero, tal como se están organizando los concursos, nos están marginando a los despachos más creativos y medianos frente a ese modelo de despacho-empresa en que se contratan a mil personas. Todo es más estándar, no hay tiempo de reflexión, ni de discusión, ni de prueba de nada. Antes todo estaba más articulado y las instituciones eran algo que realmente representaba a la sociedad. Mumford también habla de la ciudad barroca, de cómo toda esta estructura de ciudad barroca dibujada en cuadrícula por los ingenieros militares pasa después al mercado, que se la apropia y la pone al servicio de la especulación. Nos están poniendo contra las cuerdas a favor de la arquitectura estándar. Como todo continúe tirándonos hacia los derroteros que comentábamos, poca esperanza puede vislumbrarse.

Para terminar, ¿cómo ve a las nuevas generaciones de arquitectas?

En los despachos hay ahora muchas más mujeres que hombres. El hombre siempre va a buscar resultados. La arquitectura no da dinero, y ahora están todos en lo que está de moda: tecnología, matemáticas... Y las mujeres están llenando las escuelas de arquitectura. No es que vengan más mujeres, es que los hombres se van.

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