Hace 100 años el escritor irlandés James Joyce escribió la gran novela del siglo XX. Ulises (1922) es, según palabras de su propio autor, un texto creado para mantener entretenidos a los especialistas durante 300 años. Y ahora que cumple un siglo, tal y como se aprecia por la infinidad de artículos y manuales de lectura que versan sobre ella, parece que la profecía va camino de ser cierta.
Esto en ocasiones ha jugado en su contra, convirtiéndola en una obra que todos conocen pero pocos leen. Sin embargo, Ulises es una historia trasgresora que no por ello deja de estar llena de humor, tal y como ocurre con Don Quijote de la Mancha, y que bien merece la atención de lectores más allá del ámbito académico.
Precisamente por eso, aprovechando su centenario, la editorial Lumen publica una edición especial con la traducción del poeta José María Valverde (1926–1996) revisada y actualizada por el editor y crítico literario Andreu Jaume, que también se encarga de añadir un nuevo prólogo para la ocasión. “Es una novela que puede seducir a muchos lectores, que está llena de registros, de apreciaciones y que desde el punto de vista lingüístico es una obra maestra porque Joyce era un virtuoso del inglés. Para encontrar a alguien tan dotado en el manejo de la lengua hay que remontarse a Shakespeare”, explica el experto elDiario.es. Pero ¿de qué trata Ulises?
Para encontrar a alguien tan dotado como Joyce en el manejo de la lengua inglesa hay que remontarse a Shakespeare
Empezó siendo un cuento más de Dublineses (1914), una colección de relatos costumbristas sobre aspectos cotidianos desarrollados en Dublín. Fue entonces cuando surgió la idea del personaje de Leopold Bloom, un agente publicitario judío de 38 años emigrado a Irlanda casado con una mujer que le es infiel. “Pensó dedicarle un cuento, pero se le fue de las manos y se convirtió en una novela. Es lo mismo que le pasó a Cervantes con El Quijote”, apunta el editor.
“El señor Leopold Bloom comía con deleite los órganos interiores de bestias y aves. Le gustaba la sopa espesa de menudillos, las mollejas, de sabor a nuez, el corazón relleno asado, las tajadas de hígado rebozadas con migas de corteza, las huevas de bacalao fritas. Sobre todo, le gustaban los riñones de cordero a la parrilla, que daban a su paladar un sutil sabor de orina levemente olorosa”, lo describe Joyce en su obra. Son las primeras líneas sobre un personaje que acabó incrustándose en el imaginario popular hasta el punto de crear el Bloomsday, un evento celebrado todos los días el 16 de junio desde 1954 donde las personas reunidas reproducen actividades relatadas en la novela.
La marcha de Bloom por las calles de Dublín arranca como una situación cotidiana, pero a medida que avanza se transforma en algo único. “En el primer capítulo parece que va a contar una historia normal, en la que unos amigos se reúnen y empiezan a hablar, pero luego se genera una odisea que no tiene nada que ver con las narraciones clásicas habituales. Se dedica sobre todo a narrar la historia de un grupo de personajes y su relación con el lenguaje”, detalla Jaume.
Otro aspecto estudiado hasta la saciedad, como Jaume explica en el prólogo, es la relación entre la jornada de Leopold Bloom y el héroe de la Odisea de Homero. Sin embargo, esta vinculación entre un mito griego y un hombre mundano puede que no sea la esperada. “Dos mil años después, el título de Ulises no podía ser más que irónico”, recalca el crítico. Las referencias son, por tanto, “de índole extraformal”. No hace falta leer la obra de Joyce con un ojo puesto en ella y otro en una epopeya griega de hace dos milenios.
No hay receta para leer 'Ulises'
Cada capítulo de los 18 que compone el libro es un prodigio de invención estilística que explora diferentes formulas comunicativas, como la del monólogo interior o incluso inventando un lenguaje propio. Esto ha provocado que muchos lectores rechacen la idea de afrontar la obra antes siquiera de abrir la portada, pero Ulises no es solo un reto literario.
“Ulises tiene esa primera dimensión de obra estilísticamente compleja y ambiciosa, que rompe todos los esquemas de representación que se habían observado hasta entonces. Pero después también hay una historia humana y emotiva muy potente, que es lo que normalmente se suele obviar”, aprecia el prologuista. No significa que no sea una lectura desafiante “incluso para los lectores más avanzados”, pero tampoco que resulte inabarcable.
No hace falta asimilarlo todo porque el mismo Joyce sabía que era una obra imposible de entender en la primera lectura
En internet y librerías se pueden encontrar decenas de recetas para enfrentarse a Ulises sin morir en el intento. Existen incluso vídeos que detallan paso a paso cómo enfrentar “la obra imposible”. Pero, según Jaume, “todo eso no sirve para nada” porque “lo único que consigue es disuadir y hacer sentir inferior al lector”. El consejo que da el editor es abarcar la novela como cualquier otra: leyéndola. “Hay que dejarse seducir por la maravilla que es el lenguaje o los personajes. Y si hay un capítulo especialmente pesado, pues nos lo saltamos o nos quedamos con las páginas más interesantes y ya está. No hace falta asimilarlo todo porque el mismo Joyce sabía que era una obra imposible de entender en la primera lectura”, defiende el crítico.
El orden caótico de los relatos presentados por Joyce tienen una explicación: el contexto en el que se fraguó. “Imagínatelo escribiendo esa novela desde 1913 hasta 1922, en una Europa devastada por la Guerra. Con grandes dificultades económicas, un alcoholismo galopante, una hija problemática y una mujer que no le hacía caso. Es imposible que eso siguiera un patrón esquemático: la novela está llena de vida precisamente porque es un estallido de mil cosas”, afirma Jaume.
Elegir un fragmento de Ulises no es fácil, ya que cada uno de sus capítulos puede concebirse como un experimento literario. No obstante, el prologuista confiesa que hay uno que le impactó especialmente: el episodio 3, Proteo. Se trata de un paseo por la playa en el que Stephen Dedalus reflexiona sobre aspectos como la familia, su juventud o la muerte de su madre. “Es un monólogo en el que se juega con símbolos, imágenes y obras que dan una dimensión de lo relatado que va mucho más allá de lo que se había visto en una novela hasta entonces”, aprecia el crítico. Un fragmento que, precisamente, culmina con una buena muestra de su atmósfera naturalista: con su protagonista dejando un moco seco en una roca al no tener pañuelo para limpiarse.