La influencia y el poder de la Iglesia Católica en España y en Irlanda ha hecho que ambos compartan heridas y traumas. Los abusos por parte de la institución fueron una tónica más habitual de lo que parecía, y el tiempo ha ido pateando y aireando los secretos escondidos bajo la alfombra durante demasiado tiempo. En España nos enfrentamos a un dato sobrecogedor, las más de 440.000 víctimas estimadas que sufrieron pederastia por parte de la Iglesia, según el dato de la auditoría realizada por el Defensor del Pueblo. Otra cara de una memoria histórica que sigue costando afrontar. En Irlanda se adelantaron a la hora de afrontarlo. Tras nueve años de investigación se estimó, en 2018, que más de 400 curas habían abusado de 25.000 menores.
También ambos países han visto cómo no eran solo los curas los responsables de los presuntos delitos. Si en España se sospecha de la colaboración de las monjas en los presuntos robos de bebés o adopciones irregulares, en Irlanda se puso la mirada sobre las Hermanas de la Misericordia cuando se descubrió que sus lavanderías y asilos, donde acogían a madres solteras, prostitutas o mujeres que habían perdido la virginidad antes del matrimonio, era en realidad una tapadera donde presuntamente explotaron, maltrataron y vejaron durante años a aquellas jóvenes. Un caso que se alargó hasta comienzos de los años 90, cuando se encontraron los restos de 155 cadáveres en los terrenos de uno de sus conventos. Las monjas habían creado una fosa común donde había cuerpos de mujeres y bebés. Hasta 1996 siguieron en activo dichas instituciones. El Gobierno irlandés emitió una disculpa por los abusos en el año 2013.
Las cicatrices de los abusos de la Iglesia siguen abiertas en ambos países, y eso se ha demostrado en la inauguración de la Berlinale, que ha abierto una edición de marcado carácter político con Small Things Like These, filme que adapta la novela de Claire Keegan que fue finalista del premio Booker y que cuenta esta terrible historia desde el punto de vista de un repartidor de carbón al que pone su rostro anguloso Cillian Murphy, sin duda uno de los actores del momento y que con esta puesta de largo en Berlinale sigue construyendo su momento en la lucha por el Oscar al que opta por Oppenheimer. Un premio que está entre él y Paul Giamatti y donde cada acto cuenta. Por eso, esta apertura del Festival de Berlín se antoja más que apropiada para poder afianzar la que sería su primera estatuilla.
Le dirige Tim Mielant, que ya lo hizo en la serie Peaky Blinders, y que coloca a Murphy en el centro de una película que aborda el tema de forma sobria y elegante. Sin estridencias. El actor regresa a su país natal para ahondar en uno de sus traumas recientes, igual que lo hiciera con la guerra de la independencia irlandesa en El viento que agita la cebada, la película de Ken Loach. Su mirada perdida, su capacidad de expresar sin palabras que tan bien ha explotado Nolan en su último filme, vuelven a funcionar en esta historia que abre de forma más que correcta una Berlinale marcada por la política como se notó también en las ruedas de prensa del primer día.
Murphy calificó este suceso real como “un trauma colectivo, particularmente para personas de cierta edad”, y cree que todavía lo están procesando en la sociedad irlandesa, pero apuntó a la importancia del cine para afrontar la memoria histórica y estas realidades. “Creo también que el arte puede ser un bálsamo realmente útil para cerrar esa herida. El libro lo leyó todo el mundo en Irlanda, y hay algo irónico en el libro, porque trata de un hombre cristiano que intenta realizar un acto cristiano en una sociedad cristiana disfuncional, y a la vez plantea muchas preguntas sobre la complicidad, el silencio, y la vergüenza”, apuntó el actor.
No creo que unos artistas puedan hablar sobre Gaza, sobre Ucrania y sobre cinco tipos de la AfD en una rueda de prensa. Estamos aquí para ver películas
A su lado se encontraba Matt Damon, que ha producido junto a Ben Affleck este filme con su nueva compañía con la que intentarán oponer resistencia a una industria llena de superhéroes y franquicias. “Nuestra sensación, y permanecerá hasta que nos quedemos en quiebra, es que hacer una buena película es el antídoto ante estas cosas”, dijo Damon. Eso sí, para Murphy el arte, y ellos mismos, no deben “responder esas preguntas, sino provocarlas”.
De esa opinión son también los miembros del jurado, que en una tensa rueda de prensa fueron preguntados por todos los temas de la agenda política del momento. Por supuesto se habló de la ausencia de la extrema derecha, donde el alemán Christian Petzold se cuestionó si quizás no invitar a los cinco miembros de AfD había sido un error, pero también se habló sobre si el festival debía dar un paso más y pedir el alto el fuego en Gaza. En el jurado, de hecho, había dos artistas que ya lo habían pedido, como el propio Petzold y la presidenta, Lupita Nyong’o, pero ninguno quiso mojarse sobre el asunto. “No creo que unos artistas puedan hablar sobre Gaza, sobre Ucrania y sobre cinco tipos de la AfD en una rueda de prensa. Estamos aquí para ver películas”, dijo el cineasta alemán que se manifestó “a favor de la paz y a favor del diálogo”.
Dio la puntilla el director catalán Albert Serra. “No soy Jesucristo, no tengo soluciones”, dijo el autor de Pacifiction que vivió uno de los momentos más comentados cuando se le recordó una declaración de una entrevista de 2018 donde el cineasta manifestaba su “fascinación” por Putin y que quería ser espía ruso. Le preguntaron si se retractaba sobre aquello. “También dije que quería ser el Papa en Roma”, dijo para mostrar que aquello no era más que una de sus provocaciones y que “la realidad es más compleja que decir que hay buenos y malos”. “Creo que la política real es mucho más compleja e interesante que decir aquí si considero si alguien es bueno o malo”, puntualizó.
Sus compañeros en el jurado salieron en su defensa. Zanjó el tema la escritora ucraniana Oksana Zabuzhko, que salió al paso con ironía al señalar que el catalán había comprado su último libro sobre la guerra: “Espero que en estos días se eduque al respecto”. Todo en las primeras horas de una Berlinale que sigue marcada por la tensión política.