El cine de Albert Serra hace sentir al espectador como si mirara a través de una mirilla algo prohibido. Pero lo que encontrará al otro lado de la puerta no es lo que el cine suele mostrar, sino lo que realmente rehúye. En Liberté, el cineasta catalán sujetó la cabeza del público para que asistiera a un cruising en la época de Luis XVI donde el sexo era sucio y desagradable. En La muerte de Luis XIV uno asistía a la descomposición de un monarca (y la monarquía) que apenas podía moverse y que iba viendo cómo se acababa su tiempo mientras su cuerpo se consumía.
Ahora el cineasta ha obligado de nuevo a mirar por una mirilla para descubrir el mundo de los toros como nunca se había mostrado. Lo ha hecho en Tardes de soledad, la película que ha noqueado al Festival de Cine de Cine de San Sebastián y que lo dejará convaleciente durante unas jornadas. Serra ha rodado un documental sobre la tauromaquia durante cinco años y lo ha presentado a concurso en el Zinemaldia, donde era, de lejos, la película más esperada de la competición.
Había en el pase de la mañana una emoción casi infantil por descubrir lo que había pergeñado uno de los autores más importantes del cine español, sobre todo en el circuito festivalero. Era la única película ante la que todo el mundo llegaba virgen. No se habían visto imágenes, y más allá del comité de selección nadie sabía lo que había dentro de esas Tardes de soledad. El festival recuperaba el misterio y la excitación que deberían reinar siempre en un pase. Solo por eso, Tardes de soledad es, de lejos, el evento del certamen. A eso sumen que su estreno se produce el año en el que se ha eliminado el Premio Nacional de Tauromaquia y con una manifestación convocada por la presencia del filme en el festival.
Lo que ha logrado Albert Serra es colocar su cámara a una distancia tan cercana al mundo de los toros que es imposible escapar a ella. Y cuando uno coloca la lupa sobre algo, la verdad sale a la luz. Durante décadas, el dominio de la realización televisiva dominante ha generado un imaginario edulcorado y blanco. Uno construido en plano general. En el que no se observa cómo se desangra el toro, cómo se le arrastra moribundo cuando ya no vale nada o cómo llega absolutamente debilitado a su supuesto enfrentamiento de igual a igual con el toreo.
La cámara se ha centrado en el folclore, en el disfrute, en la gente y, sobre todo, en el torero. Albert Serra adopta una distancia como cineasta âno posiciona su cámara para decir al espectador lo que debe pensarâ, pero al buscar constantemente cada detalle de lo que ocurre en la plaza acaba creando un relato despiadado de la violencia que se produce en la plaza. El lenguaje cinematográfico destrozando al televisivo y desvelando la realidad. Como si una corrida de toros se tratara, el filme sigue a la gran estrella del toreo Andrés Roca Rey en su enfrentamiento con cinco toros, pero también en sus trayectos de ida y vuelta a la faena.
Sí, muestra el miedo a la muerte del torero, pero nunca antes se había visto así el sufrimiento del toro. Oímos su respiración. Oímos sus bufidos, porque aquí está el gran hallazgo de Tardes de soledad. Escuchamos todo. Estamos obligados a ver lo que no queremos ver, pero Serra también nos hace escuchar lo que siempre se nos había privado. Con ello acaba rompiendo otro tópico de los taurinos, el supuesto gran respeto del torero por el toro. Aquí, Roca Rey y su cuadrilla insultan a los toros (“vete con tu puta madre”), y ensalzan sus genitales humanos constantemente (“Olé tus huevos”).
Todo son huevos, cojones y gritos ensalzando su masculinidad (“Es un superhombre”). Hay varios detalles importantes en las decisiones respecto a las corridas que realiza Albert Serra. Una, que el filme comience con la única imagen de un toro fuera de la plaza; y la segunda que ninguna corrida le otorgue al torero el privilegio de que él sea la última imagen, sino que es el toro arrastrado con cuerdas sin ninguna dulzura, con crueldad.
Serra desnuda los ritos del toreo, quizás sin pretenderlo, solo mostrándolos con la distancia del documental. La presencia constante de la religión, la épica recargada e impostada de las frases vacías que dicen, y hasta la forma de ponerse el traje de luces. Una de las imágenes más potentes (y eso que hay unas cuantas) de este documental es la que muestra al torero colocando su paquete, con un rosario y unas medias rosas. Un atuendo que desprende un homoerotismo que contrasta con la masculinidad tóxica y sudorosa de la plaza. Justo después el torero necesita una persona que le embuta en su traje. Lo hace levantándole a pulso. La misma persona que luego se enfrentará a la muerte cinco minutos antes no es capaz de vestirse solo.
Si las partes en el ruedo son violentas y salvajes, casi hacen más daño las que muestran la intimidad de los toreros. Serra coloca una cámara en su furgoneta. Allí se ve el rostro impasible de Roca Rey, el gran misterio del filme, pero sobre todo se escucha lo que dice esa cuadrilla pelota que aumenta el ego de su jefe. Son frases vacías que creen profundas. “Te envidian los mediocres”, se escucha decir cuando él no está contento con su faena.
Hay en Tardes de soledad algo realmente sorprendente tratándose de un documental, y es que existe un trabajo de puesta en escena. Las imágenes están pensadas y elegidas. Serra se las apaña para jugar con el fuera de campo, con planos hermosos, con cierta poética sobre la muerte, y también recurre al puñetazo del primer plano del rostro del toro o de la cara ensangrentada del torero. También gracias a un trabajo sonoro y musical que acrecienta todo.
Quizás lo más importante de todo es la propia existencia del cine de Serra, un cine no domesticado, fuera de toda norma y que hace que nos planteemos cosas, que dudemos hasta de nuestra sombra. Serra nos lanza a la cara sus imágenes y somos nosotros los que las recogemos y decodificamos sin ayuda ni asideros. Algo inusual en el cine actual.
Tardes de soledad tiene dentro debates sobre la moralidad de las imágenes, sobre la representación de la muerte (esta película habría sido impensable como ficción), y sobre cómo se aborda un tema como la tauromaquia. Lo que el cineasta ha mostrado ocurre de forma pública en una plaza aunque no se quiera mirar. Quizás colocar una cámara dentro es la mejor forma de ser realmente conscientes de todo lo que hay. No debemos tener miedo a mirar por la mirilla incómoda de Serra, al revés. Puede que lo que hay al otro lado sea, incluso sin que él sea consciente, uno de los retratos antitaurinos más potentes posibles.