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'Annie Hall' cumple 40 años y nunca quiso ser la chica de tus sueños

El crítico de cine Nathan Rabin acuñó en 2007 el término Manic Pixie Dream Girl para definir a la protagonista de Elisabethtown. Una criatura burbujeante que se interpone en el proyecto vital del hombre hechizándolo con candidez y una pizca de locura.

De pronto, esta bochornosa etiqueta alcanzó a cualquier personaje femenino que fuese espontáneo e independiente, y lo redujo a una especie de pelotón de “maníacas adorables”.

Cayeron nuevos fenómenos como Amèlie y algunos de los clásicos más queridos y respetados de la historia. El caso más irritante fue el de Annie Hall, nombrada por la revista AV Club como la Manic Pixie Dream Girl primigenia. Varios amantes de la película increparon a la web por su falta de respeto hacia un papel diseñado a medida para Diane Keaton, que nada tiene que ver con las definiciones machistas de una panda de redactores. Es más, si hubiese un MPDG en el filme de Woody Allen, ese sería Alvy Singer. 

Hoy se cumplen 40 años del estreno de una de las maravillas que ha alumbrado el neoyorquino. La mejor para muchos y, como mínimo, el guion más gracioso de la historia del cine. Annie Hall envejece como una estrella de rock de los setenta: excesiva y elegante. Su trato honesto y un poco naíf de las relaciones, el uso de las drogas o el humor negro sería algo inverosímil hoy en día.

Annie Hall se ríe de los muchos tabús del cine actual y de la etiqueta de comedia romántica que aún le cuelga. Sus personajes no son perfectos, pero tampoco lo pretenden y ahí radica su excelencia. Ocurre con el neurótico Alvy Singer, pero también con la figura de Annie, una joven distraída, inteligente y divertida que se enamora hasta el tuétano del primero. Decimos que se enamora porque, pese a la regla no escrita de chico conquista a chica, ella es quien toma las riendas desde el principio.

El papel de Diane Keaton, aún así, ha sido tan querido como menospreciado. La desafortunada anécdota de la Manic Pixie Dream Girl demostró que el público no estaba acostumbrado a ver a una mujer real en la gran pantalla.

Las inseguridades de Annie Hall fueron tomadas por muchos como una señal de debilidad que no se correspondía en absoluto con la realidad del personaje. De hecho, Woody Allen lo dibujó a imagen y semejanza de Diane Keaton para demostrarle su infinito cariño y admiración. También lo bautizó como ella: Annie es el diminutivo de Diane y Hall el apellido real de la actriz. 

Un aprendizaje mutuo

La definición de la MPDG, como decíamos, es aquella mujer que se dedica a despistar al hombre triunfador de sus metas. Ella, despreocupada e inestable, le arrastraría a un pozo sin fondo donde al final le abandona a su suerte. Colocar a Annie Hall (o a cualquier rol femenino) en esta categoría significa no haber entendido nada del personaje ni de la película en general. 

El retrato que hace Woody Allen del amor es triste, cotidiano y muy bello. Alvy Singer es patológicamente pesimista y egocéntrico, pero también adora a Annie en su integridad, la empuja a ser mejor y se contagia de su arrojo. La joven acepta con paciencia las rarezas del cómico, hasta que éste se interpone en su camino hacia el éxito y ella elige su propia felicidad.

“Annie y yo rompimos. Y yo, yo, todavía no he conseguido hacerme a la idea, sabes, yo, yo sigo dándole vueltas a nuestra relación en mi cabeza”. El espectador conoce este final desde la primera línea de guión, pero eso no impide que sea doloroso por todo lo que hemos compartido con ellos hasta ese momento. “Alvy, eres incapaz de disfrutar de la vida. Eres como Nueva York, una isla dentro de ti mismo”, le dice Annie cuando él viaja hasta California para recuperar su amor. 

Lo mejor del personaje de Annie es que está en pleno autodescubrimiento. Lee los libros oscuros que le recomienda Alvy, aprende sobre el nazismo con La tristeza y la piedad y se apunta a un curso de literatura rusa para impresionar a su novio. Ella utiliza la relación para descubrir cosas nuevas sin renunciar a su personalidad. Alvy, en cambio, está estancado. Sobre sus hombros pesan dos matrimonios fracasados por las mismas razones, y tampoco consigue superarlas con esta última.

Al principio, el cómico observa a Annie desde la barrera como a un potrillo salvaje. Le divierte su idiosincrasia, la nula técnica al sacar fotos, su porro de antes de dormir y que sea “polimórficamente sensible”. Pero termina sintiéndose rebasado por el descontrol y limitando la libertad de su novia. O eso pretende, porque ella no se lo permite.  

La mujer polimórficamente sensible

polimórficamente sensibleWoody Allen es un maestro de los límites. Tan pronto cuenta una historia pesimista con tintes de optimismo, como trata el sexo sin tapujos en un lenguaje casi infantil. Annie Hall aborda las relaciones sexuales como el punto de inflexión que puede llevar a una pareja al fracaso. “¿Cada cuánto tienen sexo?”, les preguntan sus psiquiatras. “Casi nunca, tres veces a la semana”, contesta él. “Constantemente, tres veces a la semana”, dice ella.

Es una forma arriesgada de hablar del amor, que escapa al mito romántico que tanto explotan las comedias de este género. Pero el director lo utiliza como un elemento más para describir la personalidad de sus personajes. La de Alvy es egoísta, siempre pensando en su propio placer y esperando que se lo proporcionen en bandeja. En el caso de Annie es una señal del hastío que siente hacia su relación. 

“¿Sabes una cosa? Eres tan egocéntrico que si pierdo mi ritmo de sueño solo piensas en lo que te puede afectar a ti”, grita la joven en la cola del cine sobre su “problema sexual”. Los flashbacks sirven para recordarnos que el comienzo fue bastante distinto: la pasión estaba a flor de piel y un solo polvo, como dice Balzac, podía dar comienzo a una novela. Pero el deseo se agota, la paciencia también y solo queda un cariño insuficiente para nadar hacia adelante.

El otro gran acierto del filme de Allen es el de presentar el sexo sin recurrir a fantasías eróticas. Alvy piensa que Annie es “sexy y pasional en la cama”, pero no la convierte en un mero objeto carnal.

Annie Hall se atrevió a contar las relaciones sin estereotipos comerciales y venció. Se hizo con el Oscar, desbancó a Star Wars y años después fue encumbrada como la obra maestra de la comedia que merecía ser. También entendió que su fortaleza radicaba en una protagonista con las extravagancias de una mujer normal. Con sus flaquezas cotidianas y unas ansias constantes de aventura. Y, aunque algunos quieran reducirla a unas siglas inoportunas, Annie Hall es real y valiente como el primer día.