En 1999, tras tres años trabajando en el guion, se anunciaba que Víctor Erice no rodaría finalmente su anhelada adaptación de El embrujo de Shanghai, la novela de Juan Marsé con un guion que el propio escritor —casi siempre en contra de las adaptaciones de sus obras— alabó toda la vida. El productor, Andrés Vicente Gómez, canceló el rodaje y luego llevaría a cabo el proyecto con Fernando Trueba en la dirección y con un guion diferente. Erice publicó el suyo. Se repetía la historia. Si con El sur el director no pudo rodar el guion que tenía planeado por un recorte en los días de rodaje, aquí su película soñada se caía a poco de empezar. La promesa de Shangai, como se llamaba su versión, nunca vería la luz. Se quedaría en el recuerdo de todos como una película maldita.
Tras ese amago de rodaje, Erice nunca más logró levantar un largo de ficción. Uno de los grandes autores del cine español, el director de tres obras maestras (El espíritu de la colmena, El sur y El sol del membrillo) se dedicaría a fragmentos para películas colectivas, cortometrajes e instalaciones de videoarte, pero nunca más se pondría detrás de una cámara… Hasta ahora. La noticia pillaba a todos con el pie cambiado. El verano pasado, las ayudas públicas de Canal Sur desvelaban el misterio. Erice volvía al largo con un misterioso proyecto de nombre Cerrar los ojos.
El misterio se ha desvelado en el Festival de Cannes, donde el filme se ha proyectado en la sección Cannes Premiere y con la ausencia de Erice, que ha mostrado de nuevo su personalidad indomable sin aparecer en la puesta de largo del filme. La primera escena de Cerrar los ojos llega como un bofetón al espectador. Una casa a las afueras de Francia. La década de los 40 y dos personajes, Levy y Franch. Uno de ellos (José María Pou) le pide a otro que acuda a Shanghai para traer de vuelta a su hija y muestra una foto de ella tapándose la cara con un abanico. No hay duda. Erice está hablando de El embrujo de Shanghai, de la adaptación que nunca se rodó. Nos está dando pistas de lo que hubiera sido.
El mecanismo pronto se revela. Lo que acabamos de ver es una película dentro de otra película. Esa escena es la última que rodó el personaje de José Coronado, el actor de dicho filme, antes de desaparecer sin dejar rastro. El director de aquella, Manolo Solo, acudirá a un programa tipo Quién sabe dónde para hablar de su amigo y mostrar una de las dos únicas escenas que se conservan de aquella película que nunca fue. Una amistad con la que repasa de forma rápida la historia de España. Antifranquistas, de Carabanchel, presos políticos, en la marina… y artistas unidos por un amor y separados de forma abrupta durante décadas.
En ese trasunto de El embrujo de Shanghai, el personaje de José María Pou le pide a Coronado que traiga de vuelta a la niña por un motivo. Solo ella le mira de verdad. Solo ella le puede ver cómo es realmente antes de morir. Es imposible pensar que Erice no ha querido mirarnos a nosotros por última vez. También que a través de su poética única, de su sensibilidad sin alardes, nos pida que le miremos a él de verdad. Esa película se llama La mirada del adiós, y su título parece profético.
Desde esa primera escena es imposible no ver a Manolo Solo y su Mikel Garay como si fuera Víctor Erice. Su mirada taciturna, su introversión, su pelo blanco. Manolo Solo está inmenso, y Erice capta la soledad de sus ojos de una forma única. Cerrar los ojos es, como todo el cine de Erice, un cine sobre la memoria. La memoria histórica en El espíritu de la colmena y El sur, y aquí el cine como memoria histórica, individual y colectiva. El cine como revelador de la verdad, como constructor de recuerdos. Como el único arte capaz de devolvernos la memoria, o al menos de reconstruirla cuando nos la han robado.
Lo consigue, sobre todo, con una escena final que se desarrolla en un cine. No es casualidad. Hay un diálogo claro entre la primera escena de El espíritu de la colmena y la última de Cerrar los ojos. Si aquella película se abría con un cine de pueblo abarrotado de niños que descubrían Frankenstein y Erice se centraba en los ojos fascinados de todos ellos, especialmente en los de Ana Torrent, Cerrar los ojos termina en un cine que se parece mucho a aquel. Un cine de pueblo abandonado donde los protagonistas verán la última escena de la película maldita para volver a recordar. Para reconstruir su memoria. Vuelve a mostrar los ojos abiertos, pero el último plano es para unos ojos que se cierran. Tras ellos, el sonido de una bobina de cine que proyecta el último fotograma antes de fundir a negro.
No sabemos si Erice rodará más películas, pero si esta es la última escena que rueda sería de una belleza y de una coherencia con su carrera brillante. Se cuadra el círculo y confirma que su cine siempre fue un cine sobre la mirada, la de Ana Torrent, que iluminó el cine español, y ahora la de Manolo Solo y José Coronado en esta prolongación. No es casualidad que en esta película tenga un pequeño papel Juan Margallo, que hacía del maqui de El espíritu de la colmena, y no es casualidad que regrese a Ana Torrent para un personaje que se llama Ana y al que Erice mira como a ninguno. La cámara del director vuelve a hipnotizarnos con los ojos de Torrent y con una escena, ese “soy Ana, soy Ana”, que la une de forma indisoluble con El espíritu de la colmena, que terminaba con la misma frase, dicha por la misma actriz, ahora 50 años después.
No sabemos si Erice rodará más películas, pero si esta es la última escena que rueda sería de una belleza y de una coherencia con su carrera brillante
No es una película redonda ni perfecta, ni se le pide. No todas las interpretaciones están al mismo nivel. El regreso a Almería del personaje provoca una bajada de ritmo al conjunto, pero se agradece que Erice —al guion junto a Michel Gaztambide— siga pendiente también de la construcción política del país —ese guiño al rey pidiendo perdón por cazar elefantes en Botsuana, esos mares de plástico donde malviven los trabajadores—, que siga fiel a su poética desnuda, a su transparencia narrativa, a la emoción desde la sencillez, con esas transiciones con fundidos a negros tan simples como elegantes. Que siga siendo capaz de construir imágenes de una belleza apabullante: Coronado debajo de una portería parando un sol como balón de fútbol imposible, dos amigos encalando una pared con la cámara acercándose a ellos…
Cerrar los ojos es también un homenaje al cine fotoquímico. Al que se toca, al que mancha. El que se guarda y se conserva. El que es memoria de todos desde hace más de cien años y el que ha construido nuestra memoria, una memoria más necesaria que nunca en tiempos de plataformas y algoritmos.
Ovación sin Erice
La película fue recibida en el pase con una ovación rotunda y alargada. Los actores se mostraban emocionados. Ninguno de ellos había podido ver la película, en la que Erice ha estado trabajando hasta casi el último minuto. Había una ausencia que comentó todo el mundo, la del propio director, que decidió no acudir a la puesta de largo de Cerrar los ojos aumentando su leyenda de realizador casi ermitaño y alejado de los focos.
Manolo Solo comentaba horas después, y todavía abrumado por la recepción del filme, que habían intentado localizarle para trasladarle la calurosa acogida, pero que, de momento, había sido imposible. Reconoce que cuando vio que su personaje tenía “como mínimo reflejos del propio director” cargó más responsabilidad en su trabajo. “Además, es el primer papel en el que siento que llevo el peso de la película entero y encima con Víctor Erice, que es un mito, una leyenda de la cinematografía mundial, no solo española. Además, haciendo una especie de trasunto o personaje con reflejos de él. Pues mira [suspira de forma prolongada], el suspiro que he dado ahora lo define muy bien”, dice el actor.
Solo nos teníamos que mirar Victor y yo para entender lo que estaba buscando y lo que quería. Era muy bonita la relación y el cariño que he sentido
En el guion ya vio “una buena película”, pero también ciertos momentos “que podían tener peligro de sobrepoetización”. “Yo también soy una persona que abomina el subrayado poético y luego ves la película y todo en su sitio y es mucho más sutil”, añade. Las personas que han trabajado con Erice destacan que durante el rodaje muchas veces dudaron sobre si todo cuadraría por las pocas indicaciones que da. Solo también reconoce que, como actor, estuvo “por su forma de trabajar, un poco desubicado, por decirlo de alguna manera”, aunque ahora siente “que el plan maestro ha funcionado, al ver la película es como que la hoja de ruta tenía sentido”.
Quien ya sabe lo que es trabajar con él es Ana Torrent. Su presencia en esta película es emocionante y una forma de “cerrar un círculo”. “Ha sido algo muy importante para mi trayectoria, el empezar con Víctor y ahora también Cerrar los ojos, que además habla de todo eso desde el punto de vista de Víctor hacia el cine. Hay unas referencias claras a ese descubrimiento y a esos principios. A esa mirada, a ese cine que es diferente ahora y que ya no se hace. Una exposición de memoria, de sentimientos y de homenajes donde El espíritu de la colmena está muy presente”, opina la actriz.
Igual que entonces, se ha sentido muy protegida. “Me he sentido también muy querida, lo he sentido como una declaración de cariño y de un regalo que también me ha hecho. Me he sentido muy bien y con él muy bien, porque además Víctor y yo nos conocemos, nos hemos ido viendo estos años. Solo nos teníamos que mirar para entender lo que él estaba buscando y lo que quería, y era muy bonita la relación y el cariño que he sentido”. Una reunión 50 años después que suena a homenaje, a cierre y a despedida de uno de los cineastas más importantes de nuestra historia con solo cuatro películas.