En 1978, Italia se preparaba para un acontecimiento inédito. La Democracia Cristiana, con Aldo Moro a la cabeza como presidente del partido, había logrado un acuerdo histórico con el Partido Comunista en lo que se llamó el Compromesso Storico. Esa conjunción pretendía afrontar una crisis económica que afectaba a todo el país y que había provocado un descontento social que ya llegaba a las calles, donde se sucedían manifestaciones y protestas. Moro y Enrico Belinguer, líder de los comunistas, consiguieron las bases para un Gobierno que llamaron “de solidaridad nacional”. Un Gobierno al que se oponían los socialistas, los liberales y, por supuesto, Estados Unidos.
El 16 de marzo de ese año, cuando ese acuerdo debía consolidarse en una moción de confianza sobre el Gobierno de Giulio Andreotti, donde Democracia Cristiana y comunistas iban a votar juntos, Aldo Moro fue secuestrado por miembros de las Brigadas Rojas tras asesinar a cinco escoltas. Pretendían negociar su liberación pidiendo que se desencarcelara a miembros de su organización. Una petición que desde el gobierno y desde las altas esferas italianas siempre fue negada.
El 9 de mayo del mismo año, Moro aparecía en el maletero de un coche. La leyenda urbana dice que se encontraba en el punto intermedio entra la sede de Democracia Cristiana y la del partido comunista italiano. Aquel acontecimiento todavía supura. Es una herida que no terminó de cerrar. Sus consecuencias, de hecho, empiezan a ser peligrosas. Tres años después, Democracia Cristiana perdía el poder por primera vez en 35 años. Comenzó una pérdida de confianza de los ciudadanos en los políticos. Se sentían abandonados y, poco a poco, los discursos populistas empezaron a calar. Primero fue Berlusconi, y ahora Georgia Meloni, que ha logrado que la extrema derecha alcance el poder en Italia.
El cineasta italiano Marco Bellocchio siempre ha sido uno de los grandes cronistas de las cloacas del poder en Italia, y hace años ya se fijó en el secuestro y asesinato de Aldo Moro en una de sus películas más conocidas: Buenos días, noche (2003). Contaba aquellos acontecimientos desde el punto de vista de los miembros de las Brigadas Rojas. Casi 20 años después, estrena una serie que es uno de los mejores productos audiovisuales del año. Se llama Exterior noche, y en ella regresa a aquel acontecimiento. Ahora lo hace con una narración que da voz a todos los personajes históricos que fueron fundamentales en los hechos previos y posteriores. El ministro del Interior, Andreotti, la mujer de Moro, el Papa Pablo VI (al que da vida Toni Servillo), una de las secuestradoras… todos protagonizan uno de los seis episodios y sus historias confluyen en el último de ellos.
Una serie donde Bellocchio demuestra que es uno de los grandes cineastas políticos del cine de las últimas décadas y que su talento está intacto a los 83 años. Un thriller tenso, afilado, montado con gusto, escrito con inteligencia y que funciona como una máquina perfectamente engrasada. Una producción que, en ocasiones, incluso adopta la textura y la forma de las imágenes de la época, haciendo dudar al espectador si lo que ve es una imagen de archivo o una recreación. Una obra por la que el director recibió en la pasada edición de los galardones del cine europeo el premio a la innovación.
El italiano justifica su regreso a Aldo Moro y lo define como “el contraplano de la película de hace 20 años” y cree que de aquellos polvos estos lodos: “Con su asesinato se produjo un desgaste progresivo de los partidos políticos que, de alguna manera, gobernaban en Italia. En el Partido Comunista se ha producido un declive progresivo y cada vez menos han conseguido representar a su electorado tradicional. Ya no existe el partido comunista, que prácticamente representa a las clases medias o incluso, paradójicamente a la burguesía. Las clases populares, los pobres, los explotados… ahora se sienten representados por la derecha o por el Movimiento Cinco Estrellas. El Partido Democrático de la Izquierda, heredero del Partido Comunista, ya no puede representarlos, ya no sabe cómo representarlos, y hay partidos que han ganado esa partida, incluso el partido ultraderechista de Meloni, que ha sido capaz de representar más que el Partido Democrático los intereses de los más pequeños, desfavorecidos y precarios de la población italiana”.
En Exterior noche siempre está presente la importancia de la Iglesia Católica para los italianos. No solo hay un episodio dedicado al Papa sino que, como se dice en un momento, hasta la mafia responde ante ellos. La religión es para ellos un pegamento, y todos los partidos acaban plegándose a ella. “Hay batallas que para los católicos, para la Iglesia, sin indispensables, como por ejemplo el aborto”, dice Bellocchio que trató uno de esos temas, la eutanasia, en una de sus películas, Bella adormentata: “Ahí retraté el cinismo del centro-derecha y de Berlusconi para complacer a la Iglesia Católica, para no disgustar al electorado católico. El cinismo de mantener con vida a una pobre niña que llevaba 17 años viviendo como un vegetal”.
Un poder de la Iglesia que también está en Exterior noche. “Aldo Moro era un hombre que iba a misa todas las mañanas, que comulgaba, pero que tenía la capacidad de dialogar con el Partido Comunista. Pero es que el Partido Comunista nunca se opuso a la Iglesia Católica, y el Partido Comunista estaba lleno de católicos. Incluso ciertas batallas, como el divorcio y el aborto, el Partido Comunista las aceptaba, aunque sin entusiasmo. Fue el Partido Radical quien las promovió y luego arrastró al Partido Comunista”.
Con el asesinato de Aldo Moro se produjo un desgaste de los partidos políticos. En el Partido Comunista se ha producido un declive y cada vez menos consiguen representar a la gente
Bellocchio recuerda aquel hecho como un shock. “Todos pensábamos que no iba a suceder y pensamos que se llegaría a un acuerdo, porque la vida de Aldo Moro se habría salvado. El hecho de que muriera fue un trauma”, añade. Su serie presenta todas las aristas, pero se aleja de las teorías de la conspiración que dicen que EEUU o incluso Andreotti conspiraron contra Moro por su pacto con los comunistas. El realizador deja claro que no quería mostrar al expresidente italiano como el malo de la película, aunque en un momento es Moro quien, en un confesionario, dice que “Andreotti es una especie de demonio, la representación del mal”.
“No hay una posición benevolente hacia Andreotti. Según los historiadores, Andreotti no es quien quería que Moro muriera, sino que de alguna manera aceptó lo que en Italia se llama ‘razón de Estado’, una razón de Estado por la que no fue posible, desde el punto de vista institucional, liberar a Moro. Con una lógica muy simple, si los terroristas no reconocen al Estado, por qué el Estado debería reconocerlos a ellos. Además, había una parte de la opinión pública opuesta a los terroristas, precisamente porque habían exterminado a todos los hombres de la escolta de Moro, y muchos no hubieran aceptado la liberación a cambio de liberar a 15 terroristas. Sería históricamente injusto atribuir toda la responsabilidad a Andreotti. Tuvo responsabilidades, como las tuvieron toda la clase dominante que tomó esa decisión”, zanja.