Crítica

'Black Adam', ni los mamporros de Dwayne Johnson logran resucitar a DC

20 de octubre de 2022 22:22 h

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Era difícil pensar que una franquicia tan prometedora como la de DC fuera a vivir momentos tan complicados. Mientras que su competidora, Marvel, atina con cada paso y consigue que hasta los pocos tropezones que tiene no les afecten, en la casa de Superman y Batman solo parece haber ruido y caos. La llegada de Zack Snyder como hombre todopoderoso llevó a la saga a las peores críticas posibles y logró lo que parecía imposible, dividir a sus fans. De repente, los seguidores de los personajes se vieron en medio de una guerra entre los que defendían la salida de Snyder -realizada de malas formas por parte de Warner- y los que pedían que le dejaran dar su visión creativa. Una pelea que vivió su momento álgido con el estreno en HBO Max de su visión de La liga de la justicia, cuya versión de cines abandonó a la mitad por un problema personal.

Entre medias intentaban levantar proyectos que se alejaran del conflicto y que no estuvieran directamente entroncados con la Liga de la Justicia. Secuelas como la de Wonder Woman, afectada por la pandemia en su resultado en taquilla, la genial El escuadrón suicida que hizo James Gunn -y que se estrelló en taquilla-, o Shazam, que se estrenó en 2019 logrando un sorprendente éxito. La película menos ambiciosa de todas lograba cometarios elogiosos y dejaba buen sabor de boca. Además, su menor coste de producción hizo que se siguiera explorando esa vertiente. Su acierto, rebajar el tono, no tomarse en serio y apostar por una comedia con toque familiar. No tenía la obligación de tender lazos con ninguna de las otras películas, y se presentaba virgen ante el espectador. 

El éxito de aquella animó a impulsar el proyecto de Black Adam, que además contaba con una super estrella detrás, Dwayne Johnson. Desde Warner creían que con un actor con una legión de fans y con un carisma especial sería suficiente para iniciar la resurrección del universo DC. Por ahorrar tiempo, no lo consigue. A Black Adam le ha tocado la misión más complicada de todas, una misión que no tenía The Batman, de Matt Reeves, estrenada también en 2022. La película del hombre murciélago que interpreta Robert Pattinson vive en un universo paralelo que sigue sus propias normas.

La película que ha dirigido Jaume Collet-Serra tiene tantas cosas por hacer que no consigue atender a todas. Es una película de presentación de héroe porque hasta ahora nunca se había visto a este semidiós al que unas deidades ancestrales regalan un poder sobrehumano. Es también una película que presenta a otros héroes. Vemos por primera vez a La sociedad de la Justicia, con personajes a los que tampoco conocíamos. Tiene que enganchar con una aventura nueva, pero haciéndolo en los códigos que el universo DC ya había planteado porque, y aquí el más difícil todavía: también la han planteado como lazo de unión con los otros títulos y como trampolín para los siguientes.

Al final, la película se queda en tierra de nadie y no es satisfactoria en ninguna de sus facetas. No es una presentación adecuada para Black Adam. Es atropellada, deslavazada, no tiene un villano a la altura y se fía todo a la presencia poderosa de Johnson. Sus mamporros y su mala leche no son suficientes. Black Adam no sabe qué quiere ser, y en esa indefinición nunca encuentra del tono y viaja entre varios de forma oxidada. Eso se hace evidente en cuanto entra en acción el grupo de otros superhéroes que acude a detener al personaje de Adam. 

Su presentación es torpe, lo que hace que ninguno de ellos tenga una conexión con el espectador. Ni siquiera Pierce Brosnan, al que le toca el mejor personaje. La entrada de este grupo quiere introducir comedia, sobre todo con Rompeátomos -un perdido Noah Centineo-, pero ningún gag cuadra. Verlo comer pollo frito antes de una escena de acción no es divertido por mucho que lo pretendan. Por si fuera poco, también dejan entrever una historia de amor entre dos de esos nuevos personajes y quieren emocionar con el Doctor Destino de Brosnan.

No ayuda que todo suene a visto. El Doctor Destino tiene las habilidades que ya hemos visto en Dr. Extraño en Marvel. Ya vimos a Ant-Man hacerse gigante, a Falcon volar con unas alas metálicas y a Tormenta controlar el viento, por lo que nada de lo que aparece resulta sorprendente. Tampoco consiguen que visualmente se presente de una forma única para distanciarse de la competencia. Eso sí: Jaume Collet-Serra consigue lucirse en las escenas de acción, dirigidas con pulso y brío, aunque también víctimas de una indefinición. Se nota que el director querría apostar por más violencia y sangre, y se queda en un quiero y no puedo.

La película parece estancada en un tercer acto constante, y por eso cuando llega su colofón final uno está cansado. Para entonces, queda una traca que coge los peores vicios de las películas de Zack Snyder y una escena post créditos para unirla con el resto del universo. Una pena, porque desperdician una historia que tenía mimbres para ser diferente, con esa metáfora sobre las invasiones extranjeras en países que solo quieren explotar económicamente. El Kahndaq de la ficción se parece demasiado a Irak, y la crítica política es potente y hasta arriesgada para el cine de superhéroes, pero al final solo es otro ingrediente más de este pastiche que debería haber decidido que quiere ser antes de querer ser todo.