Antes de la maravillosa biografía de Andrew Hodges (Alan Turing: The Enigma, 1983), nadie sabía nada del papel que tuvo Alan Turing en la derrota de la máquina criptográfica alemana. La película de Morten Tyldum, The imitation game (en españa, Descifrando Enigma) está basada en ese libro y protagonizada por el inteligente y camaleónico Benedict Cumberbatch.
Y, sin embargo, hasta el propio Hodges ha expresado su indignación ante la poderosa inventiva de la adaptación. De alguna manera, la historia de un genio sin precedentes reclutado en secreto por el contraespionaje británico, que es perseguido por sus preferencias sexuales y se suicida con una manzana envenenada después de inventar la programación moderna era demasiado sosa para el espectador contemporáneo y han decidido salpimentarla un poco con romances, conflictos y espías rusos que nunca existieron.
Los que no conozcan al genio, aprenderán muy poco sobre él. Los que veneran su memoria sufrirán. Estas son algunas de las “inexactitudes” de The Imitation Game.
1. Turing
Turing era un hombre delicado, extremadamente tímido y aquejado de un leve tartamudeo que se le escapaba en momentos de tensión. Además, era homosexual. Pero Benedict Cumberbatch, un actor de talento e ingenio irreprochables, parece estar canalizando al narcisista Sherlock Holmes que interpreta para la BBC y también a la histriónica Blanche Dubois de Un tranvía llamado Deseo.
Lo dicen sus biógrafos. Y sus papers, que incluyen trabajos pioneros y legendarios sobre Inteligencia artificial, computación electrónica, lógica matemática y matemática pura –además de los dedicados a la criptografía, que no fueron desclasificados hasta 1996– revelan una inteligencia astronómica, una intuición portentosa y una seriedad incontestable. También indican la predisposición natural al trabajo en equipo que caracteriza el progreso científico, incluyendo su tesis para Princeton, escrita con el lógico norteamericano Alonzo Church. El arrogante petimetre que se entrevista en la película con el Commander Denniston, para irritación del comandante y del desprevenido espectador, no existió nunca. Ni el que escribe a Churchill para ponerse al cargo del equipo de crackers de Bletchley Park. Y, si lo hizo, no se llamaba Alan Turing.
Tampoco hay documentos ni declaraciones que sugieran pataletas de lloros y tembleques. Además de un genio científico, Turing era un gran atleta que corría maratones (récord personal: 2 horas 46 minutos). A los 14 años recorrió en bici los casi 100 km que separaba su casa del colegio durante una huelga de transportes, y dicen que durante la guerra corría la distancia entre Londres y Bletchley Park para las reuniones. En ese contexto, todos esos interminables intercalados de Cumberbatch corriendo angustiado por el bosque y pensando muy fuerte en su máquina parecen completamente inapropiados. Era miembro del club de atletismo. No corría porque fuera gay.
2. La máquina
Uno de los pequeños placeres de la película, por no decir el único, es ver en marcha la máquina. Curiosamente, la de la película es tan lista que no requiere la introducción de valores específicos para descifrar los mensajes de los submarinos alemanes. A Turing le basta con darle al play y protegerla con su propio cuerpo tembloroso de los ataques de su equipo, de su jefe y otros miembros de la armada y del servicio secreto británico que le odian y que sólo piensan en destruir su invento.
La máquina no era, por cierto, una “máquina de Turing”. La diferencia entre una máquina y un ordenador es la programabilidad y esta máquina no era programable. La máquina universal de Turing era un ordenador porque sería capaz de obedecer distintos comandos, ordenes o instrucciones, lo que hoy llamaríamos software. La Bomba –que tampoco se llama Christopher en honor de Christopher Morcom, el supuesto gran amor escolar de Turing– era una máquina electromecánica, perfectamente analógica, diseñada para cumplir una sola tarea: encontrar los patrones de la máquina Enigma (tampoco un ordenador) con los que los alemanes habían cifrado sus mensajes. La primera Bomba funcional se llamó Victoria y estaba basada en la Bomba original, que era polaca.
Como curiosidad, todas las Bombas británicas fueron producidas por la British Tabulating Machine Company bajo la dirección de un ingeniero llamado Harold Keene. Hubo más de 60, pero fueron destruidas después de la guerra. Hoy quedan algunas reproducciones, como Phoenix, la que hay en la Escuela de Código y Cifrado de Bletchley Park.
3. La chica
El patrón lo puso Una mente maravillosa, basada en la bellísima biografía del brillante Nobel de economía John Nash: un genio autista que irrita a sus compañeros y garabatea ventanas con algoritmos ininteligibles seduce a una chica. Los amantes pasean en bici por el campus y se casan, justo antes de que el destino cruel les imponga una enfermedad espantosa y ella se convierta en enfermera 24/7 al servicio de su genio.
En el caso de Nash, el destino era esquizofrenia; en el de Stephen Hawking (The Theory of Everything), esclerosis lateral amiotrófica. En el del Turing de Descifrando Enigma, el castigo es la homosexualidad, que estaba perseguida por la ley británica y que podría haber causado su probable suicidio. Esto no les impide inventarse un romance con las sempiternas visitas nocturnas trepando por la ventana y la promesa de un revolcón en el césped rodeados de funciones algebraicas.
Joan Clarke existió y estuvo prometida con Turing, pero siempre supo que su “novio” era gay. “Hicimos varias cosas juntos, fuimos al cine y tal - contó en una entrevista para un documental de la BBC en 1992- pero ciertamente fue una sorpresa cuando me dijo: '¿Podrías considerar el casarte conmigo?'”. En la película, Clarke se presenta a una prueba de crucigramas a la que no la dejan entrar -por ser mujer y llevar sombrero- hasta que intercede Turing, sin temor a una demanda por acoso sexual porque era gay y son los años 30. Cuando la contratan, decide no presentarse porque sus padres no consideran “apropiado” que trabaje en un lugar donde sólo hay hombres.
Error. No sólo estaba Clarke trabajando en el proyecto antes de que llegara Turing, avalada por sus dos títulos matemáticos. Lo cierto es que, de las casi 10.000 personas que había en The Bletchley Park, el 75% eran mujeres, incluyendo un buen número de especialistas como Clarke, responsables de equipos enteros de descifradoras que trabajaban codo con codo con los muchachos.
Es evidente que la historia de la computación no ha sido justa con estas mujeres, un recuerdo distante que empieza a refrescarse gracias a la popularidad de Ada Lovelace –hija de Lord Byron, pionera de la computación– y libros como When computers were human, una oda a las computadoras humanas que hacían el trabajo bruto para los científicos, en su gran mayoría mujeres. Pero esta película, que extrañamente ha sido alabada por rescatar la memoria de Clarke, la miniaturiza al tamaño de un traductor de bolsillo para su rainman particular, al que reconcilia con sus colegas usando sus “armas femeninas” y sigue con gran vuelo de su falda plisada comprendiendo en todo momento sus momentos de genialidad, pero sin participar en ellos.
Más química parece haber entre Turing y Hugh Alexander, protagonizado con endulcorado charme por el guapo Mathew Good. Lamentablemente para Turing, Alexander no era homosexual y además no llegó a Bletchley hasta bien acabado 1940, cuando le relevó en la dirección del Hut 8 y se convirtió en el jefe de analistas de la GCHQ, la NSA británica. Sí es verdad que era un gran ajedrecista y un gran seductor.
4. El momento Eureka
El otro gran lugar común de la épica científica: Arquímedes en la bañera, Descartes y la mosca, Newton y la manzana. El momento Eureka es ese chispazo epifánico en el que los genios reconfiguran el mundo y nada vuelve a ser igual. Ajustado a las costumbres populares del tiempo en el que se relatan, el de Turing ocurre, como no puede ser de otra forma, hablando con una señorita en un bar. La dama, amiga de Joan y pretendida por el guapo Alexander, le explica una recurrencia en los mensajes que ella misma está descifrando, lo que lleva a Turing a encontrar el patrón que se repite en los suyos: Heil Hitler.
Lo cierto es que esa epifanía tuvo lugar pero en Polonia, cuando el equipo de crackers del genial Marian Rejewski (incluyendo a los prodigios matemáticos Jerzy Rozycki y Henryk Zygalski) construyó la primera Bomba en 1938. La de Turing fue una excelente implementación del original polaco, que era funcional en teoría pero demasiado lenta en la práctica (los alemantes cambiaban la clave cada 24 horas y Enigma podía ser configurada de 150 millones de milliones de millones de formas).
Aún hay más. Turing era el jefe del Hut 8, dedicado a las comunicaciones navales, y la implementación británica estaba basada en sus teorías, pero el panel diagonal de Gordon Welchman fue decisivo a la hora de descifrar los mensajes a tiempo (lo cuenta en The Hut Six Story). Welchman era otro matemático de Cambridge que estaba a cargo del Hut 6, el equipo de descifrado de las comunicaciones aéreas y terrestres.
Aunque el momento Eureka y el genio autista son más cinematográficos, lo cierto es que el desarrollo científico y tecnológico es siempre el resultado de la colaboración de muchos cerebros distintos. Turing fue un intelecto único, pero su talento para trabajar en equipo no lo hace menos genio, sino más.
5. El equipo
En la película, el comandante Alastair Denniston, protagonizado por Tywin Lannister, parece tener como único objetivo echar a Turing de su guerra porque el petimetre le cae mal y porque no quiere que rompan el Enigma (Enigma no es difícil, es imposible -le dice el cabezón en la entrevista de trabajo-. Los americanos, los rusos, los franceses, los alemanes. Todo el mundo sabe que es infranqueable). Lo que resulta bien extraño porque Denniston, que también era criptólogo, fue el jefe de la operación durante 20 años y el responsable directo de contratar y equipar a todos y cada uno de los que trabajaron en él, incluyendo a Alan Turing, al que puso al frente desde el primer momento. Nadie ha dicho nunca que se llevaran mal. La familia de Denniston tampoco está especialmente contenta con el papelón que le han dado.
Lo mismo vale para el equipo de Turing que aparentemente le odia hasta que entra en escena Joan Clark y les reconcilia con su toque femenino. No hay un solo documento, memoria o entrevista que sugiera desavenencias en aquel grupo. Muy al contrario: todas las biografías aseguran que se llevaban perfectamente, y que Turing era un jefe de equipo capaz, amable y centrado.
6. El espía
John Cairncross existió, y era de hecho el quinto miembro del Círculo de Cambridge, el equipo de criptógrafos al servicio de los rusos que había camuflado en el servicio británico y que incluyó a Kim Philby y Guy Burgess. Por suerte para Turing -mala suerte para la película-, Cairncross estaba en el Hut 3, y no hay indicios de que los dos hombres se cruzaran jamás.