Uno sabe cuándo está viendo una escena para la historia. Es una sensación que no se puede medir en discursos grandilocuentes, en la calidad de la fotografía ni por una acción trepidante. De hecho, puede ser bastante mediocre en estos tres aspectos y seguir transmitiendo una imagen de perpetuidad.
En Call me by your name podríamos destacar varias, pero hay una que sobresale por lo cotidiano, lo bello y lo salvaje (si se quiere) de la pasión descontrolada. Elio, de diecisiete años, se enfrenta a su verdadera sexualidad tras la irrupción de Oliver, un atractivo aprendiz de su padre al que invitan a veranear a su casa de la Toscana.
Las ganas le desbordan, pero el temor hacia lo desconocido le hace encerrarse en la buhardilla, poner una emisora sugerente en la radio italiana y masturbarse. Lo hace con la ayuda de un melocotón al que previamente le extrae el hueso. Cuando Oliver lo encuentra, Elio se desespera de la vergüenza, pero el americano lo tranquiliza y se come la fruta en un gesto solidario de que el placer y el amor homosexual no debería ser algo bochornoso.
A pesar de que la película no muestra sexo explícito entre los dos protagonistas, esta escena ha impactado a nivel mundial. El mismo director, Luca Guadagnino, pensó que era tan compleja de mostrar en imágenes que debía ser eliminada. Pero, como muestra la novela original de André Aciman y pasada la conmoción del principio, el momento es más simbólico y necesario de lo que aparenta.
El personaje del multipremiado Timothée Chalamet, Elio, representa una vez más la lucha interna del que nace en un mundo que premia la heterosexualidad. En ese aspecto, no es nada diferente a lo que contaba Moonlight el año pasado y encima sin la doble discriminación racial. Lo interesante de la relación entre Elio y Oliver es, pues, que explora otras muchas cosas.
El equipo de la película se ha esforzado en expresar que Call me by your name no es solo una historia de amor queer. No lo dicen porque renieguen de la etiqueta -de hecho el propio Luca Guadagnino es abiertamente gay-, sino justo por lo contrario.
Ya basta de tragedias griegas representadas por dos hombres o dos mujeres. Ya basta de la típica historia de amantes de Teruel donde el mundo confabula para que dos personas no puedan vivir su romance como cualquier pareja cis del planeta. La cultura cinematográfica tiene pendiente explorar el amor entre otras sexualidades de forma natural y crear historias en las que querer a una persona del mismo sexo no sea sinónimo de enfrentarse a una odisea imposible.
“Me encantó eso de la película. Nadie enferma, nadie es golpeado por campesinos sureños. Nadie es rechazado por su familia o por sus amigos. Nadie tiene que salir del armario y luego sufrir las consecuencias”, explicó Hammer a Vanity Fair.
Lo único que conspira contra los dos hombres de Call me by your name es el tiempo o, inclusive, la diferencia de edad y los distintos momentos vitales de cada uno. Y eso es algo que no entiende de sexualidades.
Diferencia de edad sin roles de poder
Call me by your name está ambientada en 1983, lo que significa que el SIDA no había entrado aún en escena, aunque sí hace una breve mención al armario. En cualquier caso, nada que impida a los protagonistas vivir un amor cocinado a fuego lento en el que se unen varios factores con los que es muy fácil empatizar.
Elio es el típico chaval privilegiado, que vive con dos eminencias por padres, toca el piano de oído como un virtuoso y mata el sopor estival leyendo grandes clásicos. Se aburre del verano, de los amores de una tarde, de sus padres, de los amigos de sus padres y de la vida, como todo buen adolescente. Lo único que anima su existencia es Oliver, quien al principio le trata con la displicencia del veinteañero atractivo que se sabe un objeto de deseo.
La tensión es un recurso muy agradecido en el cine, y Guadagnino la explota en cada escena hasta el clímax. Los dos actores se prestan a ello, incluso dejando patente sus diferencias y una importante brecha de edad. Oliver, tan arrollador y consciente de su propia belleza. Elio, tan adelantado a su edad pero con la inocencia del que cree que guarda bien sus inseguridades tras una mampara de cristal.
“Llámame por tu nombre”, pactan para no tener que dar explicaciones. El verano es demasiado corto para hacerlo.
Call me by your name desarma (y funciona) porque, por una vez, la diferencia de edad no es representada por la chica precoz o la madurita potente. Tampoco se basa en un conflicto de poderes, donde el mayor somete y el pequeño se resigna. Elio se rinde ante el aprendiz, pero nunca es utilizado como pasatiempos veraniego por este último.
La muestra es la charla final que ambos mantienen por teléfono, donde Elio es el reflejo de una generación esperanzada y libre; una brillante oportunidad que no tuvieron otros como Oliver, que apenas le saca unos años pero los suficientes como para verse obligado a regresar al armario y casarse con una mujer.
Elio, aún en 1983, se convierte en el adalid cotidiano del despertar homosexual. Lo hace con timidez y pasión, ya sea hacia un hercúleo maromo, una chica del barrio o un melocotón deshuesado. Pero lo más importante es que vive una historia de amor que no le hace daño, que no le recriminan ni por la que le vayan a partir la cara. Ya no.