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Crítica

'Cinco lobitos', una ópera prima con olor a Goya sobre la maternidad y los cuidados

19 de mayo de 2022 22:12 h

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En las pasadas cinco ediciones de los premios Goya, el galardón a la Mejor dirección novel ha sido para una mujer. La racha la comenzó Carla Simón, la continuaron Arantxa Echevarría, Belén Funes, Pilar Palomero y la ha cerrado, de momento, Clara Roquet. La senda feminista y femenina del galardón parece que va a seguir, al menos, otro año más. Ya ha pasado la mitad de año y se puede especular que entre las favoritas a diversos premios estarán varios debuts realizados por directoras. Uno de ellos es Cinco lobitos, el impresionante primer filme de Alauda Ruiz de Azua que arrasó en el pasado Festival de Málaga tras pasar por el festival de Berlín.

Ruiz de Azua ha tardado años en levantar un proyecto que cuenta con naturalidad y mucho realismo cómo la maternidad y los cuidados siempre recaen en las mujeres. Da lo mismo que haya un novio moderno, progresista y 'feminista' al lado. Al final, el machismo se cuela por todas las rendijas. El patriarcado ha pasado de generación en generación; y aunque muchos hombres se hayan deconstruido siempre quedará un egoísmo masculino. Cinco lobitos cuenta todo esto con tanta verdad que duele mirar. No porque sea sensiblera o sentimentaloide, sino porque el espejo que coloca delante de nuestra sociedad -y de los hombres en particular- es aterrador. 

Un espejo que no sólo mira a la maternidad, sino también a los cuidados. Lo hace poniendo el foco en el personaje que interpreta Laia Costa, una madre primeriza sobrepasada por su primer bebé que acude a casa de su madre para recibir ayuda. Allí, la matriarca comenzará a dar señales de una salud cada vez más débil. Será la hija, con una reciente maternidad a cuestas, la que también se encargue de ella y reciba el encargo de cuidar a su padre cuando esté solo. La mujer como canalizadora de los cuidados, ya sea de los bebés o de los ancianos. Cinco lobitos emociona al retratar la relación de dos generaciones diferentes marcadas por el mismo mal: el machismo estructural.

El padre de la protagonista es un hombre de otra época. De esos que se cabrean porque la comida está salada pero nunca se han preocupado de freír un huevo. Ellos “ayudan en casa”, “hacen los recados”, pero nunca se han planteado nada más. Son esos hombres que podían salir de fiesta mientras su mujer se quedaba en casa porque era lo que estaba bien visto. Hombres bonachones que pensaban que no hacían nada malo sin darse cuenta de que estaban construyendo una jaula de oro a sus mujeres. El otro personaje masculino es la pareja de la protagonista. Es otro tipo de hombre aunque, por desgracia, en el fondo comete los mismos errores. Es moderno, deconstruido. Está lleno de buenas intenciones, pero al final repite los mismos patrones que creía que estaba evitando. Será la mujer quien deje el trabajo, quien se encargue de los berrinches, de los lloros y de cada cuidado mientras él trabaja en lo que le gusta.

Será ahí donde madre e hija se reencuentren y en esa relación se vean reflejadas la una en la otra. Una relación que emociona sin subrayados innecesarios. Sin excesos melodramáticos, sólo con el poder de un guion que sabe de lo que habla, que emociona por su autenticidad. Es Cinco lobitos una película que basa toda su fuerza en el libreto y en el poder de todas sus interpretaciones, pero fundamentalmente en la de sus dos protagonistas. Susi Sánchez vuelve a demostrar su elegancia y su poderío, mientras que Laia Costa confirma que es una fuerza de la naturaleza. Al ver su recital uno no entiende cómo es posible que el cine español no le esté ofreciendo todos los papeles. Está excelente, natural, con fuerza y fragilidad. Uno empatiza con su mirada, con sus silencios y con sus cabreos entre susurros para no despertar a su hijo. A su lado un Ramón Barea que representa a muchos padres y abuelos perdidos y que no quieren entender.

La directora confirma su gusto por lo íntimo y por la contención con la puesta en escena. No enfatiza los momentos más dramáticos, sino que incluso los esconde. Hay un momento de Cinco lobitos que ejemplifica esto a la perfección. Toda la familia se reúne para ver unas grabaciones antiguas. Las dos mujeres de la familia se emocionan. La cámara no subraya su reacción, sino que la deja en un segundo plano. Hay que fijarse mucho en el rostro de Laia Costa para ver cómo caen sus lágrimas ante los recuerdos familiares. Otro director hubiera explotado un momento tan potente, pero Ruiz de Azúa lo mima y lo convierte en algo mucho mejor.

Ahora queda confirmar que el talento de esta directora no se queda aquí o no se desaprovecha en comedias de encargo. La directora ya ha rodado su segunda película con Netflix, un proyecto menos personal, como le ocurrió a Arantxa Echevarría, que antes de rodar su esperada Chinas tuvo que hacer La familia perfecta con Antena 3. El talento de nuestras directoras merece ser cuidado, y que tengan los medios posibles para elegir proyectos como Cinco lobitos, que ponen el foco en sitios donde los hombres no los estaban poniendo.