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'Deadpool 2': asesino busca venganza y encuentra familia

Dejando al margen el éxito sostenido de Marvel Studios, Wonder Woman y Deadpool han sido las sensaciones del cine superheroico reciente. La primera ha mostrado que guiñar el ojo a los feminismos pop puede contribuir al éxito comercial, crítico y mediático de un filme. La segunda ha influído en la industria al evidenciar que una calificación restrictiva no necesariamente lastra la taquilla de un blockbuster. Se ha reabierto la puerta a las imágenes de violencia gráfica, expandiendo el pulcro modelo de cómic cinematográfico, caracterizado por la violencia sin sangre y la ausencia de sexualidad, que se estableció mediante filmes como Los Vengadores.

Los responsables de Logan siguieron ese camino con algunos tonos crepusculares, intentando aportar un mayor aspecto de madurez a su propuesta. Deadpool 2, a su manera, intenta algo parecido aunque siga siendo una mascletá de humor escatológico, referencias freaks o metalingüísticas y violencia extrema y carnavalesca. Los efectos digitales, de nuevo, no solo sirven para apabullar sino también para provocar perplejidad o un cierto asco.

Quizá el valor del diptico Deadpool es que ha convertido un material más propio de la serie B, por sus inclinaciones autoparódicas, en un gran espectáculo. El cómic post-tarantiniano y cruel de Kick ass se fusiona con bromas groseras de comedia adolescente escatológica, y todo ello acontece dentro de un escenario relevante de la cultura freak: el mundo de los mutantes de Marvel Comics. Para más de uno, se trata de un sueño hecho realidad.

Si la sorpresa de la primera entrega podía ser difícil de repetir, la broma puede seguir funcionando por acumulación de personajes y tramas. La atención del público sigue centrada en el show del protagonista, pero este comparte protagonismo con nuevos colaboradores superheroicos. Además, se conserva a los pintorescos secundarios cómicos presentados en la primera entrega.

No faltan los viajes en el tiempo al estilo de Terminator y la formación algo accidentada (nunca mejor dicho) de un supergrupo... En otra voladura controlada de las convenciones del género, una posible historia de venganza se liquida en apenas unos minutos y con un objetivo final algo inusual. El carrusel de idas y venidas, disparos y chistes a costa del dubstep puede resultar trepidante. ¿Mision cumplida de David Leitch (John Wick) y compañía? A cada espectador le corresponderá decidir si la respuesta es afirmativa o si, recogiendo un chascarrillo del antihéroe, se trata de una misión cumplida... como la de George W. Bush en Irak.

Ambigüedad en el mundo de las guerras culturales

Tras el estreno de Deadpool se generaron algunos sorprendentes entusiasmos. El protagonista fue considerado el primer protagonista queer del blockbuster superheroico, aunque su conducta parecía muy convencional. El personaje remitía sobre todo al estereotipo de adolescente de hormonas desatadas y lenguaje soez, falocéntrico y pajillero, característico de ciertas teen movies. Si las nuevas masculinidades fueran eso, tendrían bastante poco de nuevas y no pasarían de ser un efecto colateral de la peterpanización general de la cultura pop.

Con todo, Deadpool incorporaba alguna escena interesante. ¿Cuántas veces se ha visto a un héroe (o antihéroe) masculino de acción siendo sodomizado por su mujer? La escena se representaba como un gag, facilitando la risita tranquilizadora del espectador incómodo. Con todo, no dejaba de escenificar una pequeña infiltración dentro de un producto mainstream.

El filósofo Slavoj Zizek escribió sobre las conexiones entre el Bane de El caballero oscuro: la leyenda renace y el movimiento Occupy Wall Street, afirmando que “lo que importa no es un juicio negativo sobre algo, sino el mero hecho de que ese algo sea mencionado”. Con sus jóvenes heroínas lesbianas y su malvado que condena a las personas por ser diferentes, Deadpool 2 parece mimetizarse con el Hollywood pro-diversidad. Aún así, no deja de moverse en la ambigüedad: dispara bromas sobre lenguaje andrócentrico y sexualidades que podrán ser reídas, a la vez, como guiños por parte de feministas o defensores de la libertad sexual, y como mofas por parte de machistas y homófobos.

La otra familia de un asesino en redención

El neoliberalismo como sistema de vida ha contribuido a debilitar las relaciones humanas, al dibujar el mundo como un lugar de competencia y lucha a lo Battle royale. El Hollywood reciente suele incorporar un gran asterisco a todo ello: la familia, y con ella el amor romántico orientado a la reproducción, son el gran (y quizá único) refugio donde tejer vínculos no condicionados por la competitividad. De ahí lo terrorífico de las invasiones domésticas acometidas por asesinos humanos (Tú eres el siguiente, La noche de las bestias) o por fantasmas y demonios (Insidious, Expediente Warren), porque ya no hay lugar donde esconderse.

Bajo sus capas de presunta transgresión, Deadpool seguía el camino convencional al mostrarnos el romance del antihéroe. Su secuela envía estímulos contradictorios. Las escenas del protagonista y su pareja, extrañamente melodramáticas, pueden proyectar el elogio de una normalidad concebida de manera estrecha: la vida orientada al matrimonio con vocación reproductiva. En paralelo, se plantea un periplo característico de las narrativas conservadoras: el camino de redención de pecados previos.

En paralelo, los responsables del filme ensayan una expansión del concepto de familia. “Family is not an ”f“ word”, afirma el protagonista, pero su posición no es un repliegue en la consanguinidad y el amor romántico-procreador. Se defienden los vínculos escogidos. Y, a diferencia de lo visto en otra comedia de acción posmoderna como Zombieland, no hace falta que tenga lugar un apocalipsis para ello. En algunos momentos, la masacre está salpicada de una ternura casi naïf y también algo autoparódica.

Podemos pensar que el encarecimiento del presupuesto respecto a la primera entrega favorece que, como dice el mismo Deadpool, la secuela sea una “película familiar”. Sea como sea, el asesino a sueldo ha comenzado a madurar, a dejar atrás su rebeldía infantiloide. Matiza su justicierismo homicida (incluso refrena las tendencias vengativas del recién llegado Cable) y sus burlas del código ético de los X-Men. En el primer filme, esta ridiculización del buenismo se representaba como transgresora a pesar de la hegemonía de los discuros de mano dura.

Si asumimos con optimismo infatigable el apunte zizekiano sobre El caballero oscuro: la leyenda renace, Deadpool 2 puede aportar algo positivo dentro de las denominadas guerras culturales. Aunque no estemos en ningún caso ante una obra heroicamente militante, sino ante una coctelera de referencias, guiños y contradicciones con trasfondos algo inquietantes. Como su mismo protagonista.