El potencial expresivo de las criaturas creadas por Satoshi Tajiri y Ken Sugimori parece hoy tan incombustible como hace más de dos décadas. Bien lo demostró el fenómeno Pokémon Go, que en 2016 convirtió a miles de personas, fans o no del universo original, en improvisadas flâneuses modernas que paseaban las ciudades en busca de criaturas que capturar en una realidad que habitaba a la vez smartphones, calles, plazas y parques.
El efecto cautivador, no obstante, siempre formó parte del universo Pokémon. Hace ahora justamente veinte años, un videojuego lanzado para la consola Nintendo 64 sorprendía a propios y extraños. Se llamaba Pokémon Snap y su mecánica consistía única y exclusivamente en hacerle fotos a estas criaturas en un entorno virtual. Cuanto mejor apuntabas y más mona salía la criatura, más puntuación recibías.
Algo de esto debió hacer brillar los ojos del ejecutivo hollywoodiense que le dio luz verde a la adaptación de una rareza como Detective Pikachu. Se trataba de un videojuego de la consola portátil Nintendo 3DS cuya principal baza era, esencialmente, tener a un Pikachu -síntesis de lo kawaii, como se denomina en japonés a lo 'mono'-, vestido con un gorro de detective como protagonista. Si además resultaba ser un Pikachu parlanchín de voz ronca, lleno de traumas y adicto al café, su adaptación estaba ya más que vendida. Pero ahora que el proyecto llega a nuestras pantallas nos planteamos qué ha ocurrido, en qué momento el hechizo de peluche fue suficiente para sostener por sí solo una carismática película de un gran estudio de Hollywood.
Pokémon Confidential
Pokémon ConfidentialDetective Pikachu narra la historia de Tim -al que da vida Justice Smith-, un joven agente de seguros que pierde a su padre en extrañas circunstancias. Lo que cree que es un accidente de coche pronto se convierte en un interrogante por resolver cuando conoce a Pikachu, el Pokémon que acompañaba a su padre.
Resulta que Tim puede entender al animal -al que pone voz Ryan Reynolds-, pero para su desgracia, la rata eléctrica sufre de amnesia y no recuerda absolutamente nada de antes del accidente. Solo sabe que le encanta el café. Juntos intentarán desvelar el misterio, oculto en las calles de Ryme City, la única ciudad del mundo en la que Pokémon y seres humanos conviven en armonía.
Con las vestiduras noir que ya disfrazaban a ¿Quién engañó a Roger Rabbit? -película con la que Detective Pikachu tiene más de un punto en común-, Rob Letterman pretende construir una ficción para todos los públicos que concilie una controlada oscuridad con un incontrolable melindre. Aprovechando los recursos propios del género para hacer avanzar una trama entre el whodunit y la aventura desprejuiciada que tan bien cuajó hace no demasiado en la maravillosa Zootrópolis.
A medio camino entre ambas, entre la prueba del talento de los animadores de Disney más estimulante de los últimos años y la del Zemeckis más desatado, Letterman se esfuerza por conjugar tonos y matices, por conseguir que Detective Pikachu parezca genuinamente original.
Pero sus esfuerzos caen en saco roto a medida que desarrolla una ortopédica historia de reconciliación paternofilial, que resulta ser el músculo emocional del conjunto. Una historia de 'joven busca reconciliarse con padre ausente' que confía en que la relación entre Justin Smith y el Pikachu virtual cuente con una química especial. Pero no es así, por mucho que nos agarremos al clavo ardiendo del buddy film clásico.
El problema es que este elemento troncal -en lo comercial pero también en lo narrativo-, sufre de una astenia y una falta de chispa severas. Justim Smith no cuenta con el carisma necesario para afrontar el reto de encarnar el drama del film y a la vez ser el partenaire de la mascota más mona. Mientras que Ryan Reynolds se desentiende de la enjundia y la mala baba que destilaba el Pokémon del videojuego de la 3DS, para resultar solamente simpático. No gracioso, solamente simpático. ¡Qué bonito hubiera sido ver el tropo de detective lleno de demonios interiores encarnado en la adorable figura de Pikachu!
Renca de base en su propuesta emocional y estructura argumental, Detective Pikachu se resuelve manifiestamente vacua. Alejada de propuestas familiares recientes que sí brillan bien por su aluvión de ideas, como Spider-Man: Un nuevo universo, o por su solvencia artesanal, como El niño que pudo ser rey, que enfrentaba su escasa originalidad con ese intangible que llamamos alma.
Pero ay, los Pokémon
No obstante, si hay algo que parece sólido entre tanto titubeo de formas y géneros es lo asombrosamente rotunda que resulta su apuesta visual. Asentado en lo kawaii, el aspecto fotorrealista de los Pokémon podía resultar ciertamente perturbador si no se manejaba con perspicacia.
Sin embargo, el acabado formal y el trabajo de diseño de personajes resulta ciertamente valiente en cuanto a su esfuerzo por dar credibilidad a un mundo en el que humanos y Pokémon conviven pacíficamente. No es ya que observar lo graciosos que son Charmander, Bulbasaur y compañía resulte hipnótico, sino que la naturaleza de estas criaturas aporta significado al mundo que les rodea -montañas que se mueven a cuatro patas o bomberos-tortuga que apagan incendios con 'ataques pokémon'-.
Tampoco deberíamos obviar que los breves momentos de ingenio de Detective Pikachu surgen siempre de estas criaturas virtuales. El interrogatorio a Mr. Mime, un Pokémon mudo que se comunica mediante el mimo, es buena prueba de ello. Mientras que los actores de carne y hueso, de Justice Smith a Ken Watanabe pasando por Bill Nighy, parecen estar siempre desubicados en tono y trato.
Si bien no funda su propio territorio estético, como decía el crítico Jordi Costa de la última aventura del trepamuros animado, el imaginario visual que maneja Detective Pikachu es una delicia en la que quedarse a vivir. Una que puede dar mucho de sí en el futuro. Y eso no solo hace que su visionado resulte interesante, también recoge el testigo de esa pulsión inherente al videojuego. De ese espíritu que hacía que tantos niños y niñas dedicasen horas a contemplar a las criaturas y retratarlas en Pokémon Snap.