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La diseñadora gráfica que hace realidad los sueños de Wes Anderson y Spielberg

El de Wes Anderson es un universo complejo. Siempre fiel a un estilo recargado con tonos pastel y de ambientación sesentera como el mercadillo de Camden Town. Habrá quienes echen de menos la espontaneidad en sus sets de cartón piedra y otros que aplaudan su constante idiosincrasia. Pero todos ellos tendrán que admitir que el cuidado por los detalles no está en discusión. Cada caja de cartón, letrero o diseño de una llave es un reflejo del propio Anderson, pero sería injusto decir que solo lleva su firma.

El torbellino de ideas que surge en la cabeza de un director necesita unas manos que las filtren y las hagan palpables. Esa es la misión del departamento creativo. Pero cuando las tres cuartas partes de una película se basan en la imaginación, esta tarea se vuelve todo un desafío. En Gran Hotel Budapest, el estado ficticio de Zubrowka fue creado al milímetro desde un papel en blanco. Todos los rótulos del hotel, paquetes de galletas, mapas y periódicos dejan un rastro que lleva hasta el estudio de una mujer: Annie Atkins.

La diseñadora gráfica estuvo en el Brief Festival de Madrid para hablar de su trabajo en Hollywood y de cómo convertir objetos mediocres en piezas de coleccionista. Nos reunimos con ella en el centro Conde Duque, la última parada en su larga ruta de conferencias por otros eventos de creación gráfica, como el Offset de Dublín. Atkins se ha convertido en la cabeza visible de un sector desconocido y menospreciado por el gran público. Aunque reivindica la importancia de su trabajo, también defiende que está pensado para pasar desapercibido.

Hace años que los profesionales que trabajan entre las bambalinas del cine exigen un reconocimiento acorde al de los actores o directores. Pero para Annie Atkins eso no es una prioridad. “Muchas veces nuestro trabajo es invisible, porque así debe ser. No podemos desviar la atención del público de la trama con los detalles del fondo”, piensa la diseñadora.

Atkins empezó a trabajar en una agencia de publicidad en Reikiavik, pero pronto se trasladó a Irlanda, su país natal, para trabajar en la serie Los Tudor. Fue ahí donde se enamoró de la vorágine de los rodajes y dio el salto a la animación con Los Boxtrolls, del estudio Laika. Cuando todavía se estaba adaptando a la técnica del stop-motion, recibió sin saberlo el email que lanzaría su carrera por todo Hollywood.

Una semana después estaba en lo alto de una montaña alemana, cerca de la frontera con Polonia, en pleno rodaje de Gran Hotel Budapest. Atkins se incorporó al equipo de Adam Stockhausen, también ganador de un Oscar por 12 años de esclavitud, y juntos diseñaron cada centímetro cuadrado de los fotogramas de Wes Anderson. “Investigamos muchísimos documentos de la Europa del Este de los años 30, pero la verdadera inspiración fueron las películas de Ernst Lubitsch”, confiesa.

El primer paso para el artista gráfico es leer el guión que el director ha subrayado en amarillo para él. Para sorpresa de Atkins, el de Gran Hotel Budapest estaba lleno de marcas fosforitas para crear sellos, señales de la estación de tren o incluso el propio material promocional. A partir de ahí, los horarios del departamento varían según la disponibilidad de los actores principales. “Los de gráficos estamos al final de la cadena alimenticia de un rodaje”, cuenta.

Acostumbrada a trabajar con periodos como los templarios o la Inglaterra del siglo VIII, el reino de Zubrowka fue todo un reto creativo para la artista. “Le ofrecí a Wes unos documentos basados en Alemania de principios de siglo y me dijo, 'están bien, ahora hazlos de color rosa”, ríe Atkins. Reconoce que la mayor virtud del cine de Anderson es saber encontrar ese equilibrio entre la imaginación y la realidad histórica.

La cantidad de objetos necesarios para una escena es otra pesadilla para el equipo de diseño. “Los accesorios son muy frágiles. En un rodaje normal necesitas seis piezas de cada uno, pero en un rodaje de Wes necesitas 30 o 40”, bromea Atkins. Este trabajo termina, con suerte, en un segundo o tercer plano, pero el director lo cuida con tanto mimo como a cualquiera de sus intérpretes. “Siempre se involucra mucho con nuestro departamento y nos da instrucciones muy claras”, admite.

Una gran muestra de esto último son los tres periódicos que aparecen en Gran Hotel Budapest. Wes Anderson decidió que la prensa de su país ficticio debía de ser tan genuina como cualquier rotativo nacional, así que escribió él mismo los artículos del Trans Alpine Yodel, el Daily Fact y el Continental Drift. “Casi todos los directores dejan esa parte en nuestras manos o incluso utilizan un programa que genera un texto automático”, compara Atkins.

Annie comparte y admira la filosofía meticulosa de su trabajo, por eso se sonroja cuando confiesa una anécdota de aquél rodaje. Después de diseñar y reproducir miles de cajas de la mítica pastelería Mendl's, Wes Anderson se dio cuenta de que había incluido una errata. “Somos responsables tanto de la tipografía como de la gramática, por eso no me lo podía creer”, recuerda. La artista se había equivocado al escribir la palabra francesa patisserie y lo tuvieron que arreglar en montaje. “Pero ahí descubrí que, además de ser un genio, Wes es un buen tío”, concluye relajada.

Tras finalizar el rodaje, Annie Atkins regresó a Dublín, pero en seguida recibió otra oferta de trabajo. Esta vez tendría que ambientarse en la Guerra Fría para colaborar en El puente de los espías, de Steven Spielberg. Reconoce que prefiere trabajar en su propio estudio irlandés, pero también admite que lo ideal es mantenerse a caballo entre los proyectos locales y Hollywood.

“Después de rodar allí Penny Dreadful, descarté asentarme en Los Ángeles por el momento”, admite la artista. Ahora se encuentra trabajando en la siguiente película de animación de Wes Anderson y en las próximas semanas comenzará en el equipo creativo de Park Chan-Wook. “Aún así mi género favorito sigue siendo el infantil. Disfruté muchísimo con Los Boxtrolls y sigo haciéndolo con Wes”, dice sin pensárselo demasiado.

Lo que parece seguro es que su futuro está detrás de la gran pantalla. Aunque los diseños gráficos y los accesorios duran menos que un estornudo en escena, es aquí donde Atkins ha encontrado su zona de confort profesional. “No trabajamos siempre para el público. Sin nosotros, los actores están perdidos cuando llegan a un set de rodaje lleno de focos y de cables”, asegura con orgullo.

Su inventario es mucho más que el relleno de un plano, es la puerta que conecta la realidad con la magia del cine. Y por eso, merecerían lucir su labor en la alfombra roja como cualquier estrella.