El documental póstumo del cineasta asesinado en Mariúpol conmociona en Cannes

Javier Zurro

Cannes (Francia) —
21 de mayo de 2022 22:06 h

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El 19 de marzo, poco menos de un mes después de que comenzara la invasión rusa de Ucrania, el documentalista Mantas Kvedaravicius y su pareja, Hanna Bilobrova, llegaron a Mariúpol para contar la situación de la gente que se había quedado atrapada bajo los incesantes bombardeos. Llegaron con suministros e intentaron llegar al teatro de la ciudad, donde decenas de personas se refugiaban de los ataques rusos. Unos días antes el teatro fue bombardeado y destruido, dejando a los ucranianos en la calle buscando un nuevo sitio donde cobijarse. Encontraron hueco en una iglesia metodista en ruinas. Fue allí donde llegaron los dos cineastas y descubrieron a casi 40 personas que sobrevivían en un acto de resistencia en medio del horror.

Un par de semanas después, el 2 de abril, Mantas Kvedaravicius fue abatido por soldados rusos y moría en el acto. Desde aquel día, Hanna Bilobrova vagó por la ciudad derruida y todavía bombardeada para buscar el cuerpo de su pareja para sacarlo del país. Junto a él consiguió huir con las imágenes que habían grabado en aquellos días en los que convivieron en el sótano de una iglesia que se convirtió en un extraño hogar para ellos.

Las imágenes grabadas por Kvedaravicius se han presentado en el Festival de Cannes, donde la proyección de su documental Mariupolis 2 en un pase especial se ha convertido en uno de los momentos más emotivos y duros de esta edición. La película se acabó de montar tres días antes del certamen y ha conmocionado por su retrato realista de cómo es la vida bajo las bombas. No hay en la mirada del director un retrato sensacionalista que busque los testimonios truculentos. No hay declaraciones a cámara, ni subrayados. Tampoco música para emocionar. Su cámara se convierte en un habitante más de esa iglesia.

No es un documental de guerra al uso, porque no muestra lo que todo el mundo espera: la muerte en primer plano. Lo que hace es meterte en un día a día en el que las 24 horas se pasan bajo un sonido constante y atronador: el de las bombas. Desde el primer segundo del documental es la única banda sonora. Es por el nivel del ruido por lo que se sabe si la bomba está cayendo cerca o lejos. Ese sonido constante produce un estado de irritación y miedo constante. Un estado de alerta ya que en cualquier momento puede pasar lo que ya han visto en sus vecinos y familiares.

Vemos cómo cocinan y vemos lo que normalmente no se muestra. Sin electricidad ni provisiones la supervivencia se hace cada vez más difícil. Hacen fuego al aire libre, cocinan sopa con las pocas verduras y patatas que tienen y comparten todo en una solidaridad que ha unido a muchos desconocidos. Mientras el guiso se hace todos se ponen a cubierto. El ruido de las bombas sigue sonando.

Es un retrato cotidiano que también muestra cómo estos ucranianos en tierra de nadie se han habituado a convivir con la muerte. De vez en cuando deben salir fuera de su refugio, y ahí es donde se observan con claridad todas las consecuencias de la guerra. A los lados de las calles devastadas hay cuerpos tendidos. Da igual que Mantas Kvedaravicius no los muestra de forma explícita. Se ven. De hecho, son los muertos los que se convierten de forma involuntaria en proveedores de materias primas. Cuando la expedición sale y ve un cuerpo se acercan a ver si tenía pilas, batería o comida. Cualquier cosa vale para aguantar. Hay tumbas improvisadas en patios de lo que antes fueron casas. Casi todas tienen las flores secas, porque nadie se ha quedado a honrar a los fallecidos.

Hay también testimonios de la gente que se ha quedado atrapada en esa iglesia que resiste entre los escombros. Surgen entre conversaciones triviales, pero es en esos momentos cuando la desesperanza aparece en un hombre que ha visto morir a su esposa y bombardear su casa y que se niega a salir y huir porque no tiene a dónde ir. También el de quien ya soñaba con su jubilación tras 32 años trabajando y ha visto como su vivienda y todas sus pertenencias han sido asoladas por una guerra que no entiende. 

La ciudad que ellos conocían ahora es ruinas y humo. No hay ruido de coches ni de gente, solo el de las bombas que se han convertido en el único sonido que oyen. Mariupolis 2 es un testimonio en primera persona de aquellos que tampoco tienen la atención de las noticias. Un documental que acaba con el rostro de su creador y recordando la fecha de su muerte. Un homenaje a todos aquellos que arriesgan su vida por contar lo que ocurre en esta guerra.