Quizá no lo sepa. Pero solo existen dos películas españolas que hayan ganado un Guiness, y son dos cortometrajes. La animación Cuerdas y Porque hay cosas que nunca se olvidan, de Lucas Figueroa, hicieron historia al sumar 300 premios en un año y en nuestro país se sacaron en seguida los galones para presumir de ese logro internacional. Sin embargo, los honores y las nominaciones al Oscar cayeron en el olvido poco tiempo después y convirtieron su título en una paradoja. No sirvieron para conceder más ayudas al sector del corto ni para darle una mayor visibilidad.
El Gobierno fue metiendo la tijera de forma progresiva en su saco hasta que el año pasado redujeron el presupuesto a la mitad. Eso les dejaba con menos de 500.000 euros en ayudas a la producción. La Asociación de la Industria del Cortometraje hizo entonces una llamada a la indignación pública sin saber que este año la situación sería aún más dramática.
En 2017 no habrá apoyo económico. Ni un mísero céntimo se ha colado en la partida presupuestaria de los cortometrajes. Son tres líneas de ayudas imprescindibles que permanecen bloqueadas desde junio, cuando el Gobierno anunció que la industria del cine se había quedado fuera de la dotación. Hace dos semanas, reculó liberando 10 millones de euros para los largometrajes, pero nada se mencionó sobre los cortos. Ahora el sector ha despertado una lucha mediática para presionar al Consejo de Ministros y que rectifique en sus próximas reuniones.
El ministro Íñigo Méndez de Vigo dijo en la Comisión de Cultura del pasado martes que esperaba conseguir la excepción presupuestaria antes de final de año. Pero, mientras tanto, los afectados no han querido perder el tiempo sin visibilizar las consecuencias. Una veintena de asociaciones de cortometrajistas, productores independientes, la Plataforma de Nuevos Realizadores, la Unión de Cineastas, empresarios y creadores han emitido un comunicado para hacerse un hueco en los medios.
Recuerdan que ese dinero corresponde solo al 2% del total que recibe el ICAA (Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales) para ayudar al cine español. En total, no llega al millón de euros. Una cantidad que se ha visto mermada desde 2009, cuando alcanzó un presupuesto récord de tres millones.
Sin blanca a los premios
La injusticia se ha vuelto más sangrante con la llegada de las nominaciones a los grandes festivales. Mientras que en su país tiene que mendigar el apoyo estatal, el cortometraje español arrasa por el resto del mundo. Dos películas españolas se han colado entre las diez elegidas por la Academia de Cine más prestigiosa del globo: la de Hollywood. Eso hace que el 20% de las candidatas al Oscar a mejor cortometraje se hayan producido en nuestro país.
Conviene destacar que Graffiti, uno de los cortos nominados, salió adelante gracias a las ayudas a la producción del Institut Valencià de Cultura. Ni rastro del ICAA. Su director Lluís Quilez recibió antes el apoyo económico internacional cuando tradujo la película al inglés que el del Gobierno español.
Timecode, la otra española que lidera las apuestas en Hollywood, tiene en su web una lista de premios que dejaría en ridículo al mayor taquillazo. Máximo premio en Cannes (solo precedida por Viridiana, de Buñuel), favorita del público en Suecia, Suiza, Brasil y Estados Unidos, y convocada en más de una treintena de festivales de todos los continentes. De nuevo, alcanzando la cima sin apenas ayudas. Pero la moraleja de esto no puede ser que el cortometraje español triunfa con mucho talento y los bolsillos vacíos, sino todo lo contrario.
Aunque escasas, las ayudas al cine sacan adelante muchos proyectos que no verían ni un rayo de luz sin ellas. “Estas tres líneas que permanecen bloqueadas ofrecen un inestimable apoyo público a las películas con mayor calidad creativa”, dice el sector en un comunicado dirigido al ministro Íñigo Méndez de Vigo. Justifican esta calidad en la continua presencia internacional en Cannes, Venecia o Rotterdam, que ahora queda desamparada también en sus viajes al extranjero.
El corto también es cine
La ayuda a la asistencia a festivales internacionales es otra de las damnificadas en los últimos presupuestos. En el caso del cortometraje, este recorte es especialmente dramático por su debilidad económica comparada con la de películas comerciales. Ahora el viaje a Los Angeles correrá a cargo de las productoras y distribuidoras de los cortos nominados, Ainur Films -en el caso de Graffiti- y Marvin & Wayne -en el de Timecode-.
“Esto puede hacer mucho daño a las productoras pequeñas. Alguna se quedará en la cuerda floja si ha pedido créditos contando con la ayuda concedida”, dijo en una entrevista el responsable de compras de Marvin & Wayne.
Los cortos no pueden competir en visibilidad y distribución con las películas de larga duración. Por eso una de las luchas del sector es que vuelvan a proyectarse antes de las sesiones en el cine y que consigan un hueco en la parrilla televisiva. También buscan una campaña activa del Gobierno y un espacio más habitual en los medios de comunicación. Así se animaría a los creadores a dar el salto a un formato que la mayor parte del público considera (erróneamente) “de segunda”.
Como dijo el director y creador del festival Escorto, Raúl Cerezo, “un cineasta no debería tratar a los cortometrajes como una escuela de prácticas”. No debemos olvidar lo que consiguen los cortos para la industria: llegan mucho más lejos que los largos patrios y ganan los premios más importantes. Pero el retraso de los rodajes, las condiciones precarias o el aumento de la inversión privada puede originar que “el próximo año no haya una cosecha como la de este año”, según advierten desde la Asociación de la Industria del Cortometraje.
Para que eso no ocurra, es obligatorio contagiarnos de ese reconocimiento mundial y dejar de llegar tarde a la ronda de aplausos. Porque el corto también es parte de nuestro séptimo arte. Y si dejamos de apoyar a los cortometrajistas, no podremos decir nunca más que defendemos el cine español.