'Aftermath': consecuencia. Tal era la última palabra pronunciada antes de los créditos finales de Straight Outta Compton, la película que en 2015 contó la trayectoria del grupo de gangsta rap N.W.A. La palabra designaba el sello discográfico que fundaría Dr. Dre (interpretado por Corey Hawkins) poco después de los hechos narrados y era pronunciada de forma triunfal, dando la sensación de que esta empresa culminaba felizmente la historia de los músicos. Y, en particular, les ayudaba a superar tanto la reciente muerte de Eazy-E (Jason Mitchell) como el racismo y la brutalidad policial que les había llevado a declamar esas agresivas rimas.
Straight Outta Compton, proyecto auspiciado por los miembros supervivientes del grupo, bien puede simbolizar el momento en que Hollywood empezó a prestar más atención a las creaciones que a los creadores. Históricamente, la idea de llevar al cine la vida de una prestigiosa persona real (el biopic) ha respondido a la promoción del sueño americano y el emprendimiento, siempre erigiendo a EE.UU. como el país donde más y mejor se pueden consumar estas conquistas. Hasta que, por algún motivo, estos emprendedores y soñadores fueron devorados mediáticamente por aquello que les había enriquecido.
Así nos plantamos en 2023, donde ha estallado una inesperada moda de biopics que no festejan carreras afortunadas, sino marcas. Productos. Hemos tenido Tetris, hemos tenido Air —sobre el acuerdo publicitario que nos dio las Air Jordan—, aún inédita en España está Blackberry y, por último, en Disney+ se estrenó el 9 de junio Flamin’ Hot: La historia de los Cheetos picantes. Eva Longoria, famosa por protagonizar la serie Mujeres desesperadas a mediados de los 2000, ha debutado en la dirección de largometrajes con este filme, que parece querer llevar la moda a sus extremos más excéntricos. O acaso, reveladores.
La era del producto
Longoria parece ser la primera sorprendida por esta coincidencia. “No sabía que este año fueran a salir tantas películas sobre productos famosos, y es cierto que es raro. Blackberry, Air, Tetris… incluso en nada tenemos Barbie”, apunta. “Pero hay que tener en cuenta que estas películas tardan mucho en hacerse. Flamin’ Hot tardó como ocho años, y yo no sabía que cuando se estrenara viniera a unirse a algún tipo de moda. También creo que, entre todas estas películas, Flamin’ Hot es la que menos va sobre el producto como tal”, aclara.
La historia de los Cheetos picantes es la historia de su creador, Richard Montañez, que encarna Jesse García: “Yo no quería contar la historia de un producto, sino la historia de un hombre al que admiro: el hombre que empezó como conserje de una fábrica de Frito Lay y terminó como ejecutivo”. Flamin’ Hot recrea los acontecimientos que condujeron a que, en 1991 y tras una crisis que hizo peligrar múltiples empleos en Frito-Lay —filial de PepsiCo a la que responsabilizar de aperitivos como los Fritos, los Doritos, las Lay’s y los Cheetos susodichos—, Montañez hiciera una presentación revolucionaria frente a sus superiores.
Inspirado por la gastronomía mexicana que había conocido desde niño, Montañez propuso sazonar los Cheetos con picante, descubriendo un sabor que sacudiría la industria. “Llevaba años dirigiendo televisión y no me atraían los largometrajes, pero entonces me enviaron un guion”, recuerda Longoria sobre el momento en que recibió un libreto de Lewis Colick y Linda Yvette Chávez: “Leerlo me sorprendió mucho porque no conocía la historia de este hombre, mexicano-estadounidense como yo. Creí que era una historia muy inspiradora”.
Desde los años 90, cuando los Flamin’ Hot abocaron a que ningún snack se quedara sin su variante picante, Montañez ha sido muy vocal con los detalles de su invención. Además de las inevitables charlas motivacionales, este mexicano-estadounidense de Ontario, California, ha publicado hasta dos libros registrando el nacimiento de los Cheetos picantes: A Boy, a Burrito and a Cookie y Flamin’ Hot: The Incredible True Story of One Man’s Rise from Janitor to Top Executive. Su atractivo mediático terminó llevando a la idea de escribir un guion sobre su vida, que no se apartara en lo más mínimo de su testimonio.
Los Cheetos, como tal, no eran lo que más le interesaba a Longoria de él, sino lo que estos habían supuesto para la comunidad chicana. Al fin y al cabo, Montañez habría recurrido a su cultura para dar con ese sabor picante, y tuvo un rol indispensable en fijar a miembros de su colectivo como consumidores potenciales. La historia de los Cheetos picantes se ha beneficiado pues de esta misma narrativa en EE.UU., asociando el éxito de Montañez a su identidad latina y contribuyendo a generar un pequeño fenómeno.
Longoria, afiliada desde siempre al Partido Demócrata, pudo proyectar su película nada menos que en la Casa Blanca, en un acto junto al presidente Joe Biden. “Fue todo un honor presentar la película allí”, recuerda, “una experiencia tremenda, no podía parar de llorar. Estaba rodeada de cientos de latinos llorando y riendo con esta película, sintiéndose vistos por primera vez”. Para Longoria, Flamin’ Hot ha sido sobre todo una forma de acercarse a la comunidad mexicano-estadounidense, de la que ella misma forma parte.
“En EE.UU. somos muchos, y nuestras historias son parte de EE.UU.”, defiende. “Quería construir una imagen para nuestra comunidad, una con la que decir ‘si este hombre pudo, yo también puedo’. Ojalá esta película motive a los latinos a cumplir sus sueños”, aegura. Flamin’ Hot se articula en definitiva como una producción a mayor gloria del emprendimiento y el coaching, con la percha de los hechos reales para estimular complicidad. Una percha que bien podría tambalearse cuando advertimos… que estos hechos no son tan reales como parecen.
La verdad de Richard Montañez
En 2021, cuando Flamin’ Hot ya había empezado a rodarse, un reportaje de Los Angeles Times firmado por Sam Dean proclamó que Montañez había mentido. Contando con fuentes de altos cargos de Frito-Lay, el texto revelaba que los Cheetos picantes habían empezado a desarrollarse bastante antes de lo que aseguraba Montañez, y que el rol de este había tenido que ver únicamente con el acercamiento del producto a los posibles consumidores hispanos. Montañez, que sigue vivo y dando charlas, repuso que su contribución no se había documentado debido al bajo nivel de su cargo en la empresa en aquel entonces.
Por lo demás, no presentó ninguna prueba que contrarrestara los argumentos de Dean, y la polémica golpeó la película. Ni Longoria ni sus guionistas quisieron, sin embargo, modificar el planteamiento de Flamin’ Hot, aseverando que la vocación principal del filme era reflejar los EE.UU. multiculturales. Preguntada por este asunto hoy, Longoria no titubea. “Ese artículo no nos afectó para nada porque yo no quería hacer un documental de los Cheetos: lo que yo quería era contar la historia de Richard Montañez”.
“Esta es la historia de Richard Montañez, esta es su verdad”, insiste. “Por eso toda la película está enfocada según su punto de vista. Pasamos todo el tiempo en su cabeza, y de ahí que tengas de vez en cuando esas escenas producto de esa imaginación. Siempre es su punto de vista y eso era lo que quería reflejar, no la historia de Frito-Lay”, asegura. La película, no obstante, se sigue titulando Flamin’ Hot: La historia de los Cheetos picantes, con lo que es inevitable reaccionar a esta apología de los relatos míticos empresariales con desconcierto.
Quería construir una imagen para nuestra comunidad, una con la que decir ‘si este hombre pudo, yo también puedo'
Y el desconcierto es intenso viendo Flamin’ Hot: La historia de los Cheetos picantes. En efecto, Longoria invierte esfuerzos en plegar toda la narración a la jovial personalidad de Montañez, con un ritmo veloz que podría comunicarse con su flujo de pensamientos y unas cuantas escenas que emanan efectivamente de su subjetividad: están las ensoñaciones, así como las recreaciones de eventos donde Montañez no estuvo presente pero que son resueltas con la voz de García sobreimpuesta a los personajes con acento mexicano.
En realidad Flamin’ Hot no parece consciente de la falibilidad de su punto de partida, incrustándose en una equívoca herencia cinematográfica donde se divisan otros dos casos similares. Por un lado, Confesiones de una mente peligrosa, las memorias de un presentador televisivo (Chuck Barris) que aseguraba haber sido reclutado por la CIA como asesino, y que fueron llevadas a la pantalla por el guionista Charlie Kaufman sabiendo que todo era una gigantesca mentira, y bañando las imágenes en un halo de sombría ambigüedad.
Por otro lado está Camino a la libertad, sobre las hipotéticas experiencias de Slavomir Rawicz y su épica huida de un gulag soviético. Peter Weir la dirigió en 2010 cuando el testimonio de Rawicz ya llevaba tiempo siendo refutado por los historiadores, pues no importaba tanto la veracidad de la historia como lo mucho que pudiera inspirar. Flamin’ Hot prefiere tomar esta vía, y es la vía que ha guiado la actitud de Longoria a la hora de rodar la película, con la confianza de que lo hacía por el bien de una comunidad.
“Soy mexicano-estadounidense. Cuando estoy en EE.UU., soy la mexicana. Cuando estoy en México, soy la americana. No tenemos un hogar como tal, y yo quería compartir nuestra experiencia”. Una experiencia en absoluto ajena a la discriminación, como igualmente mostraba Straight Outta Compton, y que de igual forma a Straight Outta Compton apuntó a hallar un final feliz en la manufactura de un producto. Unos Cheetos picantes.